sábado, 21 de diciembre de 2013

Las sombras del Cabaret......Sebastián Serrano Silva*

Finalista del I Concurso Litteratura de Relato

Foto: Josef von Sternberg, El ángel azul
La vio por primera vez una noche de juerga con la gente del estudio, después de unas cuantas cervezas terminaron en el cabaret que ya se estaba haciendo famoso por su leyenda: Ángel Azul, la mujer que congela el corazón de todos los hombres de Berlín. Su belleza era impresionante, su sensualidad erizaba la piel, sus ojos azules eran devastadores, su boca era fuego que quemaba con chispas de pornografía. Verla en el escenario era reunir todo el deseo, el erotismo, las potencialidades, el deleite y la imposibilidad. Después de esa noche estuvo toda la semana pensando en ella, su imagen flotaba por la habitación entera, incluso se esforzó para recordar su olor y sus gestos. Unas cuantas noches de insomnio lo convencieron de que tenía que volver a verla. Día tras día, ahí estuvo en primera fila, observando sus piernas, sus brazos, su pelo rizado de oro, su cuello, su cuerpo y, cómo no… su rostro maldito de Ángel Azul. El domingo no supo qué hacer cuando, parado a las puertas del cabaret, se enteró de que esa noche no vendría.
         Al mes descubrió que si ofrecía algo de dinero le podían dar información sobre ella, luego supo que si daba algo más, tenía la posibilidad de hablar unos minutos con ella. Así que un domingo a las dos de la madrugada tuvo la oportunidad de esperarla en la puerta del cabaret. Tener todos sus encantos enfrente y poder escuchar su voz, seca y lánguida, le proporcionó una felicidad casi infantil. Lo único cierto que dijo fue que trabajaba en los estudios de la UFA, todo lo demás era inventado, pero su imaginación le permitió que la noche, impulsada por el jazz, se hiciera larguísima. Al lado de ella vio cómo amanecía, tomando café y comiendo pan en una de las pocas cafeterías que estaban abiertas a esa hora. No supo cómo ni por qué, pero en la hilaridad de la noche inventó que estaba a punto de dirigir su primera película y que ella sería la actriz principal, le explicó algunos tecnicismos de iluminación para convencerla y la vio desaparecer en el tranvía a las diez de la mañana, con la promesa de que el amanecer del siguiente domingo también sería suyo.
         Debía ser mayo y todo renacía, volvieron a recorrer las calles luminosas plagadas de movimiento, entre promesas y nuevas mentiras pudo acariciar su mano e incluso, cuando la cita llegaba a su fin, ¡darle un beso en la mejilla! 

         Pasadas las semanas y entrado el verano, las cosas fueron subiendo de intensidad, hasta que una noche de champaña y vodka, le permitió tocar la piel desnuda de sus piernas, besar su espalda, acariciar su cuello, y hasta quitarle ese vestido que llevaba varios días anhelando ver desaparecer. Toda su belleza y sus formas sugerentes se mezclaron en un goce inaudito, que provocó que el deseo y la necesidad se agudizaran.
         Una tarde en la que sabía que casi no había gente en el estudio, la llevó para hacer unas pruebas de iluminación, la acarició con sombras y luces, como ansiaba hacer desde el principio, y en una de las bodegas descubrieron un placer tan pleno, tan intenso, que se ganó la posibilidad de verla más tardes y amaneceres, hasta de pasar con ella el domingo entero.
         Fue la época más feliz de su vida, los encantos de Ángel Azul y la luz del verano provocaban que todo tuviera una impresionante locomoción interior. La prueba de iluminación se repitió una o dos veces más con el suculento desenlace de la primera vez. Pero ella, al ver que su protagonismo cinematográfico no pasaba de promesas y ensayos, se empezó a desesperar. Él a la fuerza comprendió que tenía que conseguirle una audición, aún a riesgo de perderla, y después de unas cuantas llamadas y no pocas insistencias, con el corazón apretado en un puño, lo consiguió. 
         Sin embargo... su fuerza y su sensualidad no brillaban de igual forma ante las cámaras, su gesticulación era ridícula, sus poses absurdas: fue un fracaso total, su Ángel Azul no tenía el brillo necesario para flotar en el firmamento del cine. 
         Esa tarde algo se rompió, los caprichos de ella se volvieron cada vez más excesivos, los domingos por la tarde eran insoportables, conoció su lado oscuro, hasta perdió el derecho a verla entre semana. Vagando por las calles de la ciudad, arrastraba su tristeza y sentía el peso fatal de sus alas azules llenándolo todo de sombras macabras.
         La situación estalló finalmente cuando ella supo que era un simple luminotécnico, se acabaron las tardes de domingo, algunas horas del sábado siguieron siendo suyas por la costumbre, aunque duraron poco. El otoño en Berlín era frío y duro, triste con los restos de su Ángel Azul. La otrora amplia gama de posibilidades se volvió a reducir a verla en el Cabaret, sólo que ahora dolía más porque una realidad tangible había pasado a ser un pedazo etéreo del pasado. Fue horrible la noche en que se enteró de que ella no actuaría, corrió como un loco por las calles hasta llegar a su casa, golpeó la puerta hasta casi romperla y gritó hasta que los vecinos lo echaron. Vagabundeó por la ciudad entera, hundiéndose en la nieve y el desengaño. 
         Cuando supo que se había ido a América, gastó todos sus ahorros para llegar a Hamburgo, allí consumió lo que le quedaba de esperanza en noches de insomnio, tardes de duro trabajo en una fábrica y cerveza. De ahí sólo lo sacó el alistamiento forzoso en el ejército del Tercer Reich. Murió tres años después, en el frente soviético, más de tristeza, frío y desilusión que de otra cosa. 
         Al final, ella logró triunfar en la gran pantalla al otro lado del Atlántico, sólo que en el ala más alternativa y libertina de Hollywood. Actuaba en películas exclusivas, para un selecto grupo de voyeuristas que pagaban millones de dólares por conocer sus encantos más íntimos. Murió el mismo día que él, sola en un cuarto de hotel, Ángel Azul, siempre joven, siempre bella, con una plácida inyección de morfina y una sonrisa que recordaba la felicidad de aquel exquisito verano en Berlín.


* Nació en Bogotá (Colombia) en 1978, donde estudió y vivió hasta 2003. Actualmente reside en México, después de pasar unos años en Madrid y Barcelona. Licenciado en Comunicación Social y Periodismo, obtuvo el título de Maestría en Investigación en Comunicación Audiovisual y Publicidad, otorgado por la Universidad Autónoma de Barcelona. Desde los 18 años se ha dedicado a escribir relatos y notas periodísticas, trabajó durante seis meses en la revista Semana de Colombia y colaboró durante dos años en sus portales de Internet, Semana.com y Conexión Colombia. En la actualidad, su escritura está más enfocada a temas sostenibles y del agua como recurso para la empresa en la que trabaja en México. Sin embargo, mantiene viva la inclinación hacia la literatura a través de su blog El Cruce de Caminos (http://entre4caminos.blogspot.mx/). Finalista del I Concurso Litteratura de Relato.

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