domingo, 14 de febrero de 2016

A las 7 a.m. en el 101......Indira Córdoba Alberca*

Finalista del IConcurso Litteratura de Relato

Él tiene impresa en la mente su mirada de hielo, y en el rostro la bofetada seca que ella le estampó sin decir nada. Tal vez poco tenía que ver con eso el día nublado y el frío departamento al que llegaba agotado por las tardes, después de trabajar. El bofetón seguro no había sido consecuencia de sus retrasos por las horas extra en la oficina, ni porque aún no dejaba el cigarrillo. Tampoco estaría relacionado con los sábados de fútbol, ni las impertinencias de su madre cada vez que les visitaba, y en un suspiro dejaba caer cuánto se lamentaba por el “nene” convertido en empleaducho mediocre, mal atendido por la esposa. "Exageradita la vieja", masculló su esposa con fastidio la última vez. El desconcierto de él y la rabia con la que ella le pegó tampoco estarían ligados al sobrepeso después del embarazo, ni a los estudios interrumpidos, ni a las burlas de la familia, ni a la desaparición de los amigos.
         Ese golpe, más allá de ser un código roto, una falta de respeto, fue el despertar del empleado somnoliento que aquella mañana iba en colectivo a su trabajo, el padre que se levantó tres veces en la madrugada para atender al bebé atacado por los gases. No dejó que su mujer se levantara porque ella pasaba todo el día trajinando con los chicos. Con el cuerpo pesado y en cámara lenta, Mario había dejado la calidez de su cama para vestirse con desgano y salir a ver un sol que no le interesaba, ni mucho menos motivaba. Al contrario, el resplandor hería sus ojos sensibles de desvelo. La noche anterior había soñado que volvía a creer en Dios, reconoció con tristeza que fue hermoso.
         Ese zombi en traje de oficina se tambaleaba de pie al vaivén del colectivo, saltaba en cada bache y escapaba de golpearse en los frenazos. Hacía mucho que la escena mañanera era la misma y anticipaba lo que sería ese nuevo día: los chismes de pasillo, el sueldo miserable, la oficina obscura y estrecha con olor a transpiración de burocracia, los problemas para llegar a fin de mes, entre los gastos del pequeñito pre-escolar y del bebé, los almuerzos baratos y tristes, mal llamados ejecutivos, y finalmente el tránsito pesado que soportaba cada tarde al volver a casa, cuando no sabe si le darán las fuerzas para terminar el día. 
         El bofetón fue para él, que a las siete de la mañana, para no llegar tarde a la oficina, subió al colectivo 101 pese a que éste estaba a reventar. Para aquél que esa mañana se evadía en las escenas lejanas de una adolescencia loquísima, de juegos pirotécnicos  y carreras de motocross, cuando estudiaba turismo, farreaba de domingo a domingo, se echaba tragos y fumaba porros. A veces le dan ganas de ir a buscar a ése que fue, y rescatar lo rescatable. Era la época en que tenía tan clara y obvia la vida, pero un día abrió los ojos y otra vez estuvo más perdido que nunca: ¿todo para qué? Para acabar en este fin de mundo convertido en burócrata triste, hippie en ruinas. Hoy, que está tan lejos de sí mismo y se extraña más que nunca, quisiera romper esa telaraña y correr. No soporta el traje y las corbatas, cada mañana se viste como quien debe ponerse un disfraz. Viaja con sus recuerdos porque es la única forma de volar y sonreír. Pero entre ellos aparece un accidente: después de una fiesta fueron borrachos a la playa, no aguantó manejando las seis horas y volcó antes de llegar. Él salió ileso, ella casi ni lo cuenta. 
         Ya no hago motocross, nada de embarrarme en el lodo, ni deportes extremos, a lo mucho salgo en bici los domingos con mis hijos. Todo el mundo dice que no hacemos buena pareja con la Cris, ella es grandota y corpulenta, que hasta parece mi mamá dicen los muchachos. No estaba enamorado cuando me casé, estaba asustado, no quería fallarle otra vez a Cris. Gracias a Dios, había vuelto a caminar después que casi la mato en el accidente, y encima quedó embarazada. Tuve que mantenernos, cambiar mis sueños, fijarme metas que no logro alcanzar... No, yo no quería esto para mí, no era el futuro que imaginé, es la vida que me toca vivir, aquí estoy para hacerle frente. A Cris no la podía querer porque no tenía ningún motivo para quererla, a las otras me unía la complicidad, la identificación, las ganas tal vez. A Cris no me unía ni eso, ella simplemente no era nadie, hasta que me unió la culpa. ¿A quién le importa si soy feliz? Uno no se equivoca por hobby. Antes los matrimonios eran arreglados y les iba bien. Para cambiar la historia se necesita valor y fuerza, si no las tienes, es mejor no pensar en eso. De pronto te das cuenta que no importa si quieres o si sientes que no puedes, simplemente debes seguir tu camino. Y la vida pasa, como ya no te interesa, pasa nomás. 
         Los padres de su esposa exigieron un matrimonio civil y eclesiástico. Consiguieron un cura amigo, para que se confesara, hiciera la primera comunión y confirmación. A él, que con suerte había sido bautizado, el cura le preguntó si estaba dispuesto a ir a misa todos los domingos, si entendía que faltar a misa era pecado, si pensaba confesarse regularmente para comulgar y si iba a tener un matrimonio verdaderamente cristiano que no usaría anticonceptivos. "¡Noooooooooooo! ¡¿Cómo me va a decir eso?! ¡Yo no soy así, sólo necesito hacer la comunión y confirmarme porque me tengo que casar!" Le preguntó si quería casarse, contestó que no. El sábado siguiente los casó.
         Aquella mañana no entendió las bromas y risitas de jefes y compañeros de trabajo. "¡De zorro muerto a casanova!", le dijo con desprecio la doña encargada de los sueldos. "¡Encima de pillo, descarado, lávese la cara por lo menos para que no se note tanto la nochecita que pasó!", le dijo una secretaria. A ése, como a todos los comentarios, lo olvidó tan pronto se sumió en la labor del día a día. 
         Durante su jornada de ocho horas no había tenido ocasión de reparar en la mancha roja de labial que una desconocida imprimió en su pecho, justo bajo el cuello de la camisa, al chocar cuando el colectivo frenó en su parada y tuvo que dejar de recordar.



Indira Córdoba Alberca
* Nació en Quito (Ecuador) en 1975 y reside en Argentina, en Corrientes Capital. Es autora de los libros de cuentos Diosas en el fuego (2007) y Ruleta rusa y otros giros de fortuna (2013). Tanto en Ecuador como en Argentina ha colaborado en la publicación de diarios y revistas, e imparte talleres literarios a diverso público. Su trabajo ha sido reconocido con diferentes premios, publicaciones en antologías y menciones en Ecuador, Argentina, México y Estados Unidos. Finalista del II Concurso Litteratura de Relato

3 comentarios:

  1. Excelente cuento, muy bien trabajado, la leo desde sus inicios y es notorio su progreso y lo afinado de su estilo

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  2. Siempre es de mi agrado leer
    las letras ordenadas a tu estilo
    felicidades en este nuevo paso
    siempre serán las mismas alegrías de antaño

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  3. Un relato extraordinario de la cotidianidad de la vida...Indira nos descubre...nos expone.. Me encanta su estilo

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