Tercer Premio (ex aequo) del III Concurso Litteratura de Relato
Para Sándor, el tesoro de UR
No
fue muy bien en el Motel Manuela. Ella esperó una cosa y se tropezó
con otra, y a mí me pasó un poco de lo mismo. Todo iba bien hasta
que me dijo que me pusiera esa
cosa, que andan muchas
enfermedades por ahí, que si tal o Pascual. La entendí pero le dije que nones.
* Nació en 1967 en un pueblecito llamado Nicaro (Mayarí, Cuba). Después de pasar veintiún años en Barcelona y una temporada en Buenos Aires, en 2017 volvió a Nicaro. Ávido lector, corrector de textos, guionista de cortos, crítico, poeta y novelista, ha colaborado en las revistas literarias Quimera, Paralelo Sur y Revista Lateral, y en otras argentinas como Solo Tempestad. Realiza informes de lectura para la Agencia Literaria Silvia Bastos. Finalista del Certamen Literario El Fungible con el relato Un brindis por el flaco Baldrago (AZ Ediciones Taller, 1998), ha publicado las novelas Vigilia del cazador (RBA Libros, 2002) y Vigilia en Buenos Aires (Editorial Final Abierto, 2017). Colaborador habitual de Litteratura, actualmente está trabajando en su próxima obra, Casa para refugio. Según la Guía Trotamundos de Cuba (Anaya, 2017), se trata de uno de los "autores a destacar menos conocidos en Europa, [...] porque permanecen en Cuba". "Olivero maneja con maestría los registros coloquiales, y acierta a cifrar en un acorde desconsolado [...] las voces empleadas, entre las que destacan las encendidas ráfagas faulknerianas en que se eleva ocasionalmente el tono de […] un prometedor esbozo lírico-narrativo en el que la memoria se deshace en resentimiento y en nostalgia." (Ignacio Echevarría, Babelia). Tercer Premio (ex aequo) del III Concurso Litteratura de Relato.
Para Sándor, el tesoro de UR
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Foto: www.footage.framepool.com |
Nos trajeron otra botella de vino y fue ahí donde me contó la
historia de su hermana. No la voy a repetir porque no es necesario.
Fue al otro día en El
Pontífice, el restaurante
del barrio. Muy cerca pasa el río y nos nimbaba un aroma de peces y
de mangles y uvas caletas y de hierro enterrado en el fondo, y algo
así como un sabor de óxido rojo a la orilla de cualquier mar que
nos reverbera por dentro.
No sé, Verónica encubre algo detrás
de sus palabras que muchas veces no consigo atrapar. No es cómo dice
las cosas ni lo que dice, es un no sé qué y flota alrededor de
según qué silencios suyos que no me dejan acercarme, como si muy
cerca hubiera un campo de trigo sembrado de minas y ella pasara y no
sucedía nada, y yo mirándola desde la orilla sin atreverme a cruzar.
No tiene hijos y no sabe si quiere. Y
que ya se le está pasando la edad y que se quiere ir del país,
donde sea, pero que allá no espera morir porque allá ya no le
queda nada y tiene temor de pasar una vejez tan sola en esa isla.
Supone que en otro país no le sucederá porque siempre será la
extranjera, ¿hay algo ahí
del complejo de inferioridad que les hacen sentir a los nativos desde
hace mucho? Ella piensa que fuera se sentirá mejor.
Eso me lo dijo pero no me habló de
otros viajes que le fluían por dentro. No, no ha leído al grande de
Sándor Márai. Le dije que le cambiará un trozo la vida cuando
entre y conozca sus territorios.
No sé si alguna vez seremos amigos,
lo que sí sé, si algo puede certificarse con tanta certeza, es que
la entendí cuando me pidió que usara esa cosa. Y no era por el
miedo a ninguna enfermedad ni por peligrar su salud. Quizás temió
que a los pocos días ya no fuera ella sola y las ataduras de
envejecer allá la perturbaran.
En la última postal que su hermana le mandó de Oakland, California, está
vestida de blanco, sentada en un bote a la orilla de un lago. Al lado
tiene un perrito, y dice ahí en la postal que se llama Colmillo
Blanco el perrito y que lo adoptó en una perrera del Condado.
Grande novela esa del bueno de Jack. Otro talón de hierro para estos
tiempos de hogaño tan confusos y de pobre misericordia.
Al guardar la postal en su cartera, Verónica tiene los ojos acuosos, que no es nada, que está bien. Su hermana murió hace dos años.
"Estoy en uno de esos días, ya
sabes."
Y su voz en ese momento me dijo otra
cosa, porque me lo tradujo su corazón y la forma en que tomó la copa
de vino y la devolvió a la mesa. Había ese algo sereno que según
dicen se huele en los monasterios de otros tiempos cuando el invierno
todavía está lejos de morir.
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Ur Olivero |
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarUn gusto disfrutar de tantas imágenes que entran en mi mente al leer este relato. Un tiempo corto de lectura para andar entre tantos espacios sugeridos. Poco he leido de Ur y rápido, pero una huella de humanidad queda sentida. !Felicidades por este reconocimiento! !Qué para más realización sea!
ResponderEliminar¡¡Muchas gracias de parte de Ubaldo, Martín!!!
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