lunes, 30 de mayo de 2016

El diamante en el zapato......Pedro Naranjo Cobo*

Finalista del IConcurso Litteratura de Relato

Foto: Gran Cañón del Colorado (www.disfrutalasvegas.com)
Mis jornadas laborales solían prolongarse hasta la noche. A menudo acababa tan tarde que no valía la pena volver a casa, y me quedaba a dormir en el despacho. Al principio mi esposa lo entendía; con el tiempo, empezó a quejarse de la frecuencia con la que mi trabajo me separaba de ella. Yo le decía que no era culpa mía, que siempre quedaba algo por hacer. Pero ella seguía quejándose; de eso, y de todo. Llegó un momento en el que me alegraba de tener que dormir allí, lejos de mi casa. Y creía que yo era el único que lo hacía, pero en una ocasión encontré allí a mi jefe. Aquella noche llovía con tanta fuerza que las calles estaban desiertas. Era una de esas noches en las que cuando uno camina por la ciudad tiene la sensación de que en cada casa hay alguien ahorcándose. 
   Yo había salido a cenar y, cuando volví a la oficina, permanecí en la puerta unos segundos hasta que encontré la llave. Trabajo en una agencia de viajes, y en una de las paredes hay una foto enorme del Cañón del Colorado. De día, bajo la luz de los fluorescentes, a uno le parece oír el eco de ese sitio; por la noche, como era el caso de aquella vez, parece una geometría descompuesta.
            Al entrar no noté nada raro. Estaba deseando quitarme los zapatos porque no soporto el sonido que hace la goma de la suela cuando está mojada. Una vez en contacto con la moqueta, puse la calefacción y, a los pocos minutos, pude sentarme en pijama sin tener ni pizca de frío. Al otro lado de la cristalera, el aparcamiento se inundaba.
            Entré en mi despacho dispuesto a dormirme sobre el sillón que tengo en la esquina. Solía caer rendido en cuanto apoyaba la cabeza, y así fue también aquella vez, pero un ruido me despertó a los pocos minutos. Pensé en ladrones, y salí dispuesto a que me dieran una paliza. Lo que encontré, sin embargo, fue a Marlo con un vaso de plástico al lado de la máquina de agua.
            M-Marlo tartamudeé, incapaz de pensar qué iba a decirle cuando me preguntara qué hacía allí en pijama, ¿qué haces aquí tan tarde?
            Marlo bebió de su vaso. No parecía sorprendido ni perturbado por mi presencia. Debió oírme cuando entré.
            Me he quedado para revisar el eslogan de los folletos.
            Pensé que mentía en cada palabra. Marlo era el gerente de la oficina, y no daba la impresión de que le gustara su trabajo, ni siquiera de que le interesara. Que se quedase allí un minuto más de lo necesario despertó mi curiosidad. Marlo no parecía un tipo que se aburriera. Era inteligente y tenía carisma, además de un hijo en camino. Su mujer vino una vez a la oficina, y ya entonces estaba embarazada.
            ¿El eslogan?, ¿qué le pasa al que tenemos?
            Es soso Marlo acabó su vaso de agua y sacó un paquete de cigarrillos del bolsillo de su camisa. Cuando lo hizo, vi una marca blanca en su dedo anular, el lugar donde hasta hacía poco había un anillo. Me pregunté qué se ocultaría detrás de aquella ausencia. ¿Fumas, Emil?
            A veces contesté tras unos segundos de mirar extrañado su dedo.
            Por un momento, creí que Marlo saldría a caminar bajo la lluvia, pero se detuvo en la misma entrada, bajo el soportal. Me puse a su lado, me dio un cigarrillo, lo encendió con su mechero, y miró hacia el cielo de color arena.
            Somos una agencia de viajes dijo de repente. ¿Qué es lo que vendemos?
            Normalmente contesté, vacaciones.
            Sí, pero, ¿qué son las vacaciones? —no esperó respuesta—. Son una forma de salir de la rutina, de hacer algo divertido. El eslogan no puede ser: “Agencia Disemio: usted elige el destino”.
            Supongo. Hace mucho que no voy de vacaciones.
            Eres escritor, ¿no, Emil? preguntó Marlo, volviéndose a mirarme.
            He escrito algo.
            ¿De qué tratan tus historias?
            No sabría decirlo.
            Inténtalo.
            Ambos fumamos en silencio.
            Ahora estoy escribiendo una novela dije al fin. Trata de un hombre cuya madre muere de una enfermedad cerebral que la hacía delirar.
            Qué trágico.
            Tiene un sentido. Verás: la madre, en sus delirios, durante los últimos días le decía al hijo que había un diamante en uno de sus zapatos, los de ella.
            Menuda locura.
            Sí, pero el hijo la cree.
            ¿Por qué?
            Supongo que porque quería creerla. La historia trata de que el protagonista no está contento con su vida, e intenta huir en todas direcciones; cuando escucha a su madre y no encuentra el diamante en los zapatos, se obsesiona con que se lo han robado.
            Así no tiene que volver a su vida, ¿no? —Yo asentí—. No tendrás mucho éxito con un personaje tan cobarde.
            Ante eso, me encogí de hombros.
            No tiene por qué ser valiente, ni pretendo que lo sea. Las personas huyen de su vida continuamente. No me avergüenzo de mi personaje.
            ¿Crees que la gente querrá leer eso?
            En el fondo, sé que a todo el mundo le gustaría poder mirar hacia otro lado. Es lo bueno de mi historia. Pero no pasa mucho más, ni se me ocurre qué más puede pasar...
            Marlo sacó un folleto de la agencia y miró la playa que había en él. Eran las Maldivas.
            “Agencia Disemio dijo: podrá mirar a otro lado”.
            Es bueno concedí.
            Ambos nos quedamos silencio. Ante nosotros, la lluvia siguió cayendo.


* Nació en Sevilla en 1996 y actualmente cursa el grado de Psicología en un grupo bilingüe de la Universidad de esta ciudad. Ha recibido formación literaria en diferentes talleres de escritura creativa de la Escuela de formación cultural especializada Casa Tomada (Sevilla), y la editorial Fénix Editora ha publicado una breve antología de sus relatos, Palabras hechas sentimientos (2012). Finalista del II Concurso Litteratura de Relato.

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