Finalista del II Concurso Litteratura de Relato
Foto: Raquel Pérez |
Yo dibujé rápido a toda la
familia: mamá, papá, nuestra perra que se llama Hachi y nuestro gato que
se llama Krim-218. Otros niños se dibujaron junto a sus mamás solamente,
algunos junto a sus mascotas solamente y hasta hubo uno que se dibujó al lado
de Ben-10 solamente (me reservo el nombre).
El maestro escogió mi
dibujo para hablar sobre la familia. (Casualidad, ¿eh?) Me preguntó por qué
había dibujado a papá de pie tomado de la mano de mamá y de la mía si estaba en
silla de ruedas (papá, no el maestro). Yo le contesté que esa era una pregunta sin
respuesta, del mismo modo que hay problemas en matemáticas que son NS, que
siempre había dibujado a mi papá así porque así era como yo lo veía, y
también porque mi papá decía que cuando el corazón habla, el cerebro hace mutis.
Le aclaré al maestro que yo no entendía nada de lo que estaba diciendo, pero
que de algún modo lo sentía y con eso bastaba.
El maestro no pareció muy
satisfecho con mi respuesta (me imagino que porque trató de analizarla con el
cerebro y no con el corazón), y me preguntó entonces sobre lo que hacían (se
refería a las ocupaciones de mis padres, se entiende, no a las del cerebro y
del corazón, y mucho menos a las de la perra y el gato).
Yo le dije que mi mamá era
maestra como él y que mi papá era mago. El maestro ignoró lo de mamá y me comentó que cualquier día invitaba a papá para que divirtiera con trucos a los niños
del aula (un truco evidente para sacarme más información). Le contesté
que mi papá no hacía trucos delante de la gente, que él no era mago de circo.
El maestro me pidió que le explicara eso y le dije que, por ejemplo, cuando yo
tenía dolor de barriga mi papá me echaba color verde con las manos y el dolor
se me quitaba. El maestro dijo “ajá” pero creo que no me creyó. Le puse otro
ejemplo. Cuando no me gusta la comida, le dije, papá pone las manos sobre el
plato (con comida, claro) y me pregunta qué sabor quiero que tenga (la comida,
no el plato). Yo le digo que huevo frito si es mortadela o platanito fruta si
es picadillo de soya; papá cierra los ojos, se concentra y al ratico ya puedo
comer sin problemas. Eso lo hace para que yo esté bien alimentado y aprenda por
mí mismo la relatividad de las cosas, aun de las evidentes. Entonces el
maestro me preguntó si de verdad cambiaba el sabor de la comida y yo le contesté que sí, que por eso yo estaba tan fuerte, porque me lo comía todo gracias a
papá. No obstante, le aclaré, hay sabores fuertes que papá no puede cambiar,
como el de la harina o el del aguacate. Y el maestro se asombró de que a mí no
me gustara el aguacate. ¡He ahí la relatividad de las cosas!, exclamé
triunfante. Me gusta el color del aguacate, pero no me gusta su sabor ni cómo me
infla la barriga. ¿Por qué tendría que gustarme lo que le gusta a la mayoría?,
cuestioné con la autoridad de quien sabe de lo que está hablando (que no era mi
caso, evidentemente).
Le dije que mi papá también
decía que el mundo está lleno de opiniones diversas y que para vivir en paz no
había que escandalizarse por ninguna, aunque nos pareciera muy rara y muy
descabellada, e incluso aunque se refiriera al aguacate. El maestro ignoró el
aguacate y me preguntó qué entendía yo por “idea descabellada”. Es fácil, le
contesté, las mismas palabras lo dicen: una idea descabellada es una idea
calva. ¿Y para qué, si puede saberse, una idea debería tener pelos?, volvió a
preguntarme. Yo no sé mucho de eso, maestro, le contesté armándome de paciencia,
pero dice mi papá cuando yo le pregunto mucho como usted a mí ahora, que es para
que uno mantenga diálogos tan inútiles que termine dándose cuenta de que hablar
demasiado no conduce a nada… como el director en los matutinos. El maestro se
puso serio y me dijo: Tu papá no debería enseñarte esas cosas porque en la
escuela podemos regañarte por eso. Bueno, le contesté, pues dice mi papá que un
regaño es el totalitarismo de un punto de vista… El maestro abrió la boca para
responderme pero no dijo nada. (En honor a la verdad, mi papá no dijo esa
frase. La escribió en una de sus libretas de notas que yo leo a escondidas.)
Dile a tu papá que venga a
verme… ¡Uf!, al fin puedo sentarme. Al hacerlo, caí en la cuenta de que toda el
aula había enmudecido ante nuestro diálogo. Bueno, “aula enmudecida” es una
metáfora. Me refería a los alumnos. Somos treinta y cinco hacinados en un
recipiente con capacidad para veinte. Aunque guardemos silencio (lo cual es muy
difícil), parece que gritamos. Lo de recipiente y lo de guardar silencio también
son metáforas. Si el silencio pudiera guardarse, yo investigaría dónde el
director guarda el suyo y me vestiría de ninja y lo rescataría (al silencio)
para devolvérselo (al director), y así disfrutar un poco más de la hora del
matutino, porque el director habla y habla y habla y no deja que me concentre en
Bía. Pero creo que va a resultar más fácil secuestrar al director (después de que
me vista de ninja, claro) y encerrarlo en algún lugar aislado donde pueda
seguir hablando (el director) y no moleste a nadie…
Los niños habían enmudecido
y me miraban. Me encogí de hombros... y en ese momento, Bía me tocó la rodilla
por debajo de la mesa y la miré. Me sonreía. Fue entonces cuando me comentó aquello de: “Dile a tu papá que se mejore de sus dolores”. Evidentemente,
Bía está enamorada de mí..., pero le gusta el aguacate.
* Nació en Cienfuegos (Cuba) en 1965. Colabora como articulista en diversas publicaciones de su ciudad: Ariel (revista cultural de Cienfuegos), Renacer (publicación dirigida a familiares de personas con síndrome
de Down y otras discapacidades intelectuales, de la que también es diseñador) y Pasos (boletín de la Iglesia diocesana). Ha escrito, además, en la revista
Vitral, del Centro Cívico Religioso de Pinar del Río. Uno de sus relatos se publicó en la Antología “100 autores, 100 vivencias”, del
Primer Premio Orola de Vivencias. Finalista del II Concurso Litteratura de Relato.
José Antonio Pino Varens |
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