domingo, 4 de diciembre de 2022

Por las dudas......José Luis Gonçalves

Finalista del IV Concurso Litteratura de Relato   

Foto: Lee Jeffries, Smoke Miami
Estaba colocando mercadería recién horneada en el mostrador de la panadería donde desempeño mi trabajo cuando lo vi entrar con su paso elástico y el pecho hacia adelante, como orgulloso gallo de pelea. En realidad, lo que era.
         —¿Cómo andas, Negro, todo bien? lo saludé.
        El Negro sonrió, mostrando la blanca dentadura que contrastaba con la oscuridad de su piel.
         —De diez contestó.
        —¿Qué te trae por acá? le hice esa pregunta porque me pareció que estaba allí no precisamente para comprar.
       —Estoy buscando al dueño, por una cuestión de sponsor me explicó.
         Yo lo conocía del barrio, y también del club de boxeo al que solía asistir al salir del trabajo, el club distaba pocas cuadras de la panadería.
         Entré en la oficina y le comuniqué al dueño que el Negro quería hablar con él. Le hice una breve reseña. Era un boxeador que, al igual que los mejores, procedía de clase muy baja, pero era una de las futuras promesas del deporte provincial. Usé directamente su apodo, ya que en realidad ignoraba su nombre, en definitiva, la mayoría lo llamaba así y a él parecía no molestarle, o ya se había acostumbrado.
         Yo no practicaba box, a decir verdad, ningún deporte. Pero ver progresar a una persona a la que nada le había sido fácil era algo que me fascinaba. El Negro había ganado varias peleas a fuerza de guapeza, según los entendidos debía depurar su técnica, pero lo importante, que era el corazón, lo tenía de sobra. Ya tenía tres combates pactados, de irle bien, su futuro sería promisorio.
         Lo dejé hablando con el dueño y continúe con mis labores, un rato después vi como ambos sonreían y se estrechaban la mano. No pude resistir la curiosidad y, mientras acompañaba al Negro a la salida, le pregunté cómo le había ido. 
     —De diez, gracias por todo, che, el dueño me dijo lo bien que le hablaste de mí, y aceptó esponsorearme, con éste ya son cuatro los que me van a dar una mano me informó.
         —Me alegro por vos, Negro, te deseo lo mejor.
         El Negro estaba radiante, las cosas le iban saliendo bien, y todo por su esfuerzo, si hasta los sponsors se los estaba consiguiendo él.
         —Gracias, che, con que gane dos de las peleas y empate una, me voy para arriba.
         Regresé a la panadería y el Negro se fue prácticamente a los saltitos, con su característico caminar, sin duda incrementado por la racha de buena suerte.
         Como todo ser humano que desea el éxito, y además asegurarse un buen nivel económico, soñaba con poder ayudar a su familia. El Negro provenía de una de esas peculiares familias que logran ser disfuncionales a través de generaciones, es como si ese gen que llevan profundamente impreso los condujera sin remedio al fracaso. Vivían en lo que se denomina un piecerío, o sea, una precaria construcción al lado de otra, con lo cual la intimidad se encuentra sumamente restringida.
        Días después, me encontraba casi al final de mi rutina laboral cuando un panadero que cumplía funciones en el siguiente turno, que había llegado más temprano que de costumbre, me informó:
         —¿Viste?, agarraron al Negro por violín dijo esto mientras me mostraba la página del diario donde se relataba el suceso.
        La noticia me cayó como un balde de agua helada, no podía creer que el Negro fuera capaz de semejante atrocidad. Pero, en definitiva, nadie puede saber lo que pasa por la mente de otra persona.
         En el diario se informaba escuetamente de lo acontecido. Para resumir, decía que el Negro, en realidad aparecía su nombre completo, había quedado a cargo de su sobrina de cuatro años, y al regresar la madre, la niña se encontraba enferma, con fiebre. En el hospital descubrieron que la menor había sufrido abuso sexual, y a pesar de los esfuerzos de los profesionales, la criatura falleció. El Negro fue detenido para averiguación, lo insultaron, lo maltrataron, y hasta amenazaron con tirarlo a la "leonera" para que los otros presos le hicieran lo mismo que él a la niña.


Al día siguiente, tras un arduo examen, el forense dictaminó que la menor no había sido abusada sexualmente, es más, especificaba en otro párrafo que estaba intacta, y que había muerto por una peritonitis aguda.
        Dos o tres días después de que saliera la noticia en el diario, el Negro reapareció por la panadería trayendo consigo una carpeta, y pidió hablar con el dueño. Mientras esperaba que éste lo atendiera, me mostró su contenido, eran varios documentos oficiales donde se dejaba constancia de su completa y total inocencia, tanto de la violación no cometida como de abandono de menor.
         Según su declaración, había estado bebiendo y fumando marihuana con unos amigos. Llegó a su casa en estado de ebriedad y se acostó. En ningún momento su hermana le pidió que se hiciera cargo de la criatura, sencillamente se largó, y en cualquier caso, la negligencia era de la madre por haber dejado a la menor al cuidado de una persona a todas luces incapacitada. El diagnóstico inicial de abuso se debió a que al atender a la niña, vieron una gran irritación y sangrado en la parte íntima, y sin más análisis dictaminaron violación, cuando en realidad todo eso había sido causado por la peritonitis.
      El dueño de la panadería apareció y el Negro le explicó todo con calma, quería recuperar a sus patrocinadores, su vida, y limpiar su nombre. El dueño le informó de que no podría seguir ayudándolo porque las finanzas iban mal (eso era una total mentira), y lo mismo había tenido que hacer, por desgracia, con otros dos atletas.
         En los días subsiguientes, el Negro visitó a sus otros sponsors con igual resultado, siempre había una excusa, cuando en realidad, por más que la gran cantidad de papeles que portaba dieran muestras fehacientes de su total y completa inocencia, el “por las dudas” hacía que le volvieran la espalda.
        Asimismo, el club le suspendió las peleas pactadas, no por el aberrante hecho delictivo, sino escudándose en su irresponsable comportamiento antideportivo, cómo es posible que estuviera intoxicado poco antes de su pelea. Eso era una total falacia, la mayoría de los púgiles se descarriaban de vez en cuando, era bien sabido que en un par de ocasiones hubo que ponerle suero intravenoso a un boxeador para que al menos pudiera subir al ring y cumplir con la fecha pactada. El club también temía el “por las dudas”, y perder prestigio y/o patrocinadores.
      El poco tiempo más que seguí concurriendo al club, pude ver cómo, poco a poco, el Negro se iba quedando solo, uno a uno fueron dándole la espalda, nadie quería estar con él, sobre todo cuando alguien gritaba "¡Mira, allá va el violín!", nadie "por las dudas", aunque supieran la verdad, quería verse perjudicado. Yo siempre charlaba con él dándole ánimo, pronto pasaría todo, o se olvidaría, y él recuperaría su vida.
         El Negro, al igual que en el cuadrilátero, luchó con corazón contra la injusticia a la que era sometido, por bastante tiempo, y aún seguía haciéndolo cuando dejé mi trabajo en la panadería y también de asistir al club.


Volví a cruzarme con el Negro años más tarde, estaba gordo y caminaba encorvado, como si llevara un carga de la que no podía desembarazarse. Yo me había juntado y tenía una nena de pocos años, que en aquel momento estaría jugando por algún lugar de la plaza en compañía de su madre.
         Le pregunté qué había sido de su vida, él me contestó que nunca la había recuperado, que le negaron la entrada al club luego de cagar bien a trompadas a un pendejo por llamarlo violín, y en parte debido a eso se había ido del barrio. Al ser su cara conocida, nadie le daba trabajo. 
      El relato de sus peripecias me dio mucha bronca, igual me había enterado de algunas cosas por habladurías en el barrio. Varias veces en el pasado había tenido agarradas cuando hablaban mal del Negro. Incluso tolerar aquella aberrante hipocresía: a la madre de la niña la habían perdonado, a pesar de que en el informe policial constaba que ella se había ido a retozar con un macho, dejando a la criatura abandonada a su suerte. Pero claro, ¿quién no perdona a una madre, a la que un depravado la privó de la luz de sus ojos?
         ¿Cuántas hipocresías puede tolerar un hombre?... Condenado y marginado por un error que no cometió, en el caso del Negro por ser pobre, los medios hicieron escarnio de su humanidad, y después nunca pidieron perdón porque eso no vende. ¿Quién no conoce a un violador, que ya sea por tener dinero y/o poder, escapa de la condena de la justicia, así como también de la de esta sociedad de mierda?
         Mis pensamientos fueron interrumpidos por la aparición de mi mujer y mi hijita, que llegó corriendo con las mejillas arreboladas y se tomó de mi pierna. El Negro estiró una mano queriendo acariciar su negro cabello, a mitad de camino la retiró como si estuviera haciendo algo prohibido.
         —Bueno, me voy, fue un gusto encontrarte dijo el Negro, y se marchó.
         —¿Ese no es el Negro, el que era boxeador? me preguntó mi mujer.
         —Sí. El mismo —respondí.
         —Se ve que le gustan los niños observó ella.
         —Sí, le gustan convine. Pero vigila bien a la nena. Por las dudas...

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