y
la música que sostiene y apuntala las horas
se
ha detenido.
—¿Dónde
ha quedado el paisaje que poblaba los
ojos?
Ahora
nos podemos mirar en silencio
y
sin colores y nos reconocemos grises,
era
sólo el oropel del shopping,
las
escaleras mecánicas que subían y bajaban del
infierno,
la
visita a dios en el ascensor de cristal.
—¿Quién
no es feliz detrás del brillo?
Los
agentes de seguridad
anuncian
el control del descontrol,
solamente
un grano de arena:
alguien,
en un descuido,
nos
soñó infelices mientras comía un helado.
Ahí
lo llevan,
lo
podemos ver en la jaula:
es
feo, tiene ropa sucia y parece que mucha hambre.
—¡Calmen,
señores... todo está en orden!
Y
así fue:
otra
vez la música,
la
sortija en la nariz del zombi.
Me
quiero olvidar de este pésimo día:
dicen
que bajó del ascensor principal,
robó
un par de libros, unas zanahorias,
devoró
las muestras del gran comedor
y
bebió cerveza hasta orinar de alegría.
La
alarma del asco aún está sonando.
No
nos será fácil volver a ser felices
y
olvidar a ese hombre desesperado
que
irrumpió esta mañana
en
la villa miseria de nuestro espíritu.
No hay comentarios:
Publicar un comentario