sábado, 10 de febrero de 2024

Vieja ruina......Maikel Sofiel Ramírez Cruz

Foto: Paco Luna, Retratos, La Habana (Cuba)

Esa mujer que está fregando en la cocina, bebiéndose los mocos para que no caigan sobre las vasijas, no es mi madre.
         Levántate y anda, hijo mío, me dijo hace un  rato.
         Ni que yo fuera Lázaro y ella Jesús. Como si estuviera tullido, como si fuera a superar esta resaca del ron más barato que existe con sólo decirlo.
           Esa mujer dice ser mi madre y llora cada día al amanecer.
        Supongo que extraña a mi padre. El viejo se largó hace meses cuando supo lo que todos sabían, excepto él y yo. No sé a dónde ni con quién, pero se fue. Poco después que me dieron el alta del hospital, dejé de tomarme las pastillas y no fui más a las consultas, una mañana desperté bajo los efectos del ron y se había ido. Mi madre estaba llorando con la cabeza recostada sobre la mesa del comedor. Berreaba como si alguien hubiera muerto, pero no me dejó consolarla ni quiso decirme qué le pasaba.
          Los vecinos, de chismosos que son, dijeron que ella había hecho como las perras cuando están ruinas: se van con el primer perro que les huela el fondillo. Te entretienes, miras a otro lado y, cuando volteas, ves a la muy sata ahí enganchá, jadeando y gruñendo, pero de placer.
          Mi madre se parece a una perra que mueve impaciente la cola y los ojitos le brillan cuando ve acercarse a un macho, y se deja oler y lamer y la seducen enseguida. Al rato la ves clavada en cualquier lugar. Y aunque las perras no están en celo todo el tiempo, ella lo está. De vez en cuando los perros dejan algunos billetes o algo para comer encima de la mesita y, a veces, un poco de ron. Entonces bebemos y tenemos resuelto el asunto por unas cuantas horas.
         Tal vez ella no comprende por qué es cómo es y por qué hace lo que hace. Quizá por eso solloza cada mañana. Quizá eche de menos a colar café y preparar el desayuno. En ese entonces yo era un niño y me encantaba esta casa, pues se inundaba del olor a café con leche y pan tostado con mantequilla. Pero ya no soy un niño, ni tenemos leche, ni mantequilla, ni dinero para comprar cosas así. Hace unos años todo era distinto, ella pintaba uñas y venían casi todas las mujeres del barrio. Pasaba horas cuchicheando, chismeando y pintando, incluso ganaba más dinero que mi padre en el central. Pero ahora no hace más que fornicar de vez en cuando y lloriquear en las mañanas.
       Y mi trabajo, mi trabajo es una reverenda basura, no me pagan lo suficiente, aunque me descojone trabajando. Además, mi jefe es un imbécil que, si sospecha que ando en tragos, enseguida se pone a hablar mierda y para trabajar en el central dando mandarria ocho horas cerca del horno, hay que tener los cojones cuadrados o andar borracho.
          Mi jefe piensa que no sé hacer otra cosa, piensa que soy un inútil como él, que sólo sabe firmar papeles y gritarle a uno en medio del ruido de la industria. Como en el pasado fue militar y estuvo en la guerra de Angola, se cree que puede reprender a todo el mundo como si fuera un mocoso o un soldado. Mi jefe no sabe que un día seré famoso, que seré una personalidad en el país de mierda este, que me convertiré en un escritor reconocido. Imagino su cara cuando me vea en la televisión o cuando vea mi foto en todos los periódicos y las revistas.
       La vieja hace a un lado el ripio de tela que sirve como cortina y se asoma a mi cuarto, con los ojos entreabiertos puedo ver su sombra. Es de madrugada, por supuesto, pues los gallos no paran de cantar. Levántate y ve para el trabajo, mijo. Repite, pero yo cierro bien los ojos y me cubro la cabeza con la sábana. No voy a ir ni pinga, ni hoy, ni mañana, ni nunca. No pienso aguantarle más la labia y los resabios a mi jefe, ni soporto una reunión más del sindicato azucarero. Se dice que van a cerrar el central y que se llevan las piezas para Venezuela. Me tienen jodido con tanta mierda y tanta reunión por gusto. Dicen que a los obreros los van a reubicar en la agricultura y que los jóvenes podremos estudiar carreras universitarias. Mira que inventan. Creo que se jodió pal carajo el central Chaparra.
         Esta cama con sábanas apestosas, este colchón con muelles sueltos que me molestan en la espalda y entre las costillas, y no me dejan dormir, no es mi cama. Esta casa en El Tejar, de la Parada de los Bobos por el camino hacia adentro, no es mi casa, pero aquí vivo.
       A ratos siento como si viviéramos todos tranquilamente aquí, Yuri y mi hijo, y mi madre y mi padre también.
         Vivimos aquí y los vecinos no nos traen en sus murmuraciones. Ni nadie anda diciendo perra ruina, ni borracho puerco, ni loco, ni puta, ni tarrú. Ni siquiera tenemos vecinos, somos sólo nosotros.
          Cierro bien los ojos. Me gustaría seguir durmiendo, fantaseando.
          Levántate, anda, mijo. Dale, que tienes que irte a trabajar.
         Y dale con lo mismo, déjame tranquilo, vieja, que ya no eres mi madre, ni mi padre es mi padre, ni esta casa es mi casa. Ni Yuri está con nosotros, además, mi hijo está muerto. Tú no lo recuerdas, vieja, pero mi hijo nació muerto. Se nos murió en la panza de Yuri. Preclamsia, qué palabra usaron los médicos para decir que se murió mi hijo, preclamsia… Pero yo le metí una galleta y un empujón a Yuri la noche antes de que eso pasara, ¿lo recuerdas, vieja? Allá en Chaparra, en casa de mis suegros. Todos lo saben, vieja, todos lo saben. Luego mi suegra dijo que yo era un salvaje, un sucio y repugnante borracho, impulsivo y violento. Y me dijeron: Vete y no regreses nunca, animal.
          Coño, gallos de mierda, cierren el pico de una vez, no me jodan más con su latoso quiquiriquí.
          Vieja, déjame en paz, cojones, déjame soñar tranquilo.
         En esta cama dormí con Yuri y soñé con ella mientras dormía. De este lado, en este incómodo colchón hicimos el amor cientos de veces. Esta es la parte con menos muelles desprendidos.
        Bajito, que nos escuchan, despacio, que hacemos ruido, decía y suspiraba en mi oído, mientras gemía como una perra. 
          Pero ella no está.
          Mi hijo no está.
          Mi padre tampoco está.
          Sólo tú estás conmigo, vieja ruina, llorando por los rincones como cada mañana. 

4 comentarios:

  1. Tremendo el destino del hijo que se niega a seguir trabajando para la azucarera. Un texto durísimo, pero tal vez más rutinario de lo que uno piensa.

    Un abrazo.

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  2. Excelente cuento, con un ritmo que te pide seguir leyendo hasta llegar al final.

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  3. En efecto, Albada, uno de los textos más duros que hemos publicado nunca en nuestro blog, ¡y eso que nosotros no somos precisamente blandengues, ¿eh?! Muchas gracias, Anónimo y Albada, de parte de Maikel, el nuevo fichaje de "Litteratura", que esperamos que siga colaborando con nosotros!!!

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