sábado, 2 de noviembre de 2024

El precio......Oscar Sipán*

Segundo Premio del V Concurso Internacional "Litteratura" de Relato

Nadar contracorriente cansa. Pero qué tristeza hay

                                                                                                en esos troncos que se dejan llevar hacia el mar.

LORENZO OLIVÁN

Foto: La Piedra de Ordovés, Huesca (turismoverde.es)
Los ocho autobuses llegaron a la hora de la siesta. Para alcanzar el pueblo de Malacia había que ascender un puerto de segunda categoría construido bajo la fórmula de curva, contracurva y precipicio. Un infierno cuya carretera, un antiguo camino medieval, no era otra cosa que un amasijo de gravilla resbaladiza y macadán, un puente de tres arcos sin barandilla y socavones del tamaño de charcas. Las manadas de jabalíes campaban a sus anchas al caer la tarde. Malacia era un pueblo feo, con una iglesia de torre campanera fea, en un valle feo que se abrazaba a sí mismo; un pueblo sin hijo ilustre ni camposanto que hacía años que no utilizaba la pila bautismal.
         Los autobuses aparcaron en un rebaje del terreno entre dos campos, y los viajeros descendieron vistiendo los distintos plumajes de la muerte: un ejército de enfermos, desahuciados de la medicina tradicional, en tránsito hacia otra forma de vida, hacia la gloria del cielo, sin saber que la gloria no era otra cosa que un primer beso en una noche de verano, el nacimiento de una hija, el abrazo de un amigo en una plaza desierta. Venían de la capital, tras horas y horas de incómodo viaje, con la promesa velada de la sanación. Era un acto subversivo, un desembarco de Normandía inverso donde los tullidos recuperarían brazos y piernas en lugar de perderlos. La esperanza era un rompecabezas para entretener al cerebro. Unos trataban de esconderse en el espesor de su fe religiosa, otros en el vacío existencial, pero todos andaban desesperados. Porque nadie estaba preparado, no había fiestas para el buen morir.
          Un reportero había publicado un artículo sobre una piedra que curaba. Por casualidad, al equivocarse de carretera para cubrir un congreso de micología, dio con sus huesos en el pueblo de Malacia. Y descubrió carne periodística de primer orden, una historia que contar: disponían de una piedra mágica que, al sumergirla en agua, sanaba a los animales y a las personas. La piedra era un tesoro, magia comunal que provenía de la noche de los tiempos. En Malacia se moría de viejo, por accidente o suicidio, pero nunca por enfermedad. Las redes sociales habían amplificado la noticia de forma exponencial y el efecto llamada no tardó en llegar. Sin duda, los ocho autobuses sólo eran el comienzo.
        Perdidos como cosmonautas en un club de jazz, fueron recorriendo el pueblo, con el olor de la tierra mojada impregnándoles las fosas nasales, en una especie de procesión silenciosa, hasta que se cruzaron con un lugareño.
          Queremos ver la piedra, tomó la palabra el presidente de una asociación de enfermos. Tenía una de esas caras en las que se podía adivinar el niño que fue, uno de esos niños malos que arrancaban las alas a las moscas y abrasaban los hormigueros con una lupa.
           Con normalidad, el lugareño señaló una casa, y allí se dirigieron.
          Al abrir la puerta, sintió algo totalmente alejado de la lástima. Estaba acostumbrado, formaba parte de su legado, de la tradición familiar. Pudo sentir el pulso acelerado por la esperanza, sus venas de sangre cuajada, la metástasis de la enfermedad. Se adentró en la casa sin decir nada, dejando la puerta entornada, y regresó poco tiempo después con una humilde caja de ajedrez de la que extrajo una piedra pequeña, pulida, sujeta por alambres de latón y con forma de planeta sin nombre. Parecía un hacha de sílex prehistórica. Parecía un meteorito llegado de los confines del Universo. Parecía el corazón de un ángel petrificado. Sin más preámbulos, la introdujo en el agua de una gran tinaja de color ceniza y luego, una por una, fue llenando las botellas y los frascos que le fueron entregando. Todo el mundo era invulnerable una única noche de juventud, y ese poder parecía dormir en el agua de la tinaja. Unos le besaban la mano al recibir el regalo, otros rezaban entre lágrimas. El agua con magia un agua blanda, de pozo sabía igual que el agua sin magia. Pero, placebo o no, a veces los milagros tomaban la absurda forma de una piedra.
      Oscurecía pronto en el pueblo de Malacia. Las crestas de los montes se convertían en siluetas inquietantes y el valle comenzaba a devorarse a sí mismo.
            Subieron a los autobuses camino de la capital.


¿Falta alguien?
           Hay un asiento libre al fondo.
           Se habrá confundido de autobús. Arrancamos, todavía tenemos un largo trecho.


Cuando los viajeros se adentraron en ese infierno de curva, contracurva y precipicio, el pueblo de Malacia se preparó para el sacrificio: era año bisiesto y en año bisiesto se alimentaba al dragón. Como hicieron sus padres y sus abuelos, y los abuelos de sus abuelos.
           La piedra tenía un precio.


Oscar Sipán
* Nació en Huesca en 1974. Galardonado en numerosos certámenes literarios, es autor, entre otros, de los libros Rompiendo corazones con los dientes (Premio de Narrativa Odaluna 1998, Edisena), Guía de hoteles inventados (IX Premio de Libro Ilustrado 2007, Diputación de Badajoz), Cuando estás en el baile, bailas (XVI Premio Ciudad de Getafe de Novela Negra 2012, Edaf, escrito junto a Mario de los Santos), Quisiera tener la voz de Leonard Cohen para pedirte que te marcharas (Base Editorial, 2013, Finalista del Premio Hispanoamericano Gabriel García Márquez 2014), La novia francesa de Ho Chi Minh (Limbo Errante, 2017), e Inventario de Monos (Pregunta Ediciones, 2019, junto a Mario de los Santos). Coguionista de la serie Aragón, el viaje fascinante (Aragón Televisión), y guionista de los cortometrajes El talento de las moscas (2006), Il mondo mío (2010) y Cuarenta días de niebla (2016). Fue editor y socio fundador de Tropo Editores, junto a Mario de los Santos (2006-2016). Es un honor poder darle la bienvenida a nuestro hasta ahora humilde blog: ha obtenido el Segundo Premio del V Concurso Internacional "Litteratura" de Relato. Oscar nos cuenta que su método narrativo se puede resumir en una frase de Mary McCarthy que a él le encanta: "Estoy poniendo ciruelas reales en un pastel imaginario". El precio se basa en la Piedra mágica de Ordovés, conocida en todo el valle del río Guarga (Alto Gállego, Huesca) por sus poderes sanadores. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...