viernes, 10 de enero de 2020

El pozo de los deseos......Alibel Rodríguez

Foto: ABC7 Chicago News
En un cuarto patas arriba, pequeño, lleno de ropa, papeles rotos con bocetos, el clóset más desordenado que se pueda imaginar, sin distinción de qué está sucio y qué no, con las persianas bajadas y debajo de varias sábanas, estaba Alexandro. 
          Era el chico de trece años más alto del salón. De pocos amigos, de gustos poco comunes. De dedos largos como arañas, por haber tocado piano muchos años. De oídos sensibles, por escuchar tanto rock pesado y metal. De pocos sentimientos; le gustaba la única niña desarrollada de su salón, como a todos. 
          No era la mejor manera de comenzar el nuevo trimestre y el nuevo año así, pero simplemente no tenía ganas de ir a clase. Se levantó justo cuando el despertador sonó, en vez de morsear treinta minutos en su capullo de sábanas. Se bañó, se puso una camisa blanca, el suéter del colegio y unos converses rojos tan sucios y feos que daban algo de asco. Desayunó, se despidió de su madre y salió a la plaza.
Estaba sentado en un banco, pensando si comprar un cigarro o no. Miró al kiosco y vio a la chica más bonita que había visto en su vida. Tendría su misma edad, el cabello rubio ceniza, rostro ovalado e irrealmente simétrico y proporcionado. Lo que más le gustó de ella es que parecía haberse fugado de clases también. Su bolso estaba abultado, con el uniforme dentro seguramente, llevaba un vestido negro sencillo y los zapatos del uniforme.
Alexandro no contuvo su impulso y se levantó para hablarle, en una oleada de valentía que se iba desvaneciendo mientras se acercaba. ¿Qué se supone que le iba a decir? Nunca había soltado un piropo que le saliera bien, mucho menos había tenido novia. ¿Y si se hicieran novios?... La idea le dio risa, parecía algo muy difícil... ¿Qué le diría? Seguramente ella había recibido cumplidos toda su vida. Ya podía verle la nariz, perfilada y bonita, adornada de pecas alrededor en sus mejillas. Podía verle los ojos color miel. Ella elegía algo para comprar.
Disculpa...
Ah, ¿sí?
¿Disculpa qué? Sonó hasta nervioso, y ella estaba tan tranquila.
Ah... no, me pareciste familiar, pensaba que... ¿No estudias en...? ―Señaló con el brazo el colegio que quedaba cerca, del cual no recordaba el maldito nombre. Ese colegio de monjas donde sólo iban niñas de familias adineradas.
Sí sonrió un poco, aunque hoy no.
Yo tampoco sonrió a su vez, sintiéndose menos tenso. No me gusta ver Historia a las siete de la mañana...
Ella rió.
¡A mí tampoco!
Así se hicieron amigos. Toda la mañana conversaron en la plaza, Alexandro se sacrificó y la invitó a desayunar. Se compartieron chistes y leyendas de ambos centros educativos.
Sonaron las campanas de los colegios vecinos. Un mar de chicos se distribuía por las calles, comercios y la plaza, un mar de chicos millonarios que Alexandro nunca se había ocupado en detallar, a excepción de...
Acabo de darme cuenta que no me he presentado... soy Alexandro.
Le tendió la mano y ella, divertida, se la tomó con fingida elegancia.
Clara. ... A excepción de Clara.
¿Y tú qué haces?
Un chico de uno o dos cursos mayor que él los miraba con los brazos cruzados. Era tan alto como Alexandro, pero ancho, de brazos grandes apretados en su suéter gris, y de piernas musculosas, como de futbolista. Alexandro se asustó, no era la primera vez que tenía problemas con alguien así, pero esta vez no había hecho nada.
¿Quién es éste? exigió el chico, mirando casi con asco a Alexandro.
¿Cómo que quién es éste, Jhon? Clara se levantó, encarándole. Se veía pequeña comparada con Jhon.
Soy Alexandro dijo él, levantándose a su vez. ¿Pasa algo?
Pasa que estás con mi novia.
¿Qué es lo que te pasa?
Clara empujó a Jhon y le exigía respeto, mientras Alexandro sentía como su corazón palpitaba con fuerza, doliéndole. ¿Eran novios? ¿Ella... y él?
Se estaban... no sé, ¿conociendo mejor?
¿O sea que no puedo hablar con nadie más?
No, eres mi novia.
Ella no es de tu propiedad se oyó decir Alexandro, dominado por sus emociones.
El chico lo miró con salvaje curiosidad y una sonrisa ladeada.
¿Ah, sí?
No eres nadie para decirle qué puede y no puede... su frase se cortó a medias. Cuando se dio cuenta de lo que había pasado, tenía el labio pegado al suelo, lleno de baba y sangre.
Clara gritó. Había un círculo de curiosos rodeándolos, y uno de ellos se adelantó.
Eres un cobarde, Jhon.
¡Ven aquí a decírmelo!
Sólo te peleas con gente que no puede contigo.
¡Jhon es un cobarde!
¡Marica!
¡MARICA ES TU MADRE! Jhon pateó a Alexandro cuando estaba intentando incorporarse. Sintió el dolor en su pecho, y se le salieron lágrimas de pánico. No podía respirar. Le había sacado el aire.
¡Cobarde asqueroso!
¡Debería llamar a mi hermano!
Los gritos tímidos hacia el bravucón se habían transformado en alaridos. Jhon apretaba los puños, sin saber a quién responderle. Alexandro se levantó al fin, tosiendo, y escupiendo la sangre que no se había secado en su boca. La muchedumbre calló.
¿Entonces eres un cobarde? Su adrenalina le impedía tener miedo. Un cobarde que teme que su novia se consiga algo mejor.
Su instinto le gritaba que parase: ¿Te quieres morir acaso? ¡Te va a volver papilla! En otro momento se hubiera sonrojado al sugerir que él era mejor partido, pero estaba tan cegado por la ira y las ganas de impresionar a Clara que no podía pensar.
Esta vez estaba preparado para los golpes, esquivó por muy poco uno que iba dirigido a su nariz. Él no sabía pelear. En absoluto. Pero no iba a irse de allí sin intentarlo. Sin defenderla.
No tuvo tanta suerte con el segundo golpe, que venía cargado con mucha más rabia que el anterior. Sintió un crack en mitad de su cara, y casi se cayó al suelo otra vez, se tambaleó peligrosamente y se sostuvo la nariz, mirando cómo la sangre caía al suelo. Vio el puño de Jhon alzarse otra vez, pero antes de que bajara...
¡Policía!
¡LA POLICÍA!
El grupo se dispersó, el primero que se marchó corriendo fue Jhon, halando a Clara con él.
Alexandro alzó la mirada, apartándose el cabello de la cara, y la miró irse. Su angustia desapareció al ver la de ella. Lo que más quería era correr y golpear a Jhon hasta que le sangraran los puños, pero no podía respirar.
Dos horas más tarde, Alexandro lloraba, apoyado en el pozo. El pozo estaba medio escondido entre la maleza y los árboles descuidados del viejo parque. Y aunque había varios caminos para llegar hasta él, todos los colegios compartían la misma leyenda. En el pozo había muerto alguien, y te cumplía los deseos si lo anhelabas de verdad.
Alexandro había gritado, llorado y suplicado que el cabrón de Jhon muriera. No sabía qué más hacer.

Dos años después

Alexandro esperaba fuera del colegio de monjas a la única rubia natural que había visto por allí. Clara le tomó de la mano, sorprendiéndolo.
Te daría un beso, pero eres un marica y no te gusta que te bese en público...
Vamos a ver quién es el marica esta tarde.
Ella se sonrojó y rió, ocultándose en su pecho.
Alexandro tenía una hermanita, de un año y medio. Una novia que le había enseñado a estudiar. Nuevos amigos. Había vuelto a tocar el piano. Y un cuaderno con un recorte de periódico viejo que reseñaba un horrible accidente, en el que había muerto una familia entera calcinada, sin poder huir del auto que se incendiaba.
Alexandro era feliz porque el pozo le cumplió el deseo.

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