domingo, 11 de diciembre de 2022

Comienzo del espacio publicitario......Carlos Orellano*

Finalista del IV Concurso Litteratura de Relato   

Foto: www.mejorconsalud.as.com

Ni siquiera en aquel vívido obsequio del subconsciente, Ezequiel podía creer que se encontrara durante más de cinco segundos frente a aquella majestuosa mujer a quien tantos años había dedicado su indisimulada atención, aquella proclamada protagonista de todas y cada una de sus despiertas y húmedas fantasías, por la que era capaz de vender su alma al diablo; ¿acaso ya había firmado el contrato?... Sin previo aviso, sus labios se entrelazaron jadeantes entre sí, y la lengua, revoloteando en su interior, le despertó la libido como nunca antes... Sus compañeros de oficina transitaban por los corredores de sus cubículos, mientras ellos entrelazaban los cuerpos en un revuelco frenético que terminó por arrojar la computadora, una montaña de papelerío y todos los elementos de escritorio al suelo, tal como si se tratara de un acontecimiento digno de interrumpir toda rutina laboral; hasta que de repente, ella se detuvo un instante para recobrar el aliento, elevó aquel torso provocativo por encima de su presencia recostada incómodamente, desabrochó botón a botón su escotada camisa blanca, y a punto estaba de quitarse el sostén cuando...
            «Anuncio en cuatro… tres… dos… uno…»
            No, no, no, ¡por favor, no!… —imploraba el muchacho, desesperado.
         «Volví para arreglar las cosas de una vez por todas, volví para quedarme y poner todo en su lugar», relataba con voz decidida aquel candidato político, acompañando a la imagen de un hombre de prominente obesidad, profunda calvicie y ataviado con un elegante atuendo hecho a medida, que caminaba rodeado de personas que no dejaban de sonreírle, aplaudirle y compartirle palabras entusiastas, aunque vedadas por su propia oratoria: «Por un mejor salario laboral y una calidad de vida digna para todos y todas, este veintidós de noviembre acompáñanos con tu voto. Ricardo López Mesa, candidato a senador por la provincia de Santa Cruz, lista 680, el Frente Amplio de todos.»
         Abrió los ojos en la oscuridad de su habitación, contempló las 03:44 del radio-reloj y dejó escapar su frustración junto a un prolongado suspiro por la interrupción del sueño más hermoso que jamás había tenido, sólo por el fastidio de haberse olvidado de abonar el impuesto de «Publinor» —la empresa responsable de la publicidad neuronal—, y en el peor momento posible: el inicio del inminente bombardeo propagandístico de la campaña electoral.
           Cuanto más tiempo dejaba pasar la satisfacción del impuesto, más espacios publicitarios interrumpían sus pensamientos, sus recuerdos e incluso cualquier lapso de imaginación y razonamiento, así como tanto más se iban alargando en penalización los segundos de inevitable espera para recién poder acceder a la opción de saltar el anuncio. Resultaba sencillo diferenciar a los que mantenían sus pagos al día de los que se encontraban en mora, pues estos últimos indicaban a sus contrapartes con un ademán de la mano que pausaran un momento sus pláticas hasta poder librarse a sí mismos de la publicidad emitida en el pensamiento.
         Recordaba que «Grinadol, el analgésico número uno que elimina toda molestia a la primera toma» se proyectaba en su mente mientras intentaba acordarse de los datos específicos que su jefe le había ordenado recabar, y su concierto de improperios para con su incompetencia quedaba en segundo plano ante aquel pegajoso, infantil y tan detestable villancico de «Rinde más», un jabón líquido y lavavajillas que prometía limpiar montañas de platos sucios con menos de la mitad de la gota absorbida en una esponja, que al apretarse, desprendía tal cantidad de espuma que se perdía de vista la mano que la sostenía.
       Sólo en tres ocasiones había logrado mantener su cabeza completamente en blanco, de forma inconsciente, cortesía de una profunda desazón existencial: el día en que lo despidieron del trabajo, la ruptura, a la semana siguiente, de una relación amorosa que sostuvo cual tambaleante castillo de naipes por más de diez años y, por si fuera poco, el inesperado fallecimiento de sus padres, producto de un accidente automovilístico que terminó por amoldar los cimientos de una inevitable crisis nerviosa.
           Las dificultades financieras no quedaron al margen, y su inevitable desgana por la vida misma lo postró en el lecho cual paciente terminal, con una higiene personal brillando por su ausencia, una barba oscura y descuidada que abarcaba gran parte de su rostro, unos ojos inyectados en sangre y ahogados en prominentes bolsas hinchadas que reposaban sobre penumbrosos cráteres, y unos labios partidos y resecos que no dejaban de balbucear de manera autómata todos y cada uno de aquellos diálogos y tonadas, aprendidos ya de memoria ante las maratones publicitarias ininterrumpidas. Había alcanzado ya tal grado de mora que se disparaba indiscriminadamente el arsenal de anuncios comerciales a toda hora; ya ni siquiera se molestaba en incorporarse para ir al baño a hacer sus necesidades, o bien tratar de rescatar algo que hubiera logrado sobrevivir de la nevera plagada de víveres echados a perder.
         Hasta que un día, su desaliñado cuerpo pareció tomar la decisión de levantarse por cuenta propia, y caminar con pasos arrastrados y temblorosos hacia su balcón con vistas a los edificios enfrentados desde aquella séptima planta. Su boca no dejaba de repetir el diálogo de aquel limpiador en aerosol que, gracias a su gran poder de desinfección, eliminaba el 99,99% de gérmenes y bacterias del hogar; hasta que el silencio absoluto se hizo tanto en sus gastadas cuerdas vocales como en su propia consciencia. Y ya no hubo más obstrucción alguna de todo pensamiento, como tampoco ningún pensamiento en sí, ni siquiera latido alguno en su pecho, únicamente un charco rojo expandiéndose de su figura sobre el asfalto..., aunque aquella invención de su propia creatividad mental no sólo no llegó a materializarse por los indiscriminados obstáculos comerciales que se sucedían uno tras otro, sino por el hecho de haberse activado de forma automática e inevitable la «alarma de pensamiento suicida», que dio anuncio a la policía, permitiendo así que irrumpieran en su departamento y le aprehendieran con tal de evitar una tragedia.
           —¿Puede decirme su nombre?... —le preguntó, condescendiente, el paramédico mientras le tomaba la presión, aún tratando de mantener la respiración ante su pestilente presencia; pero Ezequiel no dejaba de balbucear incoherencias por respuesta—. ¿Sabe en qué fecha nos encontramos?
         —Viernes trece… «Black Friday»… con descuentos… de hasta el treinta… cuarenta y cincuenta por ciento… en marcas seleccionadas… —respondió con la mirada perdida, la sonrisa desencajada y una ronca carcajada.


* Nació en Rosario (Argentina). Es estudiante de música, producción musical e idiomas, pero sobre todo, se define como un soñador apasionado del arte en general. Comenzó su incursión en el camino de la escritura autodidacta hace ya doce años con su primera obra, que, como buen perfeccionista, tiene previsto acabar para finales de este año. Finalista del IV Concurso Litteratura de Relato.

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