martes, 17 de diciembre de 2024

Apariencias...... Paloma Ruiz del Portal Muñoz*

Tercer Premio (ex aequo) del V Concurso Internacional Litteratura de Relato 

Foto: delihayat, Mujer loca con cuchillo en la mano (istockphoto.com)

Nadie supo nunca el motivo por el que Carmen María del Espíritu Santo, una viuda respetable, asesinó a su vecina la tarde de su sexagésimo quinto cumpleaños, a la sazón primer día de febrero de 1956. Lo único cierto es que en el cielo danzaban unas nubes macabras, pesadas y untuosas como pegotes de mantequilla negra. Carmen María del Espíritu Santo debió agradecer la sintonía evidente entre ambas tormentas, la interior y la externa, porque “sólo un alma cubierta de escarcha”, como dijeron en el pueblo, podía actuar de ese modo. Hasta entonces se había considerado a Carmen María del Espíritu Santo una buena persona, sencilla y de trato agradable, pero era obvio que la reciente muerte de su marido la había trastornado. En cualquier caso, dijo alguien, nunca había que fiarse de las apariencias.


Carmen María del Espíritu Santo había invitado a su víctima de un modo formal, usando un tarjetón decorado por ella misma con suaves acuarelas, y la agasajada había dicho públicamente que valoraba el gesto. Además, en un lugar donde nunca pasaba nada, se agradecía cualquier clase de acontecimiento. Las mujeres (salvo las putas, todavía legales antes de que un Decreto del mes de marzo siguiente prohibiera su oficio, “velando por la dignidad de la mujer”) no pisaban los bares, de modo que a nadie extrañó que Carmen María, recién enviudada, celebrara su cumpleaños de una forma íntima y en casa. A día de hoy, esa misma morada sobrevive como posada rural. La decoración se ha mantenido intacta y es frecuentada por una clientela fiel que desconoce por completo el trágico suceso que un día ocurrió en ella.


Nadie supo nunca el motivo por el que Carmen María del Espíritu Santo asesinó a su vecina… salvo su nieta, que tenía doce años entonces y hoy roza ya los cincuenta. Es la mujer que, aun siendo muda, regenta con amabilidad la posada rural heredada y cada mañana, en la cocina, elabora un bizcocho para sus huéspedes idéntico al que cocinó Carmen María del Espíritu Santo aquel día que nadie recuerda. Se trata de un sencillo conglomerado (sólo harina, huevos y azúcar), básico y aburrido, la receta tradicional de una abuela tradicional que intentó ser moderna sin éxito.

          —¿Sabes una cosa? —había dicho el día de autos—, yo soy como este bizcocho. Existí para agradar a todo el mundo, pero nunca entusiasmé a nadie.

El 1 de febrero de 1956 Carmen María del Espíritu Santo, desmoldado el bizcocho, extendió un mantel blanco sobre la mesa del comedor anexo a la cocina con la ayuda de su nieta, le dio un abrazo sin venir a cuento, recordó en voz alta cuánto la quería… y la mandó de vuelta a su casa, situada dos calles más arriba. ¿Pero quién, con doce años, renuncia a una fiesta de cumpleaños que está a punto de celebrarse? Olía tan bien el bizcocho recién horneado que la interpelada no se movió de su sitio. “Venga, vete antes de que llegue ésta, insistió Carmen María del Espíritu Santo. “Es una reunión de mayores y no puedes quedarte.” Luego, casi a empujones, echó a su nieta a la calle.


A la niña le molestó ser tratada de ese modo. Tales brusquedades no casaban en absoluto con la forma de ser de Carmen María del Espíritu Santo. En cualquier caso, si había algún verbo que a los niños de entonces les costaba conjugar, ése era “desobedecer”. Lo hacían, por supuesto, pero evitando siempre el enfrentamiento directo. Por eso, la niña se fue calle arriba fingiendo su conformidad con la orden recibida, al tiempo que se cruzaba con la mujer que esperaba su abuela. La conocía bien, aunque en realidad en aquel pueblo todos se conocían. Encaramado a la sierra y recogido sobre sí mismo, no había otra diversión que la de relacionarse con el prójimo. Se llamaba Remedios y era una solterona al uso que, habiendo cuidado a su madre toda la vida, andaba siempre arrastrando los pies. Cobijada bajo un paraguas seco, pues todavía no llovía, levantó la barbilla y dijo “A ver a tu abuela voy”. La nieta hizo una mueca extraña y con la mano le dijo adiós. Pero una vez que constató que la mujer había entrado en la casa, deshizo sus pasos, rodeó la casa, y accedió a un pequeño patio trasero. Había dejado entreabierta unos milímetros la puerta de la cocina, así que esperó junto a ella. Al otro lado, las dos mujeres hablaban en voz queda, y el ruido de una vajilla, cuyas piezas entrechocaban ruidosamente, no dejaba oír lo que decían. Cuando las voces sonaron amortiguadas, evidenciando que se habían instalado en el comedor, se adentró en la casa sin hacer ruido y se escondió bajo la mesa de la cocina, cubierta con unas enaguas de croché repletas de agujeritos. Aguzó la vista y el oído. Nada podía gustarle más que presenciar “una conversación de mayores”.


La voz de Carmen María del Espíritu Santo, dirigiéndose a Remedios, era tan nítida que la niña la oyó perfectamente:

           —No podías descuidar a tu madre… dijiste. Y te dio igual que yo me volviera loca.
        Remedios, masticando sin descanso, como si la actividad de engullir un trozo de bizcocho tras otro la dispensara del engorroso trámite del habla, agachaba la cabeza mientras oía.
         —“No puede ser… no puede ser… en el pueblo se acabará sabiendo.” ¡Te inventaste ese miedo atroz, como te lo inventaste todo! —siguió diciendo Carmen María del Espíritu Santo, tomando lentamente el cuchillo que había usado para cortar el bizcocho. Pareció crecer en su mano al blandirlo en el aire mientras hablaba:
        —Qué idiota fui rogándote amor. Falsa beata, mosquita muerta, ¡salida como una furcia!… Tomás me confesó lo vuestro antes de largarse a la tumba. Lo que no se esperaba, mi pobre marido, es que yo le confesara lo mismo….
          El cuchillo rasgó el aire muy cerca del rostro de Remedios, que instintivamente se replegó en su asiento. De pronto, Carmen María del Espíritu Santo guardó silencio. Era obvio que su invitada comenzaba a sentir ya el fuerte dolor de vientre esperado, punzante como el cuchillazo temido, un dolor lacerante que rasgaba su estómago sin piedad. Remedios comenzó a chillar. Retorciéndose como una serpiente, resbalando de la silla y cayendo al suelo de barro, convulsionó durante diez minutos eternos antes de que llegara el estertor de la muerte. Durante todo ese tiempo, la niña ahogó su boca con ambas manos para no gritar y cerró los ojos, cosidos por el espanto. En cambio, Carmen María del Espíritu Santo permaneció serena, con el rostro inundado de una paz inverosímil.
       —Te he querido tanto…., te he querido tanto… —repetía, en una letanía monocorde que era casi un susurro.
          En el último instante, de un modo solemne y teatral que evidenciaba su severo trastorno mental, confesó a la moribunda que había mezclado ácido prúsico con la harina del bizcocho, y comenzó ella misma a engullir el resto del inofensivo pastel (sólo en apariencia) que todavía reinaba sobre la mesa. La nieta se sacudió entonces el pánico, abandonó su escondite sin ser vista, y una vez en la calle, corrió y corrió hasta su casa, dejándose el habla en alguna parte de aquel pueblo con treinta calles torcidas y ninguna recta.

Como cada mañana, la muda prepara el bufete del desayuno en la posada que regenta y, junto al bizcocho que elabora diariamente, coloca un tarjetón coloreado con acuarelas donde puede leerse “Bizcocho de la abuela”. Los huéspedes agradecen el detalle, y cuando lo ingieren se imaginan a una ancianita entrañable. Olvidan, como olvidamos todos, que nunca hay que fiarse de las apariencias.


29-30 de agosto de 2024


Paloma Ruiz del Portal Muñoz
Nació en Málaga, donde reside, y ha sido abogada en ejercicio hasta 2019. Ha asistido a diversos cursos de escritura creativa, relato corto y novela en Talleres Paréntesis (Málaga) y Talleres Fuentetaja (Madrid). Actualmente cursa un Máster de escritura y narración creativa en la Escuela DesArts de Lleida. Empe a participar en certámenes literarios en el año 2020, y desde entonces ha obtenido los siguientes reconocimientos: ganadora del XXXIX Certamen de Literatura Castillo de San Fernando (Ayuntamiento de Bolaños de Calatrava), del XXVI Certamen Literario de relato breve Villa de Colindres con Turismo Líquido (publicado en la antología), del IX Concurso de Relato Corto Sociedad Cántabra de Escritores con Mujer sin nariz (publicado en la antología, 2024), del XXXVI Certamen literario Álvarez Tendero, Premio Internacional Arjona de relato breve, del V Certamen de poesía y relato corto de la Red de Bibliobuses de Guadalajara con Los hombres formol (publicado en la antología), del Concurso Literario Ciudad de Arnedo 2024, del IV Concurso Literario de Relatos Cortos sobre la estiba portuaria con El hombre de la trompeta (publicado en la antología), del XVI Premio literario Fundación Fernández Lema, del XLII Concurso de Cuentos Villa de Errenteria (2022), de la XXXV edición del Certamen Literario de Cúllar Vega (2022), del XXVI Certamen Literario Ciudad de Arahal, del III Certamen de Relato Breve Casa Castilla La Mancha en Parla, y del XXIII Concurso de Narraciones “Cuando yo era joven”, del Ayuntamiento de Leioa; accésit en el XXXVI Certamen Literario Mi Semana Santa (2023), además de ganar diversos segundos y terceros premios, y quedar finalista en numerosos concursos. Tercer Premio (ex aequo) del V Concurso Internacional “Litteratura” de Relato.


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