martes, 18 de julio de 2023

Playa Escondida......Lauro Cruz Sánchez

Foto: Playa Escondida, México (www.nauticalnewstoday.com)
Resultó ser todo un viaje. Una convivencia junto a las olas del mar que hermanó al grupo de amigos a través del tiempo. A cuarenta años de distancia de aquella aventura, las escenas vividas permanecen frescas en tu memoria. Lo realizaron en el mes de septiembre, durante uno de tantos puentes que marca el calendario. Se convirtió en un fin de semana tan glorioso como memorable. Contagiados por el entusiasmo de una pareja gay –los escritores Luis Zapata y Olivier Dubroise–, Carmen, David, Carlos, el Mono y tú, aceptaron pasar el fin de semana en Playa Escondida, a 30 minutos de Catemaco. Les va a encantar, ya verán. La vista aérea del mar es inigualable. Saturaste tu Maverick 78 con siete pasajeros, contraviniendo las leyes del tránsito. ¡Naaahh, no hay “tamarindos” que aguanten un cañonazo de cincuenta pesos!, exclamas, al iniciar el viaje. Sus ilusiones surcan los aires; las llantas rechinan en cada curva, divertidas. Todos viajan bajo los efluvios del alcohol y la mota, excepto tú. Ríen ante la posibilidad de un accidente. ¡Ja, sólo se mueren los pendejos!, grita David, con un vaso en la mano, brindando embelesado por el esplendor del paisaje. Carmen también bebe, aunque en forma moderada, por si acaso debiera reemplazarte como chofer. Tú no tienes ninguna intención de soltar el volante. En el interior del auto, los efluvios del alcohol se pueden cortar. El humo huye despavorido por las ventanas abiertas. El aliento característico de los borrachos se confunde con el aroma ácido del sudor de los cuerpos. El Mono se toma la liberad de soltar un sonoro pedo para provocar la hilaridad de la concurrencia. Al sentir el fétido olor, todos gritan y manotean, como espantando moscas. El autor de aquella majadería se gana varias mentadas de madre y algunos zapes de parte de los presentes.
         Durante el recorrido se escuchan infinidad de bromas y anécdotas chuscas; varias de ellas hacen referencia a literatos y personajes de novelas famosas. La carretera te parece una delicia, cuando las luces del carro iluminan frondosos árboles y arbustos de formas caprichosas. Oprimes con cariño la mano de Carmen, quien acaricia el dorso de la tuya con el dedo pulgar. Rato después, una señalización te indica que el municipio de Catemaco se encuentra a sesenta kilómetros.
         Realizan una parada obligada en este pueblo, con dos objetivos: a) desentumecer las piernas y b) adquirir ron suficiente para una larga velada. La idea es permanecer en la playa sábado y domingo, e iniciar el regreso el lunes por la mañana. El ansia carcome las entrañas del grupo al sentir la terracería y lo disparejo del camino. Los cuerpos de los pasajeros chocan entre sí, provocando bastantes risas más.
           Cuando por fin arriban a tan anhelado lugar te inquietas un poco, pues esperabas ver el mar a lo lejos o escuchar el vaivén de las olas; ni éste ni éstas aparecen en la escena. A treinta metros de distancia se pueden apreciar algunas construcciones de concreto. Luis y Olivier, que ya conocen el lugar, informan que, subiendo la rampa, hay espacio para estacionar el auto y también se puede encontrar un restaurante. Tus amigos no lo saben, pero no tienes mucha experiencia en conducir autos. Este detalle se puede apreciar al intentar subir la rampa. Las llantas resbalan. El auto se ha atascado. Intentas una y otra vez. El coche no avanza. En una de esas intentonas, el vehículo derrapa y parece que saldrá de la rampa, que carece de protección.
        Contrariado, solicitas a los acompañantes –excepto Carmen, claro– que desciendan y suban a pie, mientras tú haces otro intento por alcanzar la cima. Imposible. Los nervios obnubilan tus sentidos. Como una forma de calmarte, Carmen decide entrar en acción y te pide que le cedas el volante. Aceptas. A regañadientes y angustiado, ocupas el lugar del copiloto. En el segundo intento, con lentitud, Carmen logra ascender y llega al estacionamiento. Tus amigos observan y los reciben con gritos y aplausos. Aunque apenado por haber quedado exhibido, te sientes tranquilo. Felicitas a tu novia. La premias con un beso y un gran arrimón.
         Después de instalarse en sus habitaciones, se dirigen a contemplar el mar y ahora entiendes el porqué del nombre de aquella playa. En el fondo de un acantilado que –calculas–, serían entre setenta y cien metros y ayudados por el reflejo de la luna, se puede apreciar el constante movimiento y la blancura de las olas. En ese momento –las nueve de la noche– es muy riesgoso intentar el descenso so pena de sufrir un accidente. La humedad en las rocas las torna resbaladizas. Los dueños del lugar recomiendan acudir a la playa a la mañana siguiente. Bajo tales circunstancias, el grupo decide cenar y disfrutar algunas bebidas. El incidente de la rampa te ha dejado un mal sabor de boca. Algunas cervezas te harán olvidar aquel suceso.
         Y sí… después de la cena, el ron y las cebadas ingeridas han realizado su labor y ya se encuentran todos disfrutando su música favorita. En el estéreo se puede escuchar las voces de Bruce Springsteen, Mark Knofler, Patti Smith, David Bowie y algunos más. Es una noche tan encantadora como muchas otras que han disfrutado en la colonia Roma, en el D. F., sólo que, en esta ocasión, están acompañados por la brisa del mar y la oscuridad del abismo. Un delicioso olor a mariscos, ajo y cebolla se apodera del ambiente, inundando sus emociones. Todos bailan en círculo, abrazando a sus compañeros. En ese momento maravilloso, Juan Gabriel aparece como un intruso con su canción “Querida”. Al Mono, a David y a ti –rockeros de la vieja guardia– les parece una ofensa, pues detestan ese tipo de música. Suspenden el baile. No obstante, instantes después –atendiendo a los ruegos de Luis y Olivier– ya forman parte del grupo; incluso giran en círculo echando hacia adelante la pierna izquierda y luego la derecha. Todos ríen de muy buena gana al participar en aquella coreografía de la amistad. Ya circula un gran carrujo entre el grupo. La playa, que parece tan lejana, el cúmulo de estrellas en el firmamento, la mota aspirada y el esplendor en el ánimo de tus amigos, terminan por subyugarte.
         No sucedía lo mismo en las constantes borracheras, pero esta vez, sí… Después del rock, aparecieron las voces de Serrat, Víctor Manuel y, ya fuera de ti, solicitaste a la Sonora Matancera y el ambiente se llenó de nostalgia con la voz de Alberto Beltrán: "Cantando quiero decirte lo que me gusta de ti / las cosa que me enamoran y te hacen dueña de mí / Me gusta, todo me gusta, todo me gusta de ti…"
         La euforia disminuyó notablemente, cuando tus lágrimas se hicieron presentes… El único que sabía de tus tribulaciones sentimentales era David, tu gran amigo. A principio, guardó silencio, al igual que los demás; luego, todos te rodearon y palmearon tu espalda, reanimándote. Ya… ya, disculpen este resbalón… creo que la mois me entregó mal viaje, respondes, intentando reanimarte… Aunque no lo comentas con nadie, sabes que la herida de tu primer matrimonio aún se encuentra fresca y allá, en el fondo del abismo, jugueteando con las olas bajo la luna, te pareció descubrir la sensual figura de Tere, llamándote, recorriendo sus piernas con la yema de los dedos y burlándose de tu llanto…
         La reunión en el restaurante ha terminado; no así, la convivencia. Son casi las dos de la madrugada. Ahora, el grupo se encuentra en círculo, unidos por los pies, recostados en el césped, conversando bocarriba –o intentando conversar, más bien, dado que varios ya no pueden ni hablar– . La luna y las estrellas brillan en todo lo alto y los miran con curiosidad, parecen divertidas con su plática. ¿Si tuvieran que ab-abando-abandonar el p-p-puto país, por diferentes circuns-cunstancias, no importa cuáles, q-q-qué libros elegirían para llevarse, da-da-d-d-dado que no s-s-sería posible cargar con to-toda su b-b-biblioteca? Cada uno deja ver sus preferencias literarias. La respuesta de David y la tuya, coinciden: se llevarían los libros de García Ponce junto con algunas revistas como Quimera, Vuelta y El Viejo Topo.
         Cuando la conversación de los amigos se encuentra en lo más álgido, la inmensidad del cielo es surcada por una luz, un punto luminoso que les provoca desconcierto. ¡Ay, cabrón! ¿Ya vieron eso?, exclama Carlos, señalando hacia la distancia con el dedo índice. ¡Un OVNI! ¡A huevo! ¡En la madre! ¿Qué pedo con eso? Responde al unísono la mayoría. Se trata de una aparición tan abstracta como fugaz. Han sido sólo unos instantes, instantes maravillosos que los hacen sentir privilegiados, pues todos están seguros de haber presenciado ese gran fenómeno. Les cuesta trabajo asimilar aquella aparición. Horas más tarde, el cansancio los vence… La primera noche ha resultado fantástica, inigualable.
         En las primeras horas de la mañana, el grupo se sitúa frente al abismo. El panorama es impresionante; la vista, maravillosa. Ante sus ojos se despliega un extenso terreno poblado de árboles, palmeras y arbustos, coronado con el verde de un mar apacible y unas olas traviesas que juguetean con la arena. Los amigos permanecen en silencio, abrazados, con los brazos extendidos, soportando la cruda, deslumbrados por el horizonte. Después del almuerzo, los otros jóvenes y tú se aventuran a descender por las rústicas escalinatas que la gente del pueblo ha construido. Cada paso debe ser ejecutado con mucha precaución, pues las rocas están húmedas y resbaladizas. Minutos después, ya se encuentran en la playa. Ustedes son los únicos visitantes. A ti te resulta curioso observar los desnudos de Luis y Olivier. Es la primera ocasión que presencias un hecho de tal naturaleza y te sientes a gusto, valoras aquellas expresiones de libertad. No es la misma 5 situación ver a tus amigos desnudos al salir del baño, en tu departamento, que mirarlos al aire libre, bocabajo, tostándose las nalgas. Por supuesto, todos se hermanan en la desnudez. Es otro momento mágico. La piel se regocija, al sentir la brisa… Deleitarse con una cerveza, de cara al mar… Gozar la absoluta irresponsabilidad con la arena masajeando tus pies… Fugarse bajo el agua y aparecer en aquella línea verde donde se junta el cielo con la mar… Sentir cómo el tiempo juguetea con tu cabello… Absorber la distancia con la mirada… Beberse las horas y la vida con los ojos cerrados… Atragantarse con manjares de amistad, adornados con nubes blancas… Humedecer el espíritu con el inconfundible murmullo del mar, exaltando sus sentidos. El divertido vaivén de las olas los subyuga. Si el grupo fuera católico, podrían afirmar, sin temor a equivocarse, que sentían la presencia de Dios y ustedes se encontraban en el paraíso. Todo este delicioso ambiente les provoca gritar en dirección al mar: ¡Me encanta estar borracho!, que es la consigna general, pues siempre se vanaglorian de su estado etílico, que les permite apreciar mucho más los placeres de la amistad y los regalos de la vida –no como otros, que beben sólo para dar rienda suelta a sus frustraciones
       Previendo las brumas del crepúsculo y respetando lo escarpado del camino, los amigos inician el ascenso, en complicidad con la claridad de la tarde, extremando precauciones, de la misma manera que lo hicieran en la mañana.
         Por la noche, la juerga continúa, aunque con ciertas reservas, de tu parte ya que, al día siguiente, por la mañana, deberán iniciar el camino de regreso. Durante la noche, la conversación gira en torno a las virtudes y bellezas del lugar. Todos coinciden en que deberán regresar en la primera oportunidad y hacer de esa playa su lugar de encuentro. Se proponen iniciar un relato en común, como es su costumbre: Carmen decide tomar nota de la intervención de cada uno.
         Aquella creación literaria que contiene las voces de todos, ha representado un símbolo de hermandad entre ustedes a lo largo de los años. En tu caso, lo tienes enmarcado, como una preciada joya, colgado en una pared. El texto dice así:

ERRABUNDEAR

Desaparecer,
¡Qué gran privilegio!
¡A la mierda tu cochino amor!
¡A la chingada tu intrincada red de confort!
¡Ni hablar de la seguridad conyugal!

Desaparecer…
El espejo no se volverá a reír de mis arrugas.
Abandonar la cloaca de convencionalismos
cagarse en las tradiciones
escupir sobre sus fechas “importantes”
¡su puta madre, pusqué!−
Vomitar la comida “sana”
Execrar del cuerpo “saludable”.

Desaparecer…
En busca de las palabras idóneas
siguiendo el rastro de la inmundicia
Abrazar las bondades de la libertad
dormir bajo el puente del deshonor
Contemplar embelesado
el coito de la luna y el parque
sentir el frío del desencanto
Las nalgas en la banqueta
alfileres en la espalda
el fétido aliento de las alcantarillas
el smog transfigurado en poesía.

Desaparecer…
con los bolsillos repletos de curiosidad
con nostalgia y ansiedad en la mochila
con el cabello blanco atiborrado de misterio
con profundo coraje hacia la rutina
y absoluto vacío en el porvenir.

Desaparecer…
Aturdirse con efluvios nostálgicos
descubrir el mundo subterráneo
aspirar de las nubes los aromas a cálida intimidad
confundirse entre los charcos de lodo
comulgar con los fantasmas ebrios de soledad
borrar los senderos de mis antepasados
eliminar los recuerdos
sentir cómo el asfalto daña mis pasos
huir de los fantasmas de juventud
ocultarse en la oscuridad de uno mismo.

Desaparecer…
los años han hecho mella en mis rodillas
mi cobardía se burla desde el espejo
escupe maldiciones en mi rostro
señala deformidades en mi cuerpo
se regodea con decrépitos gestos.

Desaparecer…
Errabundear…
Soy muy viejo ya
para intentar largarme
y desaparecer.

      Con las luces del nuevo día, llegó el momento de la despedida. Agradecen las atenciones a los propietarios del restaurante. Prometen regresar a fin de año. Todas las maletas ya se encuentran en la cajuela… no obstante, surge otro problema: las llaves del auto no aparecen por ningún lado. Has desempacado una y otra vez, sacudiste tu maleta varias veces, todos se revisan los bolsillos, a sabiendas de lo ridículo del hecho… Nada. Las pinches llaves se han perdido. ¡Carajo! ¡Puta madre! ¡Puta madre! ¿Y ahora? ¡Uta!, habría que dirigirse a Catemaco y contratar un cerrajero… costaría un ojo de la cara. Ya sólo había dinero para gasolina y unas cervezas para el camino… Una revisada más… Por aquí, por allá… Nada… ¡Carajo! ¡Puta madre! ¡Puta madre! De manera sigilosa, Carmen se ha apartado del grupo, ensimismada, con la vista clavada en la punta de sus zapatos… Sus pasos descienden sobre la resbaladiza rampa que subieron en coche… Se le ve caminar como poseída, a veces, en círculos… Transcurre un tiempo indefinido, haíto de incertidumbre que a todos les parecen meses… De pronto se escucha un grito: ¡Hey, Lauriño! ¿Es esto lo que buscas? Con el rostro encendido y una mirada centelleante, Carmen agita tu llavero a la distancia. Sube a toda prisa por la rampa. Llega ante ti y se funden en un abrazo fraternal… ¿Qué sucedió? ¿Quién demonios arrojó el maldito llavero hasta allá? ¿En sus desvaríos por la droga y el alcohol, alguien del grupo las habría lanzado hasta ese punto con la esperanza de que, de esa manera, permanecerían más tiempo en la playa? ¿Fue Carmen, la autora de tal fechoría y por ello sabía dónde se encontraban las malditas llaves? ¿O fuiste tú quien lo hizo, Lauro? Nunca se sabrá, la mota y el alcohol son traicioneros y, combinados, pueden resultar fatales. Lo cierto es que Carmen estaba segura de poder encontrarlas. Algo extraño e inexplicable en mi 9 fuero interno me condujo hasta ese lugar, te dijo tu novia, camino a casa… y sí, ahí se encontraban las putísimas llaves.

         A través de los años, aquel viaje y sus agradables vicisitudes siempre se mantuvieron frescas en tu mente y la de tus amigos. Una buena parte de cada uno de ustedes quedó atrapada en la esplendorosa magia de este prodigioso lugar y esa buena parte resultan ser las nalgas de su espíritu aventurero que continúan tostándose al sol y bebiendo cerveza con la vista clavada en la lejanía…

2 comentarios:

  1. Una aventura veranieg que imaginé en Yucatán, no sé por qué.

    Muy buen ritmo en tu texto, me gustó. Un abrazo

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    Respuestas
    1. Muchas gracias de parte de Lauro, Albada!!! No es Yucatán, pero casi, Playa Escondida está bastante cerca, en el estado de Veracruz. Un fuerte abrazo

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