miércoles, 9 de abril de 2025

La visita de la casa de los viejitos......Lucía Oliván Santaliestra*

Finalista del V Concurso Internacional Litteratura de Relato 

Foto: Ruaridh Connellan (Barcroft TV), Janice Haley con su tigre
La voz atronadora de la televisión hacía temblar los cristales, amortiguando el golpeteo de las gotas de lluvia. Un olor a rancio envolvía el comedor, donde los viejitos, envueltos en gruesas mantas como dos momias, y con la calefacción a tope, roncaban en completa armonía. De repente, sonó la alarma que avisaba de la toma de la medicación. La viejita, dando manotazos a ciegas, consiguió apagarla. Se puso sus gafas y apoyó las manos en el sofá para coger fuerzas y poder levantarse. Pero se detuvo. Unos grandes ojos verdes la contemplaban desde la ventana. Le seguían un bigotito y una bola de pelo.
          —Pobrecito. Seguro que tienes hambre.
         Tras varias intentonas, la mujer consiguió levantarse y se arrastró a la cocina, acompañada del crujir de sus huesos. Cogió un platito de leche, abrió la ventana y lo colocó en la repisa. En estas, el abuelito se despertó con uno de sus resoplidos finales tras una serie de resuellos in crescendo. Antes de que pudiera desperezarse, el gatito se coló en la casa, corrió hacia él y se sentó en su regazo. Éste se rio y lo besó en la cabecita como si se tratara de Julián. Se le escapó una lágrima.
          —Con esos bigotes que tienes, te vas a llamar Bigotitos.
       Y así el animal, sin saberlo (o quizás sabiéndolo ya) pasó a formar parte de la vida rutinaria de los abuelitos. El felino campaba a sus anchas por todas las partes de la casa, menos una habitación, que siempre estaba cerrada.
       Los ancianitos dormían en un cuarto pequeño, en un colchón cubierto de edredones y mantas, que el animal adoptó como cama. Allí se hundía por las noches entre los dos cuerpos enjutos, arropándose con su calor, dejando que las manos de sus dos dueños lo masajearan mientras él ronroneaba. Sucedió que al felino le gustaba mucho estirarse. Y, para que el gatito estuviera cómodo y durmiera feliz, sus dueños fueron yéndose cada vez más a los bordes de la cama, dejando un espacio en el centro (más grande que sus propios cuerpos).
         Tenía el felino su lugar en el baño con su comidita y bebida: un platito con el pienso duro, que llenaba la mujer todas las mañanas con galletitas de pollo, y otro platito para comida blanda de lata. Un tercer cuenco se encontraba lleno de agua. Pero a Bigotitos le gustaba mucho la comida, y no se conformaba con las galletitas saladas de pollo. Con dos maullidos con tono de pena y una mirada impasible con la cabeza hacia arriba, conseguía que sus platos se rellenaran de nuevo, esta vez, además, con sopas suculentas para gato y hasta trocitos de jamón. Si en vez de los maullidos, se tiraba al suelo y daba varias volteretas, el efecto era mayor, pues recibía ración triple aliñada de caricias. Sólo por hoy, no te vamos a consentir, le decían a modo de reprimenda sus dueños, mientras la escena se repetía cada día. Por las tardes el animal se sentaba en el regazo de la viejita o el viejito, al son de los sonidos ensordecedores del televisor, cuyas ondas atravesaban su cuerpo y lo hacían vibrar a modo de masaje. Y entre los ronquidos, los sonoros pedos del matrimonio y la voz del televisor, dormían los tres en una sincronización perfecta.
       Sucedió que Bigotitos engordó cada vez más: sus huesos se alargaron, sus carnes colgaban de éstos lustrosas, y los abuelitos lo contemplaban con orgullo, sabiendo que eso era fruto de su buen cuidado. Lo cogían en brazos y le daban besitos. El abuelito lo cepillaba todos los días, le ponía cremita en las orejas por si le daba demasiado el sol. La abuelita llegó a desarrollar una habilidad tremenda para agacharse y recoger una pelotita de goma con la que el felino jugaba y que le encantaba perseguir. También comenzó a tejer, algo que había dejado de lado después de lo de Julián.
         Hizo primero una manta con lana muy suave, donde incrustó las letras de BIGOTITOS, luego un gorrito y unos calcetines por si salía de paseo por el jardín, no fuera a enfriarse. Guantes, una bufanda, un protector del frío para la colita… La mujercita reía y fantaseaba, bordaba prendas de diferentes colores, para que fuera conjuntado. Su cabeza ardía de ideas de diseño de ropa que había acumulado durante años, pero que enterró en el dolor del olvido, por lo que ellos dos ya sabían y siempre callaban.
          —Es un milagro que esto esté ocurriendo, ¿verdad?
          Y el ancianito asentía.
        El felino comía tanto que creció hasta el punto de ocupar una silla entera, y tenía tanta fuerza en las patas y en el lomo que era capaz de andar sólo con las dos traseras, erguido, y con la cabeza bien alta. Sus bigotes se volvieron tan largos que su dueña se los cortó. Por otra parte, la ropa que le habían confeccionado se le quedó pequeña.
        —Toma, mi pequeñito —comentaba la viejita mientras le hacía ropa más grande a su mascota y se la ponía con gran cuidado.
         Bigotitos tenía cada vez más hambre, y con el fin de que las raciones le cundieran, su dueña lo sentaba a la mesa con ellos y le servía, junto a los platos de ellos, el siguiente menú: un cuenco lleno de pienso de primero, una tarrina de comida húmeda Gourmet (la mejor del supermercado) de segundo, y de postre, un vaso de leche. Éste los engullía sin decir nada. No obstante, como no era suficiente, el animal comenzó a devorar las raciones de pollo, los guisos de estofado y otras cosas ricas que la viejita había cocinado para ella y su marido, y que los ancianitos intercambiaron por las galletitas de pienso que su mascota tenía siempre en el baño, las cuales comían agachados allí, y que tampoco sabían tan mal.
         Luego, Bigotitos ocupaba el sillón de la abuelita, y ésta se sentaba en la silla dura de madera en la que se ponían a comer en el comedor. Es lo menos que podía hacer, pensaba la vieja, después de lo que le había pasado por su culpa. La de ellos.

Un día el gato encontró abierta la puerta de aquella habitación que estaba siempre cerrada. Se coló y se subió a la única cama que había, bastante más pequeña que la de los ancianitos, y cubierta de peluches blandos. Cuando sus dueños lo vieron, profirieron varios chillidos, se pusieron pálidos y después las lágrimas se escaparon de sus ojos y no se pudieron detener.
         —¿Me habrás…..? —suplicaba la viejita, mientras contemplaba la foto de un niño de seis años con ojos verdes y luego miraba al felino.
          —Nunca quisimos.… —decía el viejito, y sus palabras se entrecortaban por los sollozos.
        Se arrodillaron. Y abrazaron y dieron besos sin límite a Bigotitos, quien, desde la cama, contemplaba a sus dos dueños panza arriba dejándose hacer. 


Lucía Oliván Santaliestra

Nació en Huesca en 1981. Licenciada en Filosofía por la Universidad de Barcelona y en Traducción e Interpretación por la Universidad de Pau (Francia). Desde 2012 reside en Alemania, donde es docente de Filosofía, Música y Español en un instituto de secundaria. Le apasiona leer, escribir, viajar, las culturas y aprender lenguas extranjeras. Ha publicado relatos en las revistas Alborismos, Almiar, Bitácora de vuelos, Extrañas noches, El Narratorio, Letralia, Letras de Chile, Nagari, Monolito, Odisea Cultural, The Weird Review, The Barcelona Review y Compromiso y Cultura, y en la revista de filosofía Aparte ReiMicrorrelatos suyos han sido seleccionados para las antologías Microterrores, La primavera la sangre altera e Inspiraciones Nocturnas, de la editorial Diversidad Literaria. Ganadora del VI Concurso de Relatos Antonia Ruiz Bujalante, del VI Concurso Literario de Micronarrativa “Amando se entiende la gente”, del VII Concurso Literario de Haikus “Un caleidoscopio de ideas” y del IX Concurso Literario de Micronarrativa “Calzando tus zapatos aprendí”; finalista del XXIV Concurso de Relatos Juan Martín Sauras y del VIII Certamen de Relatos Pablo Olavide. Dos obras suyas fueron seleccionadas para el XI Certamen de Microrrelatos Javier Tomeo, y el cuento A que no hay huevos fue nominado en la sección Letras Criminales del III Concurso de Relatos El yunque de Hefesto. También ha recibido varias menciones de honor en diversos concursos de microrrelatos y haikus de las editoriales El Muro Letras, Creatividad Literaria, Letras como Espada y Mundo Escritura. Su relato El asimilado” se leyó en Cuentalia de Radio Ariete, de la revista Almiar. Ha recopilado sus obras en tres libros de relatos inéditos: Cuentos de lo cotidiano y lo fantástico, Brevísimos y no tan breves y La maldición de las berenjenas y otras absurdidades. Actualmente está trabajando en una novela fantástica de corte histórico y crítica social sobre la esclavitud, viajes en el tiempo y temas raciales. Finalista del V Concurso Internacional Litteratura de Relato.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...