domingo, 18 de diciembre de 2022

Mariela......Emerio Medina

"Este es un cuento de mis inicios. Debe ser el cuarto o quinto que escribí...", nos revela Emerio Medina. "Y me siguen gustando las imágenes que logré construir." Imágenes y situaciones que suelen pasar inadvertidas para el observador común, añadimos nosotros, pero que bajo la mirada lúcida de un escritor de raza, nos muestran al desnudo un país (Cuba) y una época. "Mariela" se publicó en 2007, dentro del libro de relatos Rendez-vous nocturno para espacios abiertos (Ediciones Holguín), y su autor ha tenido la gentileza de revisarlo casi 16 años después especialmente para l@s lector@s de Litteratura. Para celebrar la entrada en el Año Nuevo 2023 por anticipado, hoy os ofrecemos en exclusiva esta nueva versión corregida de "Mariela".

 
Foto: Paco Luna, Kenia
Hay un camión en la terminal, es de los grandes, transporta pasajeros entre Holguín y Mayarí, entre Mayarí y Holguín. A veces carga sal y mercancías, o hace algún tráfico ilegal. Si alguien lo paga bien, llevará alguna mudanza, o puercos cebados, no importa que se pegue el mal olor. Siempre habrá quien lo lave, el chofer pagará. Nadie sabrá de dónde sale ese tufo. Culparán al vecino de asiento. La gente lleva cada cosa en los bultos. 
          Es un buen camión. Está listo para seguir haciendo el viejo cuento bajo la lluvia, o al sol, en viajes de vira y bota en las carreteras interminables de Oriente. Un día llegará también hasta Moa, regresará con las ruedas y el chasis manchados de polvo rojo, el chofer no podrá negar que estuvo allá. Vendrá lleno de pasajeros cargados con pesados bultos de aceite de coco y bolas de cacao, se detendrá por el camino, recogerá más gente y más bultos. Alguien protestará, aquí no cabe más nadie, qué se piensa el chofer. Él dirá que se aprieten, ahí caben cuatro o cinco más, el camión está hecho para eso, qué se creen ustedes, no voy a dejar a esta gente, ellos también tienen derecho. Llegarán al destino, guajiros de mierda, les haces el favor y ninguno viene a agradecer. 
          Pero no se bajará del camión. Contará el dinero con calma, los billetes más grandes los pondrá por fuera, el menudo lo echará en la cajita, después tendrá tiempo de contarlo bien. Si el motor aguanta dará otro viaje en el día, si el petróleo aparece, si hay bastante gente en la terminal, si todavía está dispuesto a meterse en el bolsillo otros cuatrocientos o quinientos pesos.
            Ahí está llenando los papeles. Por fin se desmonta y da una vuelta por la terminal con las manos en los bolsillos. Venden muchas cosas aquí, bocaditos de puerco asado y pan con salami, galletas en paqueticos de nailon, helados, pizzas hechas aquí mismo. El queso lo traen de más lejos, aquí en Holguín no hay vaquerías. Maldita ciudad tan lejos del mar, no hay vaca que aguante el calor, no hay pasto que sobreviva en la brisa seca y caliente. No tendrá el gobierno los recursos, tantas cosas que hacen, no tendrán para hacer una vaquería. 
          En el bolsillo aprieta el rollo de billetes, no sea que alguno se caiga, o que venga alguien y meta la mano, tantos carteristas que hay aquí. Se te acercan y te piden candela, alguno viene y te saluda como a un conocido viejo, después se disculpará y dirá que te confundió con alguien. Te dará unas palmadas en el hombro, y cuando logres deshacerte de él te habrá dejado sin nada. El chofer sabe eso, son muchos años en el negocio, no va a caer tan fácil en esa trampa. Lo mejor es andar serio y no hablar con nadie. Si se le acerca el flaco de bigotes le dirá que no joda, con esa cara de delincuente que tiene. Y el otro, el viejito del sombrero, está hablando con la mujer que tiene al niño cargado. Le hace cuchicuchi al nené con la mano derecha, y con la izquierda está agarrando la cartera de la pobre mujer, ella qué puede imaginar, puso la cartera en el bolso y pegó a hablar con el viejo. Buena gente el viejito este, y el nené se ríe con él, ya queda poca gente así, tan amable este viejo, hasta se ofreció para cuidarle el niño y el maletín, así ella puede ir al baño. El chofer lo ha visto todo, ya conoce a ese viejo de antes. Podría agarrar al maldito por el cuello, pero no es su problema, se aparta y deja a la mujer con su drama. 
          Se entretiene mirando a la gente sentada a la sombra de los robles del jardín, y adentro, en los bancos de madera de la terminal. Hay bastante gente hoy, cada uno a la espera de un transporte que lo saque de aquí. No vinieron por gusto a la gran ciudad, son del campo, de los pueblos del interior, de Sagua y Gibara, de Cañadón y Arroyo Seco. Vinieron a una consulta médica, o porque el marido está preso, o simplemente vinieron. Ahora regresan a sus casas con alguna solución, o con ninguna, depende de cómo los trató la suerte en el día. El chofer compra un vaso de agua, la venden a diez centavos en vasos de ocho onzas. Tantas cosas que venden, tanto dinero en el bolsillo, y él compra sólo un vaso de agua.
         Ya están al hacer el anuncio de la salida, la gente se va acercando al camión. Son sesenta o setenta personas, van a ir apretados, la mitad tendrá que ir de pie. Todo el viaje de ochenta y seis kilómetros de pie dentro de ese cajón de hierro, quién sabe si alguien se quede por el camino. La empleada de la terminal manda organizar la cola. Van a llamar por los turnos que se repartieron por la mañana, pero ella manda a organizar la cola, no se monta nadie hasta que la fila no esté bien alineada. El chofer se acerca, no hace la cola, porque para eso él es el chofer. Se queda junto al camión y mira el grupo que se estira como un gusano. Examina los bultos, los cuerpos, los rostros. Busca algo, o a alguien. Él no sabe exactamente a quién, tiene que ser una mujer joven y bonita. Le gustan flacas, pero no tanto como la de la blusa roja, ésa no. Tampoco aquélla de la saya, tiene la cara llena de granos, no le gustan así. Ni la otra de los espejuelos, parece muy seria. Tiene que haber otra, siempre hay otra. La del pañuelo en la cabeza, ésa sí. Ésa le cuadra. Se le acercará y le propondrá ir con él en la cabina, el asiento está libre porque anda sin ayudante. La muchacha dirá que sí, no va a meterse el viaje de ochenta y seis kilómetros dentro de ese cajón caliente apretada por sesenta o setenta personas, con la peste que sueltan las axilas y los pies de los pasajeros, puede que ni asiento alcance, y aquí este chofer viene y le propone ir con él en la cabina, seguro dirá que sí. El chofer se le acerca, ya va a abrir la boca cuando alguien se interpone. Es un hombre, le ha echado el brazo a la muchacha, y la besa. Todo claro, la muchacha no está sola. Ese tipo debe ser el marido, o acaso el novio.
          El chofer se retira, no le interesa nadie más. Le da una patada a la rueda, qué culpa tendrá. Tanto camino recorrido para recibir una patada, como si no bastara con las piedras y los baches de la carretera, recibir una patada también. Y por qué a la rueda, por qué no al tipo que se metió por el medio. Debe ser el marido o el novio. Seguro se acuesta desnudo con esa flaca linda, ella desnuda también, con el pubis abultado como una montaña. Qué buena está, seguro se llama Mariela. De dónde saca eso el chofer, será una mujer que tuvo. Una de tantas, y flaca también, con esos mismos ojos y la nariz más bien larga, así le gustan. Y el tipo puede llamarse Daniel, o Yunier, o quién sabe cómo, pero él piensa que se llama Daniel porque se le parece a alguien con ese mismo nombre. Al mecánico que le arregla el camión. Aunque no se parecen tanto, es sólo que el mecánico le cae mal, y éste le cae mal también. Seguro este Daniel y esta Mariela se están acostando hace tiempo, ella desnuda, con el pubis oliendo a jabón caro, y este Daniel se le sube arriba. Tiene el mismo nombre del mecánico, debe ser maricón como él. Un tipo así tiene que ser maricón. Daniel lo es, por eso no le gusta traerlo en el carro, no sea que se le tire. Ya una vez se le tiró y casi-casi. Por suerte no estaba tan borracho y todo terminó sin problemas. Pero le cae mal ese tipo que anda con Mariela, se debe llamar igual que el mecánico, y le cae mal también.
           La gente ya está subiendo al camión. La empleada llama los turnos y un hombre vestido de azul cobra el pasaje. Son cuatro cincuenta, señora, y no hay vuelto. La señora dice que no importa, qué son cincuenta quilos ahora que puede regresar a la casa. No va a perder nada, bastante ha perdido ya con el marido preso aquí en Holguín. 
           Está lleno el carro, le dan al chofer lo que le toca. Él cuenta el dinero una sola vez, saca lo que trae en el bolsillo y hace un solo rollo, lo alisa bien y lo devuelve a su lugar. Ahora ya puede partir.
         Es mejor viajar por la tarde porque el sol le entra de espaldas al carro. No es como por la mañana cuando viaja en esta misma dirección con el sol de frente y la carretera reverberando delante. Casi siempre lleva a alguien en la cabina, a veces es Daniel, que es maricón y le cae mal, pero lo lleva porque es buen mecánico, debe ser buen maricón también. O puede llevar a algún conocido que le pida el favor, y él le dice que sí, no vayan a pensar que es mala gente ahora que ha hecho dinero. La gente cree que esto es una mina. Qué mina ni qué coño, con lo caro que está el petróleo. Y las piezas ni hablar, nadie sabe lo que cuesta mantener este carro. Pero llegan y lo piden de una forma que no se puede negar. Una vez montó a una viejita que se pasó todo el cabrón viaje de ochenta y seis kilómetros hablando de los parientes enfermos que tenía en el Lenin, que si a uno lo operaron del riñón, que si al otro le cortaron la pierna. Juró no montar más viejitas por eso, porque terminó el viaje con el estómago revuelto. Y juró no montar madres con niños pequeños, aunque le lloraran, porque una vez recogió a una y el niñito le hizo la gracia en el asiento. Tuvo que aguantar la peste a mierda todo el viaje y lavar el cojín. La mujer se reía de la gracia, y él reía también, no fuera ella a pensar. 
          Pero la mayoría de las veces lleva en la cabina a una mujer. Una cualquiera que se encuentre en la terminal, o en la carretera, que son las más fáciles de seducir. Una estudiante de enfermería que regresa a la casa de la beca, siempre con hambre. Los padres le dan veinte pesos para la semana, qué puede hacer con eso. Aquí en la carretera sí que venden unos bocaditos de puerco buenos, les echan más carne que en Holguín. Ella se abre la blusa por el calor, se echa aire con el periódico que sacó de la jaba, dice ay disculpe. El chofer dice que no hay problema, mira de reojo primero, ve una teta que se quiere salir del ajustador. Ella se tapa, pero sin prisa. Se vira al otro lado, mira al chofer por el espejo, espera la reacción. Están llegando al merendero que ella decía. El chofer arrima, dice que los pasajeros le pidieron parar. Se baja sin mirar atrás. Ella se entretiene mirando el periódico, se hace la sorprendida cuando él la llama. Que si quiere bocadito de puerco, que se baje. Él pide que le echen más carne, más, dinero tiene bastante. Evalúa con la mirada las nalgas de la estudiante que se mantiene apartada con pena. Le dice que se acerque, ve en sus ojos la pena y el hambre juntos, y al fondo, bien al fondo de los ojos, la avidez por una historia picante para contar a las muchachitas del albergue a la hora del baño, que es cuando todas esas tetas y esos culos se relajan. Alguna preguntará de qué tamaño la tenía el chofer, y ella dirá que grande. Alguna querrá saber de qué tamaño exactamente, y ella mostrará los índices separados a treinta centímetros y dirá que así. Todas dirán aaah y suspirarán con envidia. Querrán saber el nombre del dueño de eso, o el color del camión, pero ella nunca lo dirá.
         Hoy no tiene suerte. En la carretera sólo hay militares y mujeres viejas que hacen señas con un trapo. Siempre habrá alguien que muestre cinco pesos, no va a detenerse por esa basura. Si fuera a parar cada vez que alguien le hace señas no llegaba nunca a Mayarí. No va a recoger a esos militares. Ésos nunca tienen dinero y son los primeros que protestan por todo, y si la policía detiene el camión para revisar, o para lo que sea, siempre se ponen de parte de la policía. Por eso no los recoge. Que se jodan. Si tienen tantas ganas de ser militares que se vayan a pie. Qué le hallarán a esa ropa verde, si hasta las mujeres huyen de ellos cuando se aparecen en los merenderos de la carretera. Y cómo es posible que haya mujeres vestidas de verde también, cada día son más. Ésas sí le gustan, usan el pantalón bien apretado y se les marca todo. Nunca ha montado a ninguna en la cabina porque andan siempre en grupos, pero montará a alguna un día, a ver qué pasa.
          El asiento sigue vacío. Él piensa otra vez en esa flaca que va detrás, la que él llama Mariela. De verdad se parece a esa mujer que tuvo. Debe ir abrazada con el Daniel, ella con las nalgas pegadas ahí, con las piernas bien abiertas, él aprovechando el bamboleo del camión, la gente ni cuenta se dará. Maldito sea el Daniel ese, suerte que tiene de llevar a Mariela sentada en las piernas. Seguro llevan meses acostándose, esa flaca debe ser un fenómeno, cara de locona que tiene, y el muy maricón gozándola bien. Hay hombres con suerte, seguro ni dinero tiene, estudiarán juntos o algo, de día estudian y de noche se acuestan. Rica que está esa flaca. La hubiera montado en la cabina, pero qué hubiera hecho con el Daniel. Quién sabe y se hubiera ido solo allá atrás. Hay hombres comemierdas así, dejan a una mujer como esa en las manos de cualquiera. Seguro le tiene confianza. Llevarán tiempo viviendo juntos.
         El chofer va pensando todo eso en el viaje, pero no sabe que Daniel y Mariela se conocieron hoy, ahí mismo en la terminal, y que no fue él quien empezó, sino ella. Lo vio sentado allí leyendo un libro, pasó por su lado una vez y él ni la miró. Pasó otra vez y dejó caer el pañuelo, eso nunca falla. Y no falló hoy, por cierto, porque Daniel recogió el pañuelo y la llamó, ella tan agradecida, mi nombre es tal. Se sentaron juntos, se asombraron de no haberse visto nunca en Mayarí, los dos nacieron allá. Mira que venir a conocerse en esta terminal. Así es la vida, nos vamos en ese camión, a ver si alcanzamos asiento. No se verán hoy porque llegarán cansados del viaje. Quedarán en verse mañana, y mañana se verán, como acordaron. Irán al apartamento de una amiga de Mariela, se desnudarán y se meterán en la cama. Ella tendrá el pubis como una montaña, los pelos cortos olerán a jabón caro. Él se le subirá arriba, para qué perder el tiempo, lo buena que está la flaca esta. Pero ella dirá que todavía, no tan rápido. Él entenderá y empezará a besarla. Pasará la lengua por el cuello, por los pezones, llegará hasta el vientre y aun besará el pubis y más abajo. A ella le gustará eso, dirá que sí, que le gusta así, que quiere más. Él meterá la lengua en la abertura, arriba, abajo, adentro. Ella pedirá que la muerda, y él la morderá, pero ella dirá que no tan fuerte. Que la muerda suave primero, más fuerte después, más fuerte. Que le pase la lengua y la muerda duro. Le aguantará la cabeza con las manos y lo retendrá allí, él pasará la lengua y morderá. Qué bien olerá ella, qué bien. Empezarán a sudar, eso es placer verdadero. Esas manos que aprietan, esos dedos que se hunden en la carne, esa lengua que arrastra pedazos de piel con cada nueva lamida, esos dientes que muerden y arrancan los pelos cortos olorosos a jabón, y a sudor, y a sangre. Por qué no. A sangre. Eso también es un olor. Él pensará que ya está lista y se le subirá arriba. El cuerpo resbalará sobre el cuerpo, el pubis buscará el pubis. Ella no dirá que no, ya estará bien mojada. Él se hundirá en el pubis abultado, todo él hasta adentro, y ella gemirá. Él gemirá un poco también, sentirá resbalar las manos de ella en su espalda sudada. Los dedos irán más abajo y explorarán las nalgas indefensas de Daniel, pero él no dirá nada. Los sentirá arañar la piel cerca de la zona peligrosa, pero eso no importará, y no importará que el dedo penetre, que se abra paso al camino oscuro. No sabrá cuál dedo es, y no protestará. Lo habrá leído en alguna revista, un artículo sobre formas variadas de sexo, será por eso que no le importará lo del dedo. Cuál dedo será. En la revista no dirá cuál, sólo dirá que es un dedo pero no será tan específica. Tendrá que imaginarlo. No preguntará nada porque ella estará gimiendo, y él estará gimiendo también para no ser menos. Es posible que le guste así, con el dedo adentro. Cuál dedo será. Es posible que le guste, pero eso nadie lo sabrá nunca, y el chofer no lo sabrá.


Pasará el tiempo. Un día el chofer encontrará a Mariela, o como se llame, en alguna terminal. O en la carretera. Mejor en la carretera. El camión dejará las huellas del frenazo, no importará que la gente proteste allá atrás. No va a dejar a esa flaca botada con el sol que hace, y si viene otro camión y se la lleva. Hace tiempo que le está cazando la pelea, no va a ser por la gente que no la recoja. El asiento de al lado irá vacío, y Mariela subirá. El chofer estará contento con su presa, esa flaca le gusta, no importa cómo se llame, él tuvo una mujer como ella. Llegarán a Mayarí y ella aceptará la invitación. Se verán por la noche en el motel. Dame un beso ahora, para estar seguro. Ella lo besará rápido, eso sí será un beso de verdad. Él habrá pasado el viaje mirando esos labios húmedos, le quedará un sabor a grasa de puerco en la boca. La habrá visto masticar con fuerza el pan y la carne, todo bien masticado hacia adentro, la boca abriéndose y cerrándose y pidiendo más, cómo no le iba a dar un beso. A las ocho nos vemos. A las ocho. Ella dirá adiós con la mano y se perderá en alguna esquina.
          El chofer resolverá el hospedaje. Veinte pesos por arriba y estará resuelto, para eso él tiene dinero. Y esa noche Mariela, o como se llame, llegará puntual a la cita. Tendrá hambre, no le habrá dado tiempo a comer en la casa. Irán al restaurante y pedirán doble de todo. La cerveza estará fría. Comerán y beberán, el chofer le echará el brazo. Que lo vean y lo envidien, que dinero tiene y puede pagarse una mujer como esa. El bolsillo estará lleno. Que traigan más cerveza. 
          Irá borracho para la habitación. Al fin va a ser suya esa flaca, no habrá gastado tanto por gusto. Se desnudarán y se meterán en la cama, esa flaca siempre le ha gustado, ella con el pubis abultado como una montaña, los pelos olerán a jabón caro. Los imaginaba más cortos, pero no importará eso, serán pelos igual, y olerán bien. Él la besará, lástima que esté tan borracho y no pueda disfrutarla mejor. Ella pedirá que le haga esto y aquello, y él lo hará, seguro que lo hará. Ya verá esa flaca rica lo que es sexo verdadero. Es posible que le haga más cosas que a nadie, tantas mujeres que habrá tenido, y es posible que no sienta penetrar el dedo de Mariela. Eso es muy posible. Estará borracho y se sentirá bien. No sabrá cuál dedo es, ni siquiera sabrá que es un dedo. No sentirá nada por la borrachera, y no protestará.
          Sentirá el dolor al otro día, la pequeña molestia, el levísimo ardor en esa parte del cuerpo. Le echará la culpa al asiento, pondrá otro cojín. Tomará el camino de vuelta con el camión lleno de pasajeros, o de mercancías, o aun de puercos cebados, si alguien lo paga bien.

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