domingo, 2 de octubre de 2022

Blanco......Paola Raminsky*

Finalista del IV Concurso Litteratura de Relato 

Foto: Hedy Lamarr en Éxtasis, de Gustav Machatý
El despertador marca las cuatro de la madrugada, dos horas antes de que suene, pero sigue despierta. Debería sentirse alegre porque Bert y ella se comprometieron hace dos semanas, después de ocho años de relación. Pero no era así, sus ojos seguían mirando al techo, desde que se recostó sólo eso hacía. Y no, no era la emoción, era algo más, algo que no podía aceptar, no quería aceptar.
          Le dolía la cabeza de tanto pensar en cómo volver a ser la de antes, cómo recuperar las emociones que sentía antes de esa noche. En realidad no se quejaba de ser miserable, tenía a Bert, la pareja ideal, sus padres orgullosos por ser la estudiante ejemplar y a punto de recibir su primer premio por investigación en física. Se pregunta cómo en una sola noche cambió todo. No se culpaba, no fue algo planeado. Pero si tan solo… 
          Aún le dolían las piernas, ese dolor que aunque no quisiera, seguía gozando. Creía conocer el placer, creía que Bert le provocaba “lo más que ella podía sentir”, pero después de aquello, supo que nunca había tenido un orgasmo hasta ese momento. Sus ojos siguen clavados en la pared, no sabía si masturbarse recordándolo sería insultar a Bert. Qué frustración.
          Ahora se pregunta por qué Matilde la llamó a esa hora. No era habitual, aunque tampoco lo era que respondiera. La inusual llamada la orilló a atender, podía ser algo grave. No podía odiar a Matilde, no fue su culpa, pudo haberse negado, como era costumbre, a la invitación de ir a su casa a una reunión; pudo haberse quedado en casa, mirando una película o estudiando y nada habría pasado. Matilde sólo los presentó, sólo le dio la oportunidad, una buena charla y una cama.
          Ahora sabe que el problema no fue Matilde, sino hablar con ella. Charlar era dudar de todo lo que ha hecho, sentir que dentro de su vida perfecta no tenía algo como la libertad de la que tanto hablaba. Se sonroja al recordar las palabras que la obligó a decir cuando se regresaba a casa: Tenías razón. Matilde sonrió, pero no era satisfacción, sino tranquilidad, como si su relación sólo tuviera el objetivo de mostrarle que, en efecto, apenas había vivido.
           No fue tan mala idea, ahora entendía que la libertad de la que Matilde hablaba significaba más de lo que sus palabras expresaban siempre; ¿y si valió la pena? No, ella no acepta siquiera dudar de eso. Fue una idea terrible, no debió ir, no debió conocerlo, ni hablarle; siempre tuvo dificultad de entablar relaciones, pero admite, claro, que su interacción fue natural desde que los presentaron.
          Sus puños toman fuerza, intenta concentrarse más en el techo, blanco y percudido, como si tuviera la respuesta que ha estado buscando en la madrugada. Ya no debería pensar en ello, esa era la solución, olvidarlo y ya, pedirle a Matilde que no comentara nada de lo sucedido; al final, no conocía al resto de las personas de la reunión. Incluso si algún día se cruzara con alguno de ellos, los ignoraría. ¿Si se encuentra con él? También lo ignoraría, seguro. ¿La reconocería? Sacude la cabeza, eso no le debe importar. Se escurren las primeras lágrimas, ya no puede retenerlas.
         ¿Qué siente?... Pobre, si la vieran, también olvidarían que fue una infidelidad. Es la primera vez que hace algo así, que entiende la vida fuera de su cuadrado tallado perfectamente, no sabe qué hacer. Llora con más fuerza, los puños encierran las sabanas. Sabe que le gustó mucho, pero no sólo fue el sexo, sino la sensación de libertad, de haber decidido por primera vez por ella misma antes de que sus padres o Bert intervinieran... Así que pueden verla como infiel, yo la veo como recién nacida.
          Ahora su imaginación se destapó, ahora no puede detenerla, porque recordaba todo de él: sus ojos, su boca, las palabras que decía incluso después de salir de la habitación. Aún se estremecía de placer. Por primera vez, sonríe. Se deja llevar por el recuerdo, sus propias palabras que la chocaban al principio. Sus ojos los recordaba de otro lugar, casi adivinaba su nombre antes de que los presentaran, sentía que era esa la causa de tanta torpeza, también imaginó que él se iría después de ver que no era una chica interesante, como Matilda. Pero se quedó, se quedaron toda la noche juntos, no sólo fue sexo, también conoció más de él de lo que tal vez conocía de Bert.
         Ese pensamiento la ha paralizado, ha abierto los ojos de nuevo. Quiere pronunciar algo, pero no sabe qué decir, no sabe cómo decir que encontró la respuesta, cómo explicarse que esa respuesta es difícil, incluso le duele ahora. ¿Está asustada?... Es probable, es muy probable que millones de pensamientos la inunden ahora.
          La alarma suena, las seis. El sonido le recuerda que sigue en la vida real, que no puede quedarse todo en su cabeza. Está asustada..., pero dejémosla, dejemos que decida, porque ahora sabemos que la respuesta la ha encontrado: es infeliz. 


Paola Raminsky
* Nació en Ciudad de México en 1998. Graduada de la Universidad Nacional Autónoma de México como bibliotecóloga. Es escritora y estudiante de cinematografía. Actualmente escribe en la revista Las Libres, de la cual es social media, y en Filosofía en la red. Finalista del IV Concurso Litteratura de Relato.

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