lunes, 21 de marzo de 2016

Cita sita non......Guadalupe Azucena Franco Chávez*

Finalista del IConcurso Litteratura de Relato

Foto: Juan Carlos Martínez, Soledad descalza
Es un día primoroso, soleado y fresco, al fin se llegó la hora: Julia tiene una cita con Roberto, está emocionada, ha esperado este momento por diez días. La joven estudia la licenciatura en contabilidad, está a punto de terminar. Le gusta la escuela, es dedicada, espera sacarle un buen provecho a su profesión; en cambio, sus compañeros le parecen algo bobos, sólo hablan de fútbol y cerveza. Roberto, por su parte, al que conoció recientemente en la elíptica del gimnasio, hace tiempo que salió de la universidad y cuenta con un trabajo que le permite darse ciertos lujos, como invitarla a comer a La Mandrágora, lugar al que sólo va cuando el abuelo los lleva, o costearse pequeños viajes, todo eso le parece a Julia muy atractivo. No está muy guapo, la verdad, pero a mí me gusta. Hasta que al fin me invitó, casi que lo invito yo.
         Días atrás pensó cuál iba a ser su indumentaria: zapatos altos, falda corta, blusa escotada, la chalina nueva. Esa mañana decide tomarse el tiempo necesario para su embellecimiento, por lo mismo no fue al colegio, piensa que luego se pondrá al corriente en materias y tareas. Aunque tiene tiempo de sobra, nerviosa, corre por su casa. 
         —¡Mamá!, la pistola de aire ¿dónde está? 
         —Niña, yo que sé, tal vez en el cuarto de tu hermano —contesta la madre.
         No encuentra el labial carmesí que quería, me caga… se lo presté a Bety, frustrada, se pone otro color muy parecido.   
         Sale a la calle, arranca miradas y silbidos, unas cuadras más adelante puede caminar tranquila, revisa mentalmente los detalles de su arreglo: las uñas, el rímel, los aretes, el perfume, todo está en su lugar. Va contenta, confiada. Quién sabe qué pueda pasar. ¿Qué voy a pedir? Ojalá no vaya a llover. ¿Qué tal si luego me lleva al cine? Sea lo que sea, estoy segura de que este día nunca lo olvidaré, la primera vez que me invitan a un lugar elegante. 
         Julia ha llegado temprano al establecimiento convenido, unos veinte minutos antes. ¿Qué puedo hacer? Ni modo de regresarme. ¿Si me voy al parque y espero un rato? ¡No!, me voy a acalorar, tal vez hasta sude, mejor ya me voy a meter, qué tiene que haya llegado antes. 
         Entra al restaurante, elige un gabinete pequeño, pide un té helado, saca su libro. Sentada frente a la bebida, ya más tranquila, se quita los zapatos para relajar los pies un momento. De un vistazo observa a los comensales de las otras mesas, una pareja de amigas, un matrimonio, una madre con sus hijos, la niña, alrededor de los tres años, pasea por las mesas cercanas, bajo la eventual mirada de su madre. Julia la ve, le sonríe. La niña gatea, carga una bolsa de tela con flores tejidas. Su madre la llama: 
         —María, vamos, es hora de irnos. —La pequeña sale debajo de la mesa y se dirige a su madre, la toma de la mano. 
         Faltan unos diez minutos para que llegue Roberto, Julia le comunica en un mensaje, a través del móvil, que ya se encuentra en el restaurante. Decide por última vez revisar el maquillaje, aliñarse la ropa, tiene que ir al baño. Toca bajo la mesa, encuentra un zapato, se lo pone, pero por más que mueve la mano, no siente el otro, se asoma para ver debajo de la mesa: no hay nada. Un miedo súbito la recorre, busca y no encuentra la zapatilla, no sabe que pasó, se atreve a preguntarle al mesero. El hombre también mira bajo la mesa, se agacha, busca en el piso de mesas cercanas. La joven se muestra muy nerviosa. No se explica qué pudo haber pasado, el capitán viene discretamente, le anuncia que la empresa no tuvo nada que ver con la presunta desaparición, no es el momento de la limpieza. Un par de meseros y el capitán comienzan a verla con desconfianza. 
         Julia se siente aterrada, el zapato simplemente desapareció, ahora lo más importante es que Roberto no la vea en estas circunstancias, por suerte no ha llegado. Chingada madre, la chica recoge su bolsa y sale del lugar apresurada, ni siquiera paga el consumo. 
         Va por la calle sólo con un zapato, inmediatamente se percata de ello, se lo quita, en su desesperación lo avienta, camina descalza, la gente la mira, ella rehúye las miradas viendo al piso, evitando también pequeñas piedras o basura que pudieran lastimarla. Parezco una loca. Al pasar junto a dos mujeres mayores, escucha que una le dice a la otra: 
         —Mira, seguro que se le escapó a un hombre, el novio, el padre, a saber. 
         No pasa ningún taxi libre, opta por tomar el colectivo, lo que sea para alejarse de allí. El chofer, y las personas de adelante, que la han visto desde el vehículo, la observan con disimulo cuando sube. 
         Suena el móvil, es Roberto, está muy alterada y no sabe que inventar, no contesta. El microbús va muy lleno, eso le permite que su falta de calzado pase inadvertida, en el centro del transporte nadie lo nota. Sin embargo, el pisotón de un hombre que se dirige hacia la puerta trasera la cimbra de dolor, se cubre los ojos con la mano izquierda, con la otra va detenida del tubo, en silencio empieza a llorar. Se siente tan desvalida que no se atreve a hacer ningún reclamo. El responsable ni siquiera se da cuenta del tormento que ha causado a su paso.
         Un mensaje de Roberto: "¿Dónde estás?, llevo rato buscándote"  
         Cuando se baja del vehículo corre por la calle, sin mirar a nadie. Hilda, la vecina, al verla descalza, le pregunta extrañada: 
         —¿Qué te pasó? 
         La joven ni siquiera la voltea a ver. Por fin puede entrar a su casa. Su madre le grita desde la cocina: 
         —Niña, ¿ya regresaste? ¿Qué, no viste a Roberto?  
         Julia entra directo a su habitación, se avienta en la cama. Con un empeine amoratado y las plantas de los pies totalmente negras, da rienda suelta a su llanto. Mierda, mierda.    
         Sollozando, Julia recuerda a la niña y todos los detalles que la acompañaron. Seguro que la chiquilla fue, maldita escuincla. ¿Cómo pudo ser? 


En otra casa, la madre dice:  
         —¿Qué traes en tu bolsa, María? Hace rato vi un bulto grande.
         —Es la zapatilla de una princesa —contesta la niña.
         —A ver. Pero, nena, ¿de dónde sacaste esto? —pregunta la madre, mientras observa el zapato, lo huele, lo tira—, ya te he dicho que no agarres porquerías. 
         —No es porquería, es para cuando sea grande, me la dio una princesa —afirma la pequeña. 
         —Cuántas veces te digo que no guardes cosas en tu bolsa, vaya a saber de quién es este zapato y si pueda traer alguna infección, dime, ¿de dónde lo sacaste? —vuelve a requerir la madre, enérgica. 
         —Ya te dije, mami, me lo dejó una princesa y se rió conmigo. 


Guadalupe Azucena Franco Chávez
Mexicana, Maestra en Letras Latinoamericanas por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Ha presentado ponencias en congresos nacionales e internacionales de minificción, en la UNAM, Berlín, Bogotá y Valparaíso. Es coautora de "Imaginarios de papel". Finalista del II Concurso Litteratura de Relato.

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