(Tributo a D. y El Maestro)
Foto: www.tumblr.com |
Bajo
qué misteriosa fuerza había decidido verse con El Mono y los otros pibes, quién
sabe, pero habiendo pasado los años, que se empezaban a sentir como años pero
de verdad, tenía el soliloquio del Mono ya corriendo en su cabeza.
Saliendo
a la terraza a fumarse el puchito mañanero —porque
Liliana no lo deja fumar dentro de la casa y lo tiene a dos por día—,
empieza a adivinar cómo va a ir. Fumando en ese frío del orto de las-ocho-de-la-mañana-y-sin-sol
de mayo, ya puede ver al Mono.
Le
va a tocar al timbre tres veces, siempre tres veces, hora y cuarto más tarde de
lo acordado. Lo va a estar esperando en la puerta, fumando y tirándoles besitos
a las viejas de la cuadra. “Vamos a tener que tomar el subte, che”, porque el auto
va a estar en el taller, porque el auto siempre está en el garaje por algo o
por otro. “Y necesito que me pagués el viaje”, porque el Mono no se ha pagado
sus propios viajes, ni de subte ni de colectivo, desde quién sabe cuándo.
Caminando
a la estación, desde donde tienen que tomar tres trenes, Pablito no va a decir
nada ni el Mono va a decir nada. El Mono no va a decir nada porque siempre ha
creído que dejarles un silencio a las víctimas de sus legendarios reproches los
pone en una buena posición para que dichos reproches les sacudan el sistema.
Pablito
no va a decir nada, porque conoce mejor al Mono que-a-nadie-y-que-nadie, y sabe que
manteniendo el silencio lo va a volver loco.
Así
que el Mono, adicto al sonido de su propia voz, como buen tanguero, no va a
poder evitar hablar en el transcurso. Pero se va a aguantar, porque sabe
boxear, y en vez de lanzar su verborrea le va a ir directo a lo usual. Sus
ideas nuevas, las mismas anécdotas de siempre.
Va
a ser cuando lleguen a sentarse al vagón, porque al Mono todo el mundo siempre
le cede el asiento, cuando va a empezar.
Lanzando
la tercera exhalación de humo y café calentito que se mezcla con su aliento, y
no se sabe si es condensación o veneno lo que colorea el aire, ya Pablito sabe
lo que va a decir.
Las
estrofas —muy de compadrito y demandando la atención vaga de los
otros viajantes— van a ir un poco así:
—Mirá, Pablito, vos sabés quién soy yo, yo sé quién sos
vos. No es ningún pibín de los barrios viejos, ni ninguno de esos chetillos con
los que te codeabas cuando fingías ir a la facultad. Ya estamos muy grandes
para jugar con ellos. Soy yo. Mono, EL
MONO, Pablito, diciéndote todo lo que los otros pibes te queremos decir,
pero diciéndotelo antes, porque es aquí en privado donde yo sé que le vas a dar
bola al asunto. Nos tenés preocupados, Pablito, nos tenías preocupados desde que
la conociste a la Mirta, desde que las noches de la Milonga fueron de cinco a
la semana a tres-a-dos-a-nada. No te aparecés desde hace ya quién sabe...
»Cerrar
la tienda de discos para trabajar en una oficina. ¿Taparte las marcas y las
tintas con camisa de botones y corbatines de clip? ¡Esas cicatrices son de
guerra, Pablito, esas son cicatrices que escogimos! ¿Y ahora nos venís con ésta? “Comprometidos”, “Boda de primavera”... ¿Me estás cagando? Comprometido
está el mundo como lo estás dejando, Pablito. ¿En serio vas a vivir el resto de
tu vida con un papel y una bendición de cura diciéndote con quién vas a vivir y
pagar impuestos? Pensá en la guita que te va a chupar todo esto, Pablito. ¿Vos
en serio querés andar con el Estado siguiéndote las cuentas? Pablito, ese no es
tu caso, siempre viviste en negro.
»Y
es que me hincha las pelotas: pasaste de bon
vivant de cuatro estrofas que-riman-con-chiquilina a asalariado de ojos
tristes, Pablito. La Mirta te tiene mal, Pablito, te tiene destruido, y lo
tenés que admitir sin mentirte, ni a los pibes ni a mí, ni a ti ni a ella.
¿Cómo es eso de que ni una bondiola ni una mila a caballito? ¿Ni una birriña ni
una fernola?... Ah, pero el whisky te lo deja cuando visitan los suegros. Y
hablando de: ¿cómo es eso de que no va a agarrar tu apellido? O mejor dicho,
que lo va a agarrar a medias. Pablito, vos y yo sabemos que los problemas con
doble apellido son pura burocracia, y que lo nuestro son los psicodramas underground, de localidades agotadas.
¿Me escuchás?...
»¿Pablito, cuándo fue la última vez que agarraste la guitarra? ¿Que cantaste una
tonada? ¿Que le lloraste a la madrugada y le gritaste “puto” al amanecer? »
Y
sí, más o menos por esos lares va a ir la cosa, piensa Pablo, dejando los dos
últimos centímetros de café enfriarse en la taza, y los dos últimos centímetros
del pucho consumirse con la brisa.
Pablo
ya puede sentir en la espalda las dos palmadas de las manos gruesas del Mono
por cada “Pablito”. Sabe exactamente cómo va a ir la conversación, cómo va a ir
la noche cuando se bajen en la estación y cuando vayan al de siempre, a ver a
los de siempre, y revivir con cada químico posible los días de antaño.
Pablito
sabe también que el Mono va a tener la razón. Lo que no sabe aún es si va a
seguirle el consejo. Tampoco sabe si se va a cebar uno antes o después del
almuerzo.
Una narración muy plana... Un tema sin interés... El jurado se vió muy benévolo. Un cuento con muchos regionalismos que confunden al lector... Un texto para olvidar...
ResponderEliminar¡Os veo muy críticos, Seductores! Hombre, es verdad que el monólogo del Mono no llega a la altura de otros que hemos publicado, como "Voces quemadas" de Ur Olivero, los dos ganadores del III Concurso Litteratura de Relato: "Ten en cuenta" y "Cristina", o "Las tardecitas de Buenos Aires", de Aldana Sofía Cabral, por citar sólo unos cuantos, pero es que todos estos rozan la excelencia!!!
EliminarY sobre el tema, puede parecer irrelevante, pero ¡se trata de la decisión más importante que va a tomar Pablito (el protagonista) en su vida!