Segundo Premio (ex aequo) del V Concurso Internacional "Litteratura" de Relato
Foto: REDfox, Adolescente feliz y sonriente, vestido en movimiento |
En
ese momento, los sonidos de secadores, las voces, la música de
fondo, los ruidos que venían de la calle, se mezclaron, me
aturdieron y me pegaron de lleno en la cabeza.
—¿Cuál
niña? ¿La de acá arriba?... ¡La
que bailaba!
—¿Bailaba?
—¿La
niña?
—¿La
amiguita del hijo de...?
Pienso
en la soledad del viernes que está en el frío que me recorre, en el
gris de la tarde, ese gris de secreto y de tristeza, en imaginar a
los que ya no están, en imaginarlos con alguien más disfrutando el
final de la semana. Es la soledad de latas vacías que ruedan por la
vereda alrededor de un grupo de universitarios ebrios o fumados que
faltaron a las últimas clases del San Viernes. Llego a mi casa y veo
esta hermosa ciudad que empieza a iluminarse. Imagino tantos mundos,
tantas vidas, a través de esas ventanas y esas luces. Las luces de
la noche siempre bailan.
Hay
una ventana del edificio frente al mío; en las mañanas de sol un
gatito naranja solía hacer equilibrio y malabares en el filo. Lo
saludaba con la recomendación de que no molestara al colibrí que
vive en el árbol que nos separa. Estaba muy lejos para escucharme
con los oídos, estoy segura de que me escuchaba con la mente. Tu
abuela lo obligaba a entrar con un medio regaño, solo para abrazarlo
y sofocarlo a besos.
Por
la tarde, desde el mismo sofá, observaba el edificio. No había
indicios del gato ni la dueña; muchas ventanas a oscuras, algunas
iluminadas y otras tantas siluetas tras los vidrios. El viernes a las
seis cambiaba la tarde, la atmósfera del edificio y, por un momento,
también mi ánimo. Tras la cortina de la primera ventana de
izquierda a derecha, podía ver una figura joven, menudita y
estilizada que se movía dentro del marco de la ventana. Sin escuchar
el ritmo con el que se expresaba, yo también sentía los acordes.
Por momentos parecía que quería ir lejos con el compás de la
música, allá donde la llevaban las notas que recorrían su cuerpo.
Algo expulsaba en aquel baile ese ser en libertad.
Cada
viernes esa escena me decía que la vida es linda. Mirar la ventana,
suspirar y sonreír, eso bastaba para que reluciera la tarde.
Conforme pasaron los meses, me fui familiarizando con la silueta, con
el baile. Notaba cuando cambiaba de ritmo y me di cuenta de que se
trataba de una adolescente.
A
tu edad yo también bailaba y también reía. No supiste que eras
capaz de darle alegría a un ser humano tan solo con verte danzar. No
importaba si yo estaba enferma, sola o triste.
No
te culpo y hasta te entiendo, pequeñita. Hiciste todo lo que no
debías. Puedo sentir tu soledad. No tenías nada, tampoco a dónde
ir. Seguías siendo la niña que jugaba con hormigas. ¿Cuántas
veces quise hacer lo mismo? Lo más aterrador fue haber perdido el
miedo. Las lágrimas escuecen en este rostro al que sólo
me provoca desgarrar para que deje de sentir. Era tan lindo verte
conectada contigo misma; emocionada, entonces, pensaba que la alegría
no sucumbe. Sentía que no me iba a morir nunca cuando te veía
bailar. ¿Qué sabía yo que bailabas al ritmo de una despedida?
Gracias
por acompañarme con tu sonrisa pícara que seguro conservas donde
sea que te encuentres. Gracias, porque también pude reír en esa
noche de soledad cuando buscaba la luna y escuché tu risa
chispeante. ¡Qué mensa, la vecina! No se da cuenta que la luna está
del otro lado. Basta con mover la hoja de la ventana y ahí está. Es
el miedo. No tenga miedo, vecina, no está sola, acá estamos con
usted la luna y yo.
Ahora
sólo
veo tu departamento iluminado y vacío. Albañiles que remodelan y
pintan. ¿Querrán borrar el dolor, tu recuerdo, tu perfume, las
huellas de tu baile? Impotencia. Este llanto, como si algo exprimiera
mi pecho, sale solito sin siquiera pensar o recordar. Cuando me
encuentre contigo en donde sea, te abrazaré y te agradeceré por
todo lo que hiciste para que yo pudiera resistir hasta ese entonces.
En
otro lado, a la misma hora, un niño se desmorona en brazos de su
padre. Se había olvidado de hablar, solo sabía llorar. En su pecho
se apretaba el recuerdo del baile y de tu risa, que era mejor que la
música, y de tus ojos, que cantaban más que el coro. Acaba de
descubrir que los buenos tiempos jamás vuelven, como cuando iban
cuesta abajo y de cabeza en una patineta.
Imagino
todo lo que escucho en esa peluquería, a una madre que aúlla el
ardor de su pecho. La que acariciaba tus ojos por las noches sólo
para comprobar que habías llorado y no te consolaba, si acaso,
acariciaba tu manito. Te recuerda inteligente y solitaria, entre
adultos que sólo
conseguían aburrirte. Te ve curiosa e inquieta; desarmabas las cosas
para saber cómo funcionaban, y de ser posible, hubieses creado otras
a partir de esos pedazos. Eso enloquecía a la familia. Traviesa,
incorregible, te llamaban. Eras ese cachorro destructor que provocaba
regalar o abandonar en una carretera porque rompía todo en casa y
además nunca había con quién dejarlo.
Ahora ella pide perdón a los demás porque no estás. Tu madre trata
de anestesiarse con un vino y llora al pensar cómo serán sus
navidades de ahora en adelante. Ya no importa si es el mantel rojo o
el de diario, si pone el árbol o esas lucecitas y si sólo
escucha el eco de su voz como respuesta en el vacío de la sala,
mientras las luces estallan allá afuera. Tampoco importa ya.
Tu
abuela no resistió saber por qué se detuvo la música y el gatito
se fue porque tampoco pudo con tu ausencia.
Hierven
las lenguas de manicuristas, clientes, cosmetólogas y estilistas. Por
eso mi niño no fue a la escuela hoy; decretaron día de luto porque
se suicidó esa niña, doce años tenía, nadie sabe por qué. La
encontraron ahorcada en su dormitorio. No eran nuestras clientes, eran vecinas; vivían en el décimo piso de acá arriba. Tenía un nombre lindo, se
llamaba… ¿Me cobra, por favor? Tengo prisa. Interrumpí, no quise
ponerle nombre a mi tristeza.
Indira Córdoba Alberca |
Admiro mucho a Indira, mi respeto y cariño, con su libro “No me digas que fueron a volver” me
ResponderEliminarincentivo mucho a la lectura tanto en Español como en Inglés. Wow es espectacular con sus cursos de escritura, nunca pensé que por medio de la escritura se podía sanar el alma. Agradecida por conocerla en mi caso vía online. Éxitos Indira en todo los que hagas .