Propuestas
de ciudad para un New Deal Verde mundial*
“Nuestra tierra proporciona lo suficiente para
satisfacer las necesidades
de todos, pero no tanto como para satisfacer la
codicia de algunos.”
MAHATMA GANDHI
El pasado 15 de marzo, millones de estudiantes de
1.600 ciudades de todo el mundo participaron en la primera Huelga Global por el
Clima, convocada por el movimiento Fridays for Future (el 15-M verde), cuya
cabeza visible es la sueca de 16 años Greta Thunberg. No les falta razón: el
planeta Tierra sufre una crisis ambiental global, y el cambio climático es el problema sistémico incomparablemente más
grave que padece, por dos motivos críticos. El primero, ecológico, está relacionado
con su potencia destructiva: la acumulación de gases invernadero en la
atmósfera tiene el potencial de aumentar la temperatura media del planeta y transformar
la Biosfera de manera radical, afectando de raíz los equilibrios ambientales
del mundo entero y causando una catástrofe civilizatoria sin precedentes en la
historia humana: el deshielo de los glaciares y una subida del nivel del mar que
podría llegar a ser de metros, la desertificación de océanos y regiones
mundiales enteras, el aumento de la frecuencia y potencia de los ciclones
tropicales, la falta de agua potable, una pérdida de biodiversidad sin
precedentes, el desplazamiento de ¡miles de millones de refugiados ambientales!
y un resultado imprevisible en términos de catástrofes, caos, guerras y
hambrunas. El segundo, geopolítico y geoeconómico, afecta a nuestra capacidad
para combatir la crisis. El cambio climático está causado por el consumo de combustibles fósiles y la deforestación, es decir, la combustión de carbón, gas y petróleo
(el corazón del modelo energético actual, que se aproxima a su cénit),[1]
y el (mal) uso de la tierra.[2]
Es nuestro propio modelo civilizatorio el que está causando la crisis (como
dice el geógrafo David Harvey, “los llamados
desastres naturales no tienen nada de naturales”), y sólo un cambio de modelo
la puede frenar. Hoy, más que nunca, la crisis ambiental que sufrimos es
esencialmente ética y política. Es imprescindible un cambio en nuestro modelo
de desarrollo: el crecimiento infinito es imposible –física, matemática y
biológicamente– en un planeta finito.
Pero no sólo tenemos un problema muy grave de alcance
sistémico, sino una multiplicidad de problemas en todos los ámbitos: desertificación,
erosión, pérdida de suelo, lluvia ácida, eutrofización de ríos y lagos, muerte
de los ríos, agotamiento de la pesca, deforestación, pérdida de biodiversidad (la
Tierra está experimentando la sexta extinción masiva de especies animales y vegetales),
explosión demográfica, accidentes radioactivos como Chernobyl y Fukushima… Todo
ello, junto al descubrimiento del plastiglomerado (el primer tipo de roca
compuesto parcialmente de material plástico fundido), configurara el nacimiento
de una nueva época geológica: el Antropoceno
(término acuñado por Paul Crutzen en
el año 2000), que sucedería al holoceno, en el que el impacto de la actividad
humana sobre el planeta llegaría a adquirir el carácter de actor geológico.[3]
En conclusión, sufrimos una crisis ambiental global que pone en peligro la
supervivencia de la humanidad y la del resto de los seres vivos, causada por un
modelo civilizatorio y de desarrollo expansionista, depredador, insostenible e
insolidario. La crisis afecta hoy por hoy a todos los ecosistemas de la Tierra.
Y no hay alternativas fáciles. Sí, tenemos que promover energías renovables,
pero lo que es más importante, tenemos que reducir el consumo irresponsable de
energía. Sí, tenemos que buscar maneras de “secuestrar” el carbono de la
atmósfera,[4]
pero lo que es más importante, tenemos que dejar de talar bosques y de consumir
petróleo y carbón, para dejar de emitir CO2. Sí, tenemos que esforzarnos en
reutilizar y reciclar materiales, pero lo que es más importante, tenemos que
reducir el consumo despilfarrador de productos y los residuos que desechamos.
Sí, tenemos que frenar la explosión demográfica, pero lo que es más importante,
tenemos que garantizar dignidad y justicia para todos los pueblos del planeta,
empezando por adoptar políticas de cooperación con el Tercer Mundo (de las que
el 0,7% es una expresión muy tímida), que darían como resultado la mejora de la
calidad de vida y la reducción natural de las tasas de natalidad. Y sí, tenemos
que luchar por cambiar el statu quo geopolítico neoliberal, pero lo que
es más importante, tenemos que empezar por nosotr@s mism@s, porque no podemos
construir la casa por el tejado.
El cambio necesario del modelo de desarrollo
O somos capaces de planificar este cambio, o la catástrofe climática y ecológica hacia la que estamos abocados lo hará por nosotros. Hay que plantear un nuevo modelo de desarrollo que asuma la limitación de los recursos naturales y la imposibilidad del ideal ficticio de crecimiento económico ilimitado. André Gorz, ideólogo del decrecimiento, afirmaba categóricamente: “Es imposible evitar una catástrofe climática sin romper de manera radical con los métodos y la lógica económica que impera desde hace 150 años... Por tanto el decrecimiento es un imperativo de supervivencia”. Necesitamos construir un nuevo modelo alternativo que, al mismo tiempo que plantee en qué áreas sí podemos y debemos desarrollarnos (sanidad, cuidado de las personas dependientes, educación, cultura, relocalización y economía de proximidad…), también deje claro en cuáles nos es imprescindible decrecer (explotación de los combustibles fósiles y los recursos naturales, agricultura y ganadería intensivas, industria nuclear y de armamento, consumismo –está demostrado que, a partir de cierto umbral, el nivel de consumo tiene poco que ver con el auténtico nivel de vida–;[5] reparto del trabajo, es decir, trabajar menos para trabajar tod@s…). El economista Serge Latouche, en La apuesta por el decrecimiento, plantea que “volver a la huella ecológica[6] de 1960 no implica tanto producir menos valores de uso, en cuanto a los bienes básicos (agua, alimentos) y a los bienes duraderos (equipamientos domésticos, vestimenta, vivienda), como producirlos de manera diferente, y respecto a los segundos de forma que sean duraderos. Se trata de reducir el sobreconsumo, por supuesto, pero, aún más, la depredación y el desperdicio. Y antes de cerrar las fábricas de automóviles y llevar a los obreros al desempleo, se puede pensar en reconvertirlas en la fabricación de cogeneradores domésticos (cuya tecnología es cercana) para establecer el escenario Negawatt[7] de división por cuatro de nuestro consumo de energía. Objetor de crecimiento, Willem Hoogendyk presenta un pequeño esquema bastante verosímil de reducción del PIB del 60%.
O somos capaces de planificar este cambio, o la catástrofe climática y ecológica hacia la que estamos abocados lo hará por nosotros. Hay que plantear un nuevo modelo de desarrollo que asuma la limitación de los recursos naturales y la imposibilidad del ideal ficticio de crecimiento económico ilimitado. André Gorz, ideólogo del decrecimiento, afirmaba categóricamente: “Es imposible evitar una catástrofe climática sin romper de manera radical con los métodos y la lógica económica que impera desde hace 150 años... Por tanto el decrecimiento es un imperativo de supervivencia”. Necesitamos construir un nuevo modelo alternativo que, al mismo tiempo que plantee en qué áreas sí podemos y debemos desarrollarnos (sanidad, cuidado de las personas dependientes, educación, cultura, relocalización y economía de proximidad…), también deje claro en cuáles nos es imprescindible decrecer (explotación de los combustibles fósiles y los recursos naturales, agricultura y ganadería intensivas, industria nuclear y de armamento, consumismo –está demostrado que, a partir de cierto umbral, el nivel de consumo tiene poco que ver con el auténtico nivel de vida–;[5] reparto del trabajo, es decir, trabajar menos para trabajar tod@s…). El economista Serge Latouche, en La apuesta por el decrecimiento, plantea que “volver a la huella ecológica[6] de 1960 no implica tanto producir menos valores de uso, en cuanto a los bienes básicos (agua, alimentos) y a los bienes duraderos (equipamientos domésticos, vestimenta, vivienda), como producirlos de manera diferente, y respecto a los segundos de forma que sean duraderos. Se trata de reducir el sobreconsumo, por supuesto, pero, aún más, la depredación y el desperdicio. Y antes de cerrar las fábricas de automóviles y llevar a los obreros al desempleo, se puede pensar en reconvertirlas en la fabricación de cogeneradores domésticos (cuya tecnología es cercana) para establecer el escenario Negawatt[7] de división por cuatro de nuestro consumo de energía. Objetor de crecimiento, Willem Hoogendyk presenta un pequeño esquema bastante verosímil de reducción del PIB del 60%.
PIB
|
Gastos de compensación, de
reparación, de despilfarro, etc.
|
Resultado
Neto
|
|
Situación actual
|
100
|
- 60
|
= 40
|
Decrecimiento del 60%
|
Reducción del 25%
|
||
Situación futura
|
40
|
- 10
|
= 30
|
Ay,
y es que “Nuestro PIB”, declaraba Robert
Kennedy en frase lapidaria, “engloba también la contaminación del aire, la
publicidad de cigarrillos y los trayectos de las ambulancias que recogen a los
heridos en la carretera. Abarca la destrucción de nuestros bosques y de la
naturaleza. Abarca el napalm y el coste del almacenamiento de residuos
radioactivos. Y, al contrario, el PIB no tiene en cuenta la salud de nuestros
hijos, la calidad de su educación…”.
Dentro del apartado del despilfarro y el consumismo
irresponsables, merecen capítulo aparte algunos productos de lujo y/o
completamente superfluos. Hay comparaciones sangrantes pero reales como la vida
misma: para muestra, la que realizaba el Worldwatch Institute en 2010:
Gastos anuales en productos de lujo
comparados con las inversiones
necesarias para la satisfacción de
algunas necesidades básicas
Producto
|
Gastos mundiales anuales
|
Objetivos socio-económicos para el
conjunto de la población mundial
|
Inversiones anuales suplementarias
para poder realizar esos objetivos
|
Maquillaje
|
18.000 millones $
|
Salud reproductiva para todas las
mujeres
|
12.000 millones $
|
Alimentos para animales domésticos
(Europa y EE.UU.)
|
17.000 millones $
|
Eliminación de la pobreza y de la
malnutrición
|
19.000 millones $
|
Perfumería
|
15.000 millones $
|
Lucha contra el analfabetismo
|
5.000 millones $
|
Cruceros marítimos
|
14.000 millones $
|
Agua potable
|
10.000 millones $
|
Helados y postres helados en Europa
|
11.000 millones $
|
Vacunación de todos los niños
|
1.300 millones $
|
Esta
amarga realidad, paradójicamente, hace posible que el cambio de modelo
propuesto pueda ser llevado a cabo sin que la gran mayoría de la población del
primer mundo vea reducida su verdadera calidad de vida. En palabras del
sociólogo Michael Löwy, ésta “sólo
deberá privarse del consumo obsesivo, inducido por el sistema capitalista, de
mercancías inútiles que no corresponden a ninguna necesidad real… son
introducidas por la manipulación mental, esto es, la publicidad… que sería reemplazada por información
sobre bienes y servicios facilitados por asociaciones de consumo.” (Ecosocialismo: hacia una nueva civilización, 2009)
El New Deal Verde: ¡Sí, se puede!
Durante la Gran
Recesión, surgió una pregunta indignada: si los gobiernos están gastando el
dinero público de todos en salvar a los bancos, ¿por qué no lo invierten en
rescatar a las personas? También podríamos preguntarnos: ¿Y en evitar el cambio
climático?... En julio de 2008, un grupo de expertos británico de la New
Economics Foundation daban una respuesta histórica: el informe A Green New Deal (“Un Nuevo
Pacto Verde”): Políticas conjuntas para resolver el triple crack de la
crisis del crédito, el cambio climático y los elevados precios del crudo,
una batería de propuestas inspiradas en el New Deal, el gran programa de
infraestructuras que dio empleo a 4 millones de personas en EE.UU., promovido
por Franklin D. Roosevelt a raíz de la Gran Depresión. Las propuestas más importantes
son:
1.– Implementar
un sistema de energía con bajas emisiones de carbono que incluya hacer de cada
edificio “una central eléctrica”. La participación de millones de
propiedades permitiría maximizar la eficiencia energética y el uso de energías
renovables para generar electricidad, por ejemplo, con cubiertas solares. Una
inversión seria en la construcción de nuevos sistemas de suministro de energía
–incluyendo la eficiencia energética, la cogeneración de calor y electricidad,
y energías renovables para millones de hogares y edificios– costaría unos
50.000 millones de libras anuales, es decir, apenas un 3,5% del PIB de Gran
Bretaña. ¡Sí, se puede!
2.– Esto
permitiría crear un “ejército de trabajadores del carbono”, que
proporcionaría los recursos humanos para el amplio programa de reconstrucción
ambiental. Un estudio del Instituto de Investigaciones en Economía Política de
la Universidad de Massachussets apoya este análisis: ese mismo año, los autores
calculaban que la inversión de 100.000 millones de dólares en áreas
prioritarias (aislamiento térmico de edificios, tráfico masivo/ferrocarril de
carga, red eléctrica inteligente y energías renovables) en dos años podría
generar 2 millones de empleos.
Y 3.– Establecer
un Fondo “Herencia del Petróleo” –como el que ya existe en Noruega–,
pagado por un impuesto extraordinario sobre las ganancias de las compañías de
petróleo y gas, como parte de un paquete de recursos financieros e incentivos
para reunir el presupuesto que debe gastarse, y que también incluiría bonos
verdes. El dinero recaudado ayudaría a lidiar con los efectos del cambio
climático y facilitaría la transición a una economía baja en carbono. En 2009,
la Organización Internacional del Trabajo (OIT) dedicó un amplio estudio a
analizar el impacto de un “eco-impuesto” extrapolado al mercado laboral
mundial, y llegó a la conclusión de que la imposición de un precio a las
emisiones de CO2 (sólo unos 30 € por tonelada de carbono emitido), y la utilización
de lo recaudado para fomentar el empleo –reduciendo las aportaciones a la
seguridad social– y para subvencionar las industrias “verdes” no contaminantes,
conseguiría crear en cinco años ¡14,3 millones de nuevos empleos en todo el
mundo! ¡Sí, se puede!
¿Qué hacer?: Las ciudades, la gran oportunidad
Según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio
Ambiente (PNUMA), más de la mitad de la población del planeta reside en zonas
urbanas, y el porcentaje llegará al 70% en el 2050 (en el estado español ya es
así). En la actualidad, las ciudades acaparan el 75% del consumo energético y
son responsables del 75% de las emisiones de carbono, además del consumo del
60% de agua y el 76% de la demanda de madera. Las ciudades dependen para su
subsistencia de las capacidades productivas (alimentos, agua, energía y
materiales) y asimilativas (residuos, aguas residuales y Gases de Efecto
Invernadero, GEI) de los ecosistemas que las rodean; pero también son los
espacios donde existe una mayor capacidad para afrontar la crisis ambiental
global que vivimos. A modo de ejemplos a seguir, Malmö (Suecia) es la primera
urbe del mundo neutra en carbono y el barrio ecosostenible de Vauban, en
Friburgo (Alemania), la Capital Verde Europea, no sólo se autoabastece
energéticamente, sino que además vende el superávit de electricidad producida
por su parque solar de viviendas al resto de la ciudad.
¿Y en el estado
español? Según el excelente informe del Centro Complutense de Estudios e Información Medioambiental (CCEIM) de
la Universidad Complutense de Madrid, Cambio Global España 2020/50. Programa Ciudades (noviembre
de 2009), el escenario
continuista es apocalíptico: si seguimos así, para el año 2050 tendremos
¡47.574.000 viviendas! (casi una por habitante) y un tsunami de cemento:
un consumo de “suelo artificial” urbano de 48.842 km2, ¡el doble que en 1990!,
en detrimento del suelo agrícola de calidad; el parque de vehículos triplicará
su número actual (¡más de un coche por habitante!), llevando a las grandes
ciudades a un colapso circulatorio, las emisiones de GEI ¡cuadruplicarán las de 1990! (¡adiós, Kyoto!), y
multiplicaremos por dos los residuos producidos en el 2000... ¿Hay
alternativas? ¡Por supuesto! Nos centraremos en las 4 variables fundamentales
para minimizar la huella ecológica:
1.–
Edificación y ocupación del suelo
Tenemos un
parque de viviendas sobredimensionado e infrautilizado, una enorme cantidad de
suelo clasificado como urbanizable y una distribución inadecuada de los usos
del suelo en la ciudad, con una dedicación excesiva al transporte privado y una
importante segregación de actividades. En 2009 el Parlamento Europeo aprobó el
Informe Auken, que critica con dureza la “urbanización masiva” del estado
español. La actividad edificatoria residencial debería responder sólo a las
necesidades reales de vivienda: para ello, el número de viviendas
construidas no debería superar las 37.000 anuales (en la misma proporción que
el aumento de la población), y el stock de viviendas vacías tendría que
reducirse al 5% del total. Al mismo tiempo, la rehabilitación urbana integral
(incluyendo los componentes energético y ambiental) del parque residencial,
además de mejorar la habitabilidad, daría un fuerte impulso a la creación de
empleo y haría posible la reconversión del sector. Sólo deben construirse edificios con ‘cero energía’ (NZEB, “Nearly zero-energy buildings”) y
cero emisiones durante todo su ciclo de uso, es decir, que generen in situ a partir de fuentes renovables
la misma cantidad de energía que consumen, en cumplimiento de la Directiva
europea de eficiencia energética (2010/31/UE). Estas propuestas permitirían una
reducción drástica del consumo de energía (el 55%) y de las emisiones de GEI,
¡hasta el 80%!, de cara al 2050, según Cambio Global España 2020/50.
Curiosamente,
las normativas urbanísticas de varias comunidades autónomas limitan las
densidades edificatorias máximas, ¡pero nunca las mínimas! Hay que minimizar
la demanda de nuevo suelo artificial para cubrir las necesidades sociales,
recuperar el carácter compacto y diverso de las ciudades mediterráneas y, sobre
todo, las densidades medias que existían antes de los procesos de dispersión
urbanística de los últimos 20 años (1990-2010). Para ello, se debe prohibir el
desarrollo de nuevos crecimientos urbanos no justificados, y conseguir que los
nuevos desarrollos residenciales recuperen unos promedios de 70 viviendas por
Hectárea.
2.– Consumo energético y emisiones de Gases
de Efecto Invernadero (GEI)
Reconducir el
panorama energético en las ciudades pasa por conseguir de cara al año 2050 una reducción del 60% del gasto en energía
respecto al 2000, sobre todo en la edificación y el transporte –los sectores con
mayores emisiones–, y promoviendo un cambio sustancial en los hábitos de
consumo que permita disminuir el gasto indiscriminado en torno al 10-20% per
cápita. Es necesaria una transformación radical del transporte, dando prioridad
al transporte público y eléctrico (véase el apartado “Movilidad urbana”).
Además, los suministradores de energía tendrán que invertir en redes de
distribución eléctrica inteligentes, que reducen las pérdidas de energía y las
diferencias de gasto entre las horas punta y valle, permitiendo que el
consumidor reduzca su gasto significativamente. A la vez, esto facilitaría la
implantación de una nueva tarifa de la luz más progresiva, con criterios
sociales (¡el estado español es el segundo país de Europa con la electricidad
más cara!) y ambientales, y la “democratización” de la energía, con un cambio
del marco legislativo: ya se ha derogado el impuesto al Sol y ahora hay que
impulsar el autoconsumo. Al mismo tiempo, se debe planificar el cierre de todas las centrales térmicas
para el 2025, mientras se aumenta la participación de las renovables en el mix
energético, con el objetivo de llegar al 85% en 2050. Josep Vendrell, ex portavoz de energía de Unidos Podemos-En Comú
Podem, planteaba un objetivo aún más ambicioso: ¡sería posible llegar al 100%
de renovables! con una planificación de la transición energética, basada, junto
a los aspectos ya tratados (ahorro y eficiencia, rehabilitación de edificios,
electrificación de la movilidad y autoconsumo), en “la desintegración vertical
de las grandes empresas para romper el oligopolio, el apoyo a las cooperativas,
a los operadores públicos locales y a las pequeñas y medianas empresas de
renovables; el cierre progresivo de las nucleares y el abandono del carbón, con
una transición justa para las zonas afectadas; una planificación adecuada que
ponga en el centro la expansión de las energías renovables” (La batalla de l’energia, treball 2017). En 2010, el Instituto
Sindical de Trabajo, Ambiente y Salud de CC.OO. calculaba que con sólo un 30%
de energías renovables, ¡se podrían triplicar los puestos de trabajo en el
sector! durante los próximos diez años, creando hasta 228.000 nuevos empleos
directos e indirectos, sobre todo en la solar fotovoltaica y la eólica, hasta
llegar a un total de 344.000 trabajador@s.
El
objetivo final sería lograr ciudades
neutras en emisiones de GEI, potenciando sustancialmente el “efecto
sumidero”: los parques, jardines y zonas verdes podrían aumentar su capacidad
de absorción de CO2 en un 30%, incrementando la proporción de cubierta por
especies arbóreas y arbustivas en un 40%, y evitando el sellado continuo del
suelo urbano, con el objetivo para 2050 de una reducción de las emisiones del
90-100% con respecto a 1990.
3.– Movilidad urbana
Empezando por
el transporte interurbano, el estado español es el país de Europa que dispone
de la mejor dotación de carreteras de alta capacidad por habitante: ¡debe cesar
ya la construcción de nuevas autopistas y autovías!, con la excepción de
actuaciones puntuales en seguridad. Los fondos sobrantes tendrían que dedicarse
a la mejora de cercanías RENFE, de los ferrocarriles autonómicos y Feve, y de
los carriles bus y VAO (para Vehículos de Alta Ocupación). Actualmente sólo hay
carriles VAO en las entradas a Barcelona, Madrid y Granada.
Un
impulso decidido al transporte público (empezando por el incremento de la
flota) y a los modos de movilidad no motorizados frente al coche particular,
unido al desarrollo de las energías renovables, que permitiría la electrificación del transporte (la construcción
de redes de tranvía en todas las ciudades importantes y la sustitución de las
flotas de autobuses de motor de explosión por otros híbridos) con bajos índices
de emisiones, lograría para el 2050 una reducción del gasto energético y las
emisiones al 25% de los valores del 2000. Según Cambio Global España 2020/50, esta reestructuración progresiva
del reparto modal de la movilidad urbana podría llegar a un escenario de ¡sólo
el 10% de los desplazamientos en coche!, un 30-32% en transporte público y la
mayoría, un 58-60%, andando o en bici. En esta situación, el número de coches
particulares por ciudadano (0,2) ¡habría descendido a la mitad del año 2000!
Para conseguir estos objetivos, es básica una planificación urbanística
favorable a la movilidad sostenible, la pacificación del tráfico y la mezcla de
usos típica de la ciudad mediterránea compacta y diversa, que facilite la
proximidad de servicios (los planes de movilidad de Friburgo y Vitoria-Gasteiz
son claros ejemplos); la introducción de peajes de congestión en las horas
punta de entrada y salida de las grandes ciudades (como ya se hace en Londres,
Milán, Estocolmo…), cuyos beneficios se invertirían en el transporte público y,
¿por qué no?, en la subvención de la adquisición de vehículos eléctricos,
empezando por las bicicletas eléctricas; y la aplicación de una tasa ecológica
siguiendo el ejemplo de Alemania, que internalice los costes externos del
transporte,[8] y también
sobre el combustible del transporte aéreo. En diciembre de 2010, ISTAS-CC.OO.
calculaba que el número de empleos en el sector de la movilidad sostenible podría
duplicarse en los próximos diez años, llegando a alcanzar los 444.000 puestos
de trabajo y consiguiendo reducir el consumo energético en un 13%, cifras nada
desdeñables si tenemos en cuenta que la importación de petróleo y derivados
supone ¡dos tercios del déficit comercial español! El estudio preveía que más
de 20 ciudades contarían con una red de tranvía el año 2020. Aunque no se haya
avanzado tanto, los datos siguen siendo válidos.
Y 4.– Generación de residuos urbanos
El Plan
Nacional Integrado de Residuos (PNIR) 2008-2015 refleja que la gestión de los
residuos urbanos en el estado español deja mucho que desear, tanto en su
recogida como en su gestión (¡el 68% van a parar a los vertederos!), y subraya
el incremento de la producción de residuos en un 89% durante el período
1990-2005. La mayor parte de este aumento se debe a los residuos derivados de
la frenética actividad constructora durante esos años. Como en el transporte,
es necesaria la internalización de los costes en las tasas, impuestos y precios
públicos, y el pago de tributos locales en función de la cantidad de desechos
generados.
Este
es el apartado que consideramos más difícil de cumplir del programa Cambio Global España 2020/50, y el que
requerirá una mayor concienciación ciudadana, pero aun así, se pueden apuntar
objetivos muy claros: la utilización de materiales certificados, reciclados o
reciclables en la construcción y obra pública debe ser una exigencia
administrativa. Es necesario un impulso decidido a la reducción efectiva en
origen de los residuos, hasta alcanzar en 2050 las cantidades producidas en
1990, empezando por establecer una limitación a la generación de residuos para
todas aquellas actividades sometidas a licencia de obras o de actividad;
promover la reutilización de los Residuos de Construcción y Demolición por
encima del 90%, la reutilización de la práctica totalidad de los envases, con
prioridad sobre el reciclado; la recogida selectiva, hasta llegar al 65%, y un aumento
del reciclaje y la valorización, junto al aprovechamiento como compost y
energía de los lodos de la depuradora. En 2050, sólo podrán depositarse en
vertedero menos del 5% de los Residuos Sólidos Urbanos, y en todo caso después
de haber sido objeto de algún tratamiento previo, tal y como ya establece la
normativa vigente. De esta manera,
conseguiríamos aproximarnos a los objetivos de “depósito cero en vertedero” y “residuo cero”, es decir, aproximarnos
a conseguir cerrar los ciclos, optimizando al máximo el aprovechamiento de los
materiales. También se lograría una disminución de los GEI relacionados con los
residuos urbanos superior al 50%.
En definitiva,
podemos concluir que la reducción de la huella ecológica del conjunto de las
ciudades del estado español sólo será posible si se logra un cambio importante
en los patrones de residencia, consumo y metabolismo urbano. Sin embargo, con
la aplicación de estas medidas y la consecución de los objetivos en estos
cuatro temas fundamentales, empezando por una disminución del 29% de la
superficie artificial urbana actual, y en el marco de un escenario de reducción del consumo superfluo del
1,3% anual (poca broma, que daría como resultado un 40,3% en los 31 años que
nos quedan hasta 2050), gracias a la disminución del despilfarro (volvemos a
Latouche, Hoogendyk y
Löwy) y a nuevos hábitos de vida más saludables, para 2050 lograríamos alcanzar
la meta: ¡una huella ecológica similar a la biocapacidad del país registrada en
el 2000! (unas 2,73 Hectáreas globales por habitante).
No es extraño que Willem Hoogendyk finalice su
excelente obra, El gran cambio de rumbo llamando a fundar “un movimiento colectivo con ecologistas,
objetores de crecimiento, militantes de la paz y de los derechos humanos, ‘creativos
culturales’, grupos de pueblos que sufren la mundialización, emprendedores
sociales, médicos inquietos, sin olvidar los agricultores y los propietarios de
pequeñas y medianas empresas: un movimiento determinado a resistir y acabar de
una vez por todas con… un sistema suicida… En suma, un movimiento por la
preservación de un magnífico planeta, por un mundo duradero y más justo. […] ¿Qué
arriesgamos? En el peor de los casos, perderemos nuestras cadenas y nuestro
envenenamiento. Tenemos un mundo que salvar. Mujeres y hombres conscientes de
todos los países, ¡uníos!”
Notas
[1] Aunque según el ecologista Bill McKibben, esto no debería preocuparnos demasiado: “Antes de que nos quedemos sin petróleo, nos quedaremos sin planeta.” (Deep Economy, 2007)
[1] Aunque según el ecologista Bill McKibben, esto no debería preocuparnos demasiado: “Antes de que nos quedemos sin petróleo, nos quedaremos sin planeta.” (Deep Economy, 2007)
[2] “La
alegría con que se ha deforestado el Sudeste asiático para ganar tierras de
cultivo y el desecamiento de tremedales en los cuales crecían árboles llevaron
a que se produjeran incendios tan enormes que supusieron el equivalente al 40%
del total de emisiones mundiales producidas por la quema de combustibles
fósiles.” (James Lovelock, La
venganza de la Tierra, 2007)
[3] Véase Jan
Zalasiewicz et al., Are
we now living in the Anthropocene? (“¿Estamos viviendo ahora en
el Antropoceno?”), Geological Society of America Today (2008). Y desde el punto
de vista del colapso energético, Ramón Fernández
Durán y Luis González Reyes, En
la espiral de la energía, vol. I, cap. 6, El Antropoceno: la crisis
ecológica adquiere dimensión mundial (2014).
[4] James
Lovelock aporta varias ideas de geoingeniería, propias y de otros científicos (Klaus Lackner y Ken Caldiera, sobre todo) para llevarlo a cabo, op. cit.
[5] Veáse La situación
del mundo 2008, de The Worldwatch
Institute.
[6] La huella ecológica es una
medida de la cantidad de suelo productivo y agua que un individuo, una ciudad,
un país o la población mundial requieren para producir todos los recursos que
consumen y absorber todos los residuos que generan. La huella ecológica total
de una población determinada es la suma de los cultivos, pastos, bosques,
ganado, pesca, construcciones y energía requeridos para su mantenimiento y la
asimilación de sus residuos. (Global
Footprint Network)
[7] El Negawatt es una unidad de medida que cuantifica la potencia ahorrada en un proceso
gracias a una tecnología o un comportamiento, y corresponde "en
negativo" al watt (W). Es la medida con la que se cuantifica la eficiencia
energética o el ahorro de energía.
[8] “Si
se incluyeran los costes invisibles […] –los accidentes de coche, la
contaminación del aire, las bases militares (para impedir a los pueblos de los
países productores controlar su propio petróleo), las subvenciones a las
compañías petroleras– si, pues, se incluyera todo esto, el precio del
carburante treparía a los 14 dólares el galón [3,78 litros]” (Sierra
Magazine, abril 2002)
* Este artículo, que se publicará conjuntamente con la revista digital Sin Permiso del próximo 23 de junio, actualiza y resume el Trabajo Final de Diplomatura de Postgrado en Ideas y Experiencias Políticas Transformadoras del autor (Universitat Autònoma de Barcelona, abril de 2018), tutorado por el profesor Joaquim Sempere.
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