Finalista del II Concurso Litteratura de Relato
Mis
jornadas laborales solían prolongarse hasta la noche. A menudo acababa tan
tarde que no valía la pena volver a casa, y me quedaba a dormir en el despacho.
Al principio mi esposa lo entendía; con el tiempo, empezó a quejarse de la
frecuencia con la que mi trabajo me
separaba de ella. Yo le decía que no era culpa mía, que siempre quedaba algo
por hacer. Pero ella seguía quejándose; de eso, y de todo. Llegó un momento en
el que me alegraba de tener que dormir allí, lejos de mi casa. Y creía que yo
era el único que lo hacía, pero en una ocasión encontré allí a mi jefe.
Aquella noche llovía con tanta fuerza que las calles estaban desiertas. Era una
de esas noches en las que cuando uno camina por la ciudad tiene la sensación de
que en cada casa hay alguien ahorcándose.
Foto: Gran Cañón del Colorado (www.disfrutalasvegas.com) |
Yo había salido a cenar y, cuando volví a la oficina,
permanecí en la puerta unos segundos hasta que encontré la llave. Trabajo en
una agencia de viajes, y en una de las paredes hay una foto enorme del Cañón
del Colorado. De día, bajo la luz de los fluorescentes, a uno le parece oír el
eco de ese sitio; por la noche, como era el caso de aquella vez, parece una
geometría descompuesta.
Al entrar no noté nada raro. Estaba
deseando quitarme los zapatos porque no soporto el sonido que hace la goma de
la suela cuando está mojada. Una vez en contacto con la moqueta, puse la
calefacción y, a los pocos minutos, pude sentarme en pijama sin tener ni pizca de frío. Al otro lado de la cristalera, el aparcamiento se inundaba.
Entré en mi despacho dispuesto a
dormirme sobre el sillón que tengo en la esquina. Solía caer rendido en cuanto
apoyaba la cabeza, y así fue también aquella vez, pero un ruido me despertó a
los pocos minutos. Pensé en ladrones, y salí dispuesto a que me dieran una
paliza. Lo que encontré, sin embargo, fue a Marlo con un vaso de plástico al
lado de la máquina de agua.
—M-Marlo —tartamudeé, incapaz de
pensar qué iba a decirle cuando me preguntara qué hacía allí en pijama—, ¿qué
haces aquí tan tarde?
Marlo bebió de su vaso. No parecía
sorprendido ni perturbado por mi presencia. Debió oírme cuando entré.
—Me he quedado para revisar el
eslogan de los folletos.
Pensé que mentía en cada palabra. Marlo
era el gerente de la oficina, y no daba la impresión de que le gustara su
trabajo, ni siquiera de que le interesara. Que se quedase allí un minuto más de
lo necesario despertó mi curiosidad. Marlo no parecía un tipo que se aburriera.
Era inteligente y tenía carisma, además de un hijo en camino. Su mujer vino
una vez a la oficina, y ya entonces estaba embarazada.
—¿El eslogan?, ¿qué le pasa al que
tenemos?
—Es soso —Marlo acabó su vaso de
agua y sacó un paquete de cigarrillos del bolsillo de su camisa. Cuando lo
hizo, vi una marca blanca en su dedo anular, el lugar donde hasta hacía poco
había un anillo. Me pregunté qué se ocultaría detrás de aquella ausencia—. ¿Fumas, Emil?
—A veces —contesté tras unos
segundos de mirar extrañado su dedo.
Por un momento, creí que Marlo saldría
a caminar bajo la lluvia, pero se detuvo en la misma entrada, bajo el soportal.
Me puse a su lado, me dio un cigarrillo, lo encendió con su mechero, y miró
hacia el cielo de color arena.
—Somos una agencia de viajes —dijo
de repente—. ¿Qué es lo que vendemos?
—Normalmente —contesté—, vacaciones.
—Sí, pero, ¿qué son las vacaciones? —no esperó respuesta—. Son una forma de salir de la rutina, de hacer algo divertido.
El eslogan no puede ser: “Agencia Disemio: usted elige el destino”.
—Supongo. Hace mucho que no voy de
vacaciones.
—Eres escritor, ¿no, Emil? —preguntó
Marlo, volviéndose a mirarme.
—He escrito algo.
—¿De qué tratan tus historias?
—No sabría decirlo.
—Inténtalo.
Ambos fumamos en silencio.
—Ahora estoy escribiendo una novela —dije al fin—. Trata de un hombre cuya madre muere de una enfermedad cerebral
que la hacía delirar.
—Qué trágico.
—Tiene un sentido. Verás: la madre,
en sus delirios, durante los últimos días le decía al hijo que había un
diamante en uno de sus zapatos, los de ella.
—Menuda locura.
—Sí, pero el hijo la cree.
—¿Por qué?
—Supongo que porque quería creerla.
La historia trata de que el protagonista no está contento con su vida, e
intenta huir en todas direcciones; cuando escucha a su madre y no encuentra el
diamante en los zapatos, se obsesiona con que se lo han robado.
—Así no tiene que volver a su vida,
¿no? —Yo asentí—. No tendrás mucho éxito
con un personaje tan cobarde.
Ante eso, me encogí de hombros.
—No tiene por qué ser valiente, ni
pretendo que lo sea. Las personas huyen de su vida continuamente. No me
avergüenzo de mi personaje.
—¿Crees que la gente querrá leer eso?
—En el fondo, sé que a todo el mundo
le gustaría poder mirar hacia otro lado. Es lo bueno de mi historia. Pero no
pasa mucho más, ni se me ocurre qué más puede pasar...
Marlo sacó un folleto de la agencia
y miró la playa que había en él. Eran las Maldivas.
—“Agencia Disemio —dijo—: podrá
mirar a otro lado”.
—Es bueno —concedí.
Ambos nos quedamos silencio. Ante nosotros,
la lluvia siguió cayendo.* Nació en Sevilla en 1996 y actualmente cursa el grado de Psicología en un grupo bilingüe de la Universidad de esta ciudad. Ha recibido formación literaria en diferentes talleres de escritura creativa de la Escuela de formación cultural especializada Casa Tomada (Sevilla), y la editorial Fénix Editora ha publicado una breve antología de sus relatos, Palabras hechas sentimientos (2012). Finalista del II Concurso Litteratura de Relato.
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