martes, 19 de noviembre de 2024

Los viernes por la tarde hace más frío......Indira Córdoba Alberca*

Segundo Premio (ex aequo) del V Concurso Internacional "Litteratura" de Relato

Foto: REDfox, Adolescente feliz y sonriente, vestido en movimiento
Por algo odié siempre las peluquerías. Busco estilistas que no hablen ni pregunten. Pocas veces tuve suerte. La tarde de peluquería trae los rumores inevitables, esos que trato de ignorar y no siempre lo consigo. Buenas tardes, tengo el turno de las dos. Disculpe nomás a Milagritos, está así porque terminó con el novio. Mi corte de siempre, por favor. Él le puso los cuernos, también era enfermo de los celos. No, no me voy a teñir, solo cortar. Ya se casaron, no puede quedar embarazada; hay que dejar que las parejas resuelvan sus cosas solas. Las cejas sí me voy a perfilar. Recomendaciones de veterinarios, psicólogos y dentistas. Sólo las puntas y me deja el flequillo, por favor. Ésa está más guapa; parece que ya lo dejó al marido. Depíleme con cera, por favor. Ya superó el cáncer la señora de... Manicure y pedicure. Le deben el sueldo de dos meses. No me aplique el secador. Las cosas que uno se viene a enterar del colegio de señoritas… fíjense lo que pasó con la nena de acá arriba...
       En ese momento, los sonidos de secadores, las voces, la música de fondo, los ruidos que venían de la calle, se mezclaron, me aturdieron y me pegaron de lleno en la cabeza.
          —¿Cuál niña? ¿La de acá arriba?... ¡La que bailaba!
          —¿Bailaba?
          —¿La niña?
          —¿La amiguita del hijo de...?
       Pienso en la soledad del viernes que está en el frío que me recorre, en el gris de la tarde, ese gris de secreto y de tristeza, en imaginar a los que ya no están, en imaginarlos con alguien más disfrutando el final de la semana. Es la soledad de latas vacías que ruedan por la vereda alrededor de un grupo de universitarios ebrios o fumados que faltaron a las últimas clases del San Viernes. Llego a mi casa y veo esta hermosa ciudad que empieza a iluminarse. Imagino tantos mundos, tantas vidas, a través de esas ventanas y esas luces. Las luces de la noche siempre bailan.
          Hay una ventana del edificio frente al mío; en las mañanas de sol un gatito naranja solía hacer equilibrio y malabares en el filo. Lo saludaba con la recomendación de que no molestara al colibrí que vive en el árbol que nos separa. Estaba muy lejos para escucharme con los oídos, estoy segura de que me escuchaba con la mente. Tu abuela lo obligaba a entrar con un medio regaño, solo para abrazarlo y sofocarlo a besos.
        Por la tarde, desde el mismo sofá, observaba el edificio. No había indicios del gato ni la dueña; muchas ventanas a oscuras, algunas iluminadas y otras tantas siluetas tras los vidrios. El viernes a las seis cambiaba la tarde, la atmósfera del edificio y, por un momento, también mi ánimo. Tras la cortina de la primera ventana de izquierda a derecha, podía ver una figura joven, menudita y estilizada que se movía dentro del marco de la ventana. Sin escuchar el ritmo con el que se expresaba, yo también sentía los acordes. Por momentos parecía que quería ir lejos con el compás de la música, allá donde la llevaban las notas que recorrían su cuerpo. Algo expulsaba en aquel baile ese ser en libertad.
         Cada viernes esa escena me decía que la vida es linda. Mirar la ventana, suspirar y sonreír, eso bastaba para que reluciera la tarde. Conforme pasaron los meses, me fui familiarizando con la silueta, con el baile. Notaba cuando cambiaba de ritmo y me di cuenta de que se trataba de una adolescente.
          A tu edad yo también bailaba y también reía. No supiste que eras capaz de darle alegría a un ser humano tan solo con verte danzar. No importaba si yo estaba enferma, sola o triste.
       No te culpo y hasta te entiendo, pequeñita. Hiciste todo lo que no debías. Puedo sentir tu soledad. No tenías nada, tampoco a dónde ir. Seguías siendo la niña que jugaba con hormigas. ¿Cuántas veces quise hacer lo mismo? Lo más aterrador fue haber perdido el miedo. Las lágrimas escuecen en este rostro al que sólo me provoca desgarrar para que deje de sentir. Era tan lindo verte conectada contigo misma; emocionada, entonces, pensaba que la alegría no sucumbe. Sentía que no me iba a morir nunca cuando te veía bailar. ¿Qué sabía yo que bailabas al ritmo de una despedida?
      Gracias por acompañarme con tu sonrisa pícara que seguro conservas donde sea que te encuentres. Gracias, porque también pude reír en esa noche de soledad cuando buscaba la luna y escuché tu risa chispeante. ¡Qué mensa, la vecina! No se da cuenta que la luna está del otro lado. Basta con mover la hoja de la ventana y ahí está. Es el miedo. No tenga miedo, vecina, no está sola, acá estamos con usted la luna y yo.
         Ahora sólo veo tu departamento iluminado y vacío. Albañiles que remodelan y pintan. ¿Querrán borrar el dolor, tu recuerdo, tu perfume, las huellas de tu baile? Impotencia. Este llanto, como si algo exprimiera mi pecho, sale solito sin siquiera pensar o recordar. Cuando me encuentre contigo en donde sea, te abrazaré y te agradeceré por todo lo que hiciste para que yo pudiera resistir hasta ese entonces.
          En otro lado, a la misma hora, un niño se desmorona en brazos de su padre. Se había olvidado de hablar, solo sabía llorar. En su pecho se apretaba el recuerdo del baile y de tu risa, que era mejor que la música, y de tus ojos, que cantaban más que el coro. Acaba de descubrir que los buenos tiempos jamás vuelven, como cuando iban cuesta abajo y de cabeza en una patineta.
       Imagino todo lo que escucho en esa peluquería, a una madre que aúlla el ardor de su pecho. La que acariciaba tus ojos por las noches sólo para comprobar que habías llorado y no te consolaba, si acaso, acariciaba tu manito. Te recuerda inteligente y solitaria, entre adultos que sólo conseguían aburrirte. Te ve curiosa e inquieta; desarmabas las cosas para saber cómo funcionaban, y de ser posible, hubieses creado otras a partir de esos pedazos. Eso enloquecía a la familia. Traviesa, incorregible, te llamaban. Eras ese cachorro destructor que provocaba regalar o abandonar en una carretera porque rompía todo en casa y además nunca había con quién dejarlo. Ahora ella pide perdón a los demás porque no estás. Tu madre trata de anestesiarse con un vino y llora al pensar cómo serán sus navidades de ahora en adelante. Ya no importa si es el mantel rojo o el de diario, si pone el árbol o esas lucecitas y si sólo escucha el eco de su voz como respuesta en el vacío de la sala, mientras las luces estallan allá afuera. Tampoco importa ya.
          Tu abuela no resistió saber por qué se detuvo la música y el gatito se fue porque tampoco pudo con tu ausencia.
        Hierven las lenguas de manicuristas, clientes, cosmetólogas y estilistas. Por eso mi niño no fue a la escuela hoy; decretaron día de luto porque se suicidó esa niña, doce años tenía, nadie sabe por qué. La encontraron ahorcada en su dormitorio. No eran nuestras clientes, eran vecinas; vivían en el décimo piso de acá arriba. Tenía un nombre lindo, se llamaba… ¿Me cobra, por favor? Tengo prisa. Interrumpí, no quise ponerle nombre a mi tristeza.


Indira Córdoba Alberca
*
 Nació en Quito (Ecuador) en 1975. En el año 2008 se mudó a Argentina, donde ha publicado sus últimas obras. Actualmente divide su tiempo entre los dos países. Es promotora de lectura e imparte talleres literarios. Ha publicado los libros de cuentos Diosas en el fuego (El Ángel Editor, 2007), Ruleta rusa y otros giros de fortuna (iRojo Editores, 2013) y Hecatombes (Editorial Biblos, 2020); y la novela No me digas que fueron a volver (Editorial Biblos, 2022). Su trabajo ha sido reconocido con diversos premios, publicaciones, antologías y menciones en Ecuador, Argentina, México, Estados Unidos, España, Colombia y Canadá. Finalista del II Concurso Litteratura y Segundo Premio (ex aequo) del V Concurso Internacional Litteratura de Relato.

1 comentario:

  1. Admiro mucho a Indira, mi respeto y cariño, con su libro “No me digas que fueron a volver” me
    incentivo mucho a la lectura tanto en Español como en Inglés. Wow es espectacular con sus cursos de escritura, nunca pensé que por medio de la escritura se podía sanar el alma. Agradecida por conocerla en mi caso vía online. Éxitos Indira en todo los que hagas .

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