miércoles, 14 de agosto de 2024

Lady Laura......Maikel Sofiel Ramírez Cruz

Foto: Paco Luna, Kenia

Tu madre tararea una canción mientras prepara café. Puedes escuchar el sonido de los trastos en el fregadero.
      A tu izquierda, en la parte más cómoda del colchón, donde hay menos muelles sueltos, Laura duerme profundamente. La observas y la estudias con enfermiza calma. Tiene la boca entreabierta y sus párpados ocultan sus ojos de puta, pero imaginas que te mira del mismo modo que te miró en aquella ocasión en la oficina del Central.
           Me mira y me embelesa, piensas. Sí, te seduce como una perra cuando encuentra al indicado, entonces le muestra los colmillos a cualquier otro que intente acercársele, entonces no quiere hacerlo sino es con ése, no le importa que tan sucio o cuán descuidado esté, no le importa, porque ése es el que le gusta, y nadie puede entender cómo es posible algo así, siendo ella una perra elegante y de raza. Nadie entiende qué hace una mujer como ella con un tipo como tú.
          Ella duerme, y te preguntas si estás despierto o si aún duermes y eso no es más que un sueño. No tiene importancia, ella duerme a mi lado y para mí es suficiente, piensas.
        No te importa que se esté acabando el arroz y que no tengan nada de comer para ese día, ni que la gente se vaya en masa y en balsas para el Norte revuelto y brutal, tampoco te importan los discursos ni las consignas ni las marchas, ni los resultados de la última zafra azucarera, ni las noticias en la televisión, ni las críticas a tus cuentos en los talleres literarios de la Casa de la Cultura, ni los resultados de los concursos. Nada te importa.
          Ella duerme y podría roncar con estridencia que no te importaría. Ella podría pasar el día durmiendo. No importa si no cocina, si no lava, si no ayuda a limpiar la casa, si no arregla la cama. No te importa. Cuando un hombre ama a una mujer, no le interesan esas pequeñeces.
        Se ha movido intranquila, pero sonríe. Quién sabe y está soñando contigo.
        La sábana que la cubre rodó hasta su cintura y ha dejado al descubierto su cuerpo. Su desnudez abruma, se la entrega a tus ojos poseídos. Sus senos son pequeñas montañas que se elevan sobre su pecho y se mueven al ritmo de su respiración. Su vientre es plano como las autopistas de las películas, y allí, un poco más abajo del ombligo, entre sus piernas, brota ese manantial donde bebes casi a diario, intentando saciarte, pero solo consigues aumentar exponencialmente tus ganas.
        Despertarla sería un atropello, piensas, mientras te acaricias y mueves con destreza tu mano derecha sobre tu sexo. Entonces te parece que está despierta, porque el vaivén de los muelles del viejo colchón te delata, pero solo abre un poquito los ojos, supones que te observa. Quién sabe y la excita el saberse deseada, quién sabe y su sonrisa es una sonrisa cómplice, quién sabe y le gusta ese juego masturbatorio tanto como a ti. Sientes ese escalofrío dulcísimo que precede a los orgasmos recorriendo tu cuerpo, entonces tu madre te llama.
          La vieja termina el café mientras tararea. Te despierta el ruido de los trastes dentro de la palangana y el molesto concierto matutino de los gallos. A tu lado, en la parte más cómoda de la cama, no hay nadie, pero eso no importa, Laura durmió contigo. Lo sabes porque su perfume permanece sobre la almohada y porque no es la primera vez que se va muy temprano. Lo sabes por el aroma en tus manos y alrededor de tu boca y en tus genitales, es su olor, la sublime fragancia de sus fluidos. Lo sabes porque tu madre no llora sin alivio como antes, al amanecer. Lo sabes bien, pues Laura tiene cuatro meses de embarazo, y a ti te falta menos de un semestre para graduarte y casi no estás escribiendo porque estás trabajando muy duro en la tesis. Estás seguro por muchísimas razones, pero estás convencido porque andas sobrio.
        La vieja enciende la radio a todo volumen y sintoniza la emisora local. El presentador interroga a la audiencia, quiere que identifiquen al personaje. En esta ocasión se trata de un escritor, que durante la mañana estará presentando su libro autobiográfico, “Balada en re menor", en la biblioteca municipal.
           Tu madre se asoma a tu cuarto sin dejar de canturrear, puedes verla en la penumbra. Sonríe y dice que te acabes de levantar, o eres comemierda y tratas de llegar tarde a la presentación de tu primer libro.
          Observas un instante las marcas en tus muñecas, las cicatrices que dejó el filo del vidrio. Recuerdas a Yuri cuando estaba embarazada, luciendo una preciosa bata azul cubierta de sangre entre sus piernas y puedes escuchar el llanto de tu hijo nonato. Piensas en el camino a Vedado 6, en el sendero hacia el monte, en el perro sarnoso lamiendo tu sangre. Recuerdas a tu abuelo durmiendo eternamente dentro de su féretro. Recuerdas el hospital, las duchas con agua fría, la comida pésima del comedor y las pastillas que te hacían tragar antes de dormir. Recuerdas que tu padre se largó y nadie sabe dónde está. Imaginas la consulta donde los doctores te hacían miles de preguntas y recuerdas el papel sobre el buró donde escribiste algo así:
          No soy más que un cobarde, un borracho paranoico y abusador con delirios de grandeza, con ínfulas de escritor, y esta es mi historia.
          En la radio Roberto Carlos canta Lady Laura y tu madre desentona junto a él, mientras bebe café recién colado. Tú sonríes y también desafinas, te pones de pie y vas desnudo hacia el baño. 

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