sábado, 7 de diciembre de 2013

Mickey y Minnie......Jesús Grisaleña Galdos*

Finalista del I Concurso Litteratura de Relato

“¿Por qué? ¿Por qué?”, me preguntaba y se preguntaba entre sollozos la madre de Peter. Y yo me limitaba a abrazarla y a llorar con ella.

         “¿Por qué?” Su mirada buscaba en mis lágrimas una respuesta sincera. “Peter era feliz”, traté de tranquilizarla, “y quería que todo el mundo lo fuera. Que nosotros lo fuéramos...”
         Esa afirmación, que calmó de algún modo la angustia de la madre de Peter, me sirve a mí también de consuelo en ocasiones, pero, a pesar de todo, no logro evitar preguntarme a mi vez: “¿Por qué? ¿Por qué no hice más para impedirlo?”.
         Y no hallo respuesta.
Peter y yo éramos amigos. Ambos trabajábamos como Mickey y Minnie en el parque Disney World de Orlando. Pero había una gran diferencia entre nosotros. Lo que para mí era un trabajo, para él era su vida. Porque Peter era Mickey, se sentía Mickey y era feliz en el papel de Mickey. En cambio, Minnie era para mí sólo una salida momentánea, un trabajo mal pagado y, en cierto modo, la prueba de mi fracaso. Yo había hecho periodismo en España y había cruzado el charco para aprender inglés, mientras fregaba platos en una pizzería o hacía de canguro ocasional. Trabajar de Minnie en Orlando era un ligero y momentáneo alivio, pero estaba muy lejos de mis aspiraciones y de mi verdadera vocación de periodista.
A veces me quejaba delante de Peter de las horas interminables bajo aquel disfraz, del calor insoportable que hacía allí dentro, de la miseria que nos pagaban, de tener que fingir una jovialidad impostada. Y él me miraba con esa cara angelical que me desconcertaba; y sonreía. Me decía que él era feliz, que le gustaba hacerse fotos con los niños y con los mayores, que disfrutaba con la alegría de los demás y que desde pequeño había querido ser Mickey.
Un día me contó que había hecho los estudios de arte dramático para contentar a su familia y que llegó incluso a hacer el papel del príncipe Hamlet en la representación de fin de carrera. Al parecer, fue un éxito y los profesores y también su familia le animaron a dirigir sus pasos hacia la escena. “Encontré precisamente la respuesta”, me dijo, “mientras recitaba Ser o no ser, ésa es la cuestión, porque yo quería ser lo que ahora soy, nada más.” Yo le miraba embelesada. “Hubo hasta un representante de Broadway que llamó a casa para hablar conmigo.” “¿Y qué le dijiste?” “Que no estaba interesado.”  Sacó entonces de su cartera una foto y me la enseñó. “Mira, ése soy yo con ocho años.” “¿Y éstos?” “Son mis padres. Es la última foto que se hicieron juntos”.
Vi entonces, en aquel niño que sonreía junto a Mickey Mouse, la misma mirada angelical con que Peter respondía a mis quejas y mis reproches. “Desde aquel momento supe”, me dijo, “que yo también sería algún día Mickey Mouse. Por eso me resigné a hacer arte dramático. Por eso estoy aquí.” Le di un beso espontáneo, como movida por un impulso irresistible, asombrada yo misma de mi reacción. Peter también pareció sorprenderse, pero enseguida volvió a sonreírme con esa mirada inocente de niño bueno.
Peter me había abrazado muchas veces, pero no era a mí a quien abrazaba, sino a Minnie. Cuando Peter se convertía en Mickey era cariñoso, besucón y no dejaba de estrujarme. Yo sentía entonces su cariño y su cercanía a pesar de la distancia obligada por el disfraz. Pero cuando Peter recuperaba aquellas camisetas y jeans que tan bien le sentaban, su relación hacia mí era simplemente amistosa y cordial. Hubo un momento que tuve celos de Minnie y llegué incluso a odiar a mi personaje. Ya no aguantaba más. Pero llegaron las vacaciones y pude recuperar mi personalidad y mis sueños de ser una periodista famosa. De hecho, publiqué en el Miami Herald un reportaje titulado “Un día en Disney World”.
        Tras las vacaciones, me reincorporé a mi trabajo en Orlando con la esperanza de que quizás fuera la última vez, porque creía que mi reportaje me abriría camino en el mundo del periodismo; pero también con un gran deseo de reencontrarme con Peter.
Pero Peter no estaba allí. Mi nuevo compañero, el nuevo Mickey, me dijo que había habido muchos cambios durante mi ausencia y que a Peter le habían destinado a otra atracción; al País de Nunca Jamás, creía.
Ese mismo día, en el descanso, le busqué. En "el País de Nunca Jamás" pregunté si estaba allí Peter Parker y me dijeron que sí, que era el nuevo Capitán Garfio. Cuando le vi, corrí a abrazarle, pero me rechazó: “No quiero hacerte daño con el garfio”.
Más tarde pude hablar por fin con él en la cantina. Pero Peter no era el mismo. No quedaba en él nada de aquella mirada limpia que me embelesaba, sino un poso cargado de amargura. “Minnie", me dijo, "los niños ya no me quieren. Me chillan. Y lo peor, me temen. Ya sólo quieren hacerse fotos conmigo cuadrillas de adolescentes que se burlan de mí ante la cámara”. 
Intenté animarle. Le dije que presentara una nueva solicitud para volver a ser Mickie, que yo también le echaba de menos, que hablaría con el sindicato, que aguantase unos días, pero le vi sin fuerzas, sin ganas, perdido. “¿No te das cuenta, Minnie?", me dijo, "Ahora soy el malo y tengo que luchar con la espada contra Peter Pan. ¡Contra Peter Pan, al que adoro desde niño!” Le dije que lo comprendía, que al día siguiente volvería a hablar con él y que lo arreglaríamos todo; que ahora tenía que volver al trabajo.
Pero no hubo día siguiente. Cuando volví a Disney World por la mañana, había ambulancias y coches de policía con las luces encendidas. Me temí lo peor.
Luego supe que habían encontrado a una persona muerta en el suelo, una persona que se había arrojado desde la montaña rusa vestida de Mickey Mouse.
         Y desde entonces, reconciliada en parte con mi papel de Minnie, no ceso de repetirme “¿Por qué? ¿Por qué no hice más para impedirlo?”.


Jesús Grisaleña Galdos
* Maestro e inspector de educación jubilado, es columnista de prensa, con colaboraciones semanales durante veinte años (de 1991 a 2011) en "El Mundo de el País Vasco" bajo el seudónimo Erpin, y guionista de radio con colaboraciones semanales durante la temporada 2011-12 en el espacio "Los Mendi" de Radio Vitoria Grupo EITB. Obtuvo el segundo accésit en el Certamen de Poesía de la Fundación Mejora (Vitoria-Gasteiz) con el poema "La bolsa o la vida" y fue segundo finalista del II Certamen literario Literatura Nova/Función Lenguaje en la categoría poesía, con el poema titulado "Los tres cerditos y el ladrillo". Finalista del I Concurso Litteratura de Relato.

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