miércoles, 28 de agosto de 2013

El rostro de Dios......Santiago Clément*

Finalista del I Concurso Litteratura de Relato

Foto: Paco Luna, Malecón, La Habana
Fue a la mañana temprano, al menos acá, no sé qué hora era en otros países. Vos sabés que yo no me levanto temprano cuando tengo guardia de noche porque si no después me duermo, pero afuera el regador que me había olvidado prendido, chufú chufú chufú… y daba vueltas en la cama pensando… sí, en vos, Celeste, una vez más en vos, y el ruidito del regador. Me puse las pantuflas, una sola en realidad porque no encontré la otra, y salí. El pasto mojado en uno de mis pies, la brisita fresca de la mañana y ese cielo de nubes altísimas tan… no sé si vale el adjetivo (y si me lo prestas)… tan celestial. Y entonces lo escuché; bah, lo escuchamos todos, yo lo sé; o al menos los que estábamos afuera en ese momento, aunque después todos en realidad: en la tele, en la radio. Fue extraño, no sé si lo hubieras creído, aunque yo tampoco sé si lo creí, ni si lo creo, y eso que lo vi con mis propios ojos y lo escuché con mis oídos… pero no, vos lo hubieras creído. Las nubes se pusieron raras, y esa luz… y sí, luego su rostro, o ese rostro, tan… tan blanco. En ese momento no entendí lo que dijo porque habló en otro idioma, hebreo supongo. Pero de algún modo ahora lo sé: Hijitos míos.
         Fue como una gran bomba, pero de salva, de cotillón. La radio y la tele explotaron, todos pasaban la noticia consternados, sin saber si tratarla seriamente o no. Los llamados de la gente se atropellaban entre sí: algunos enfervorizados de religiosidad, otros anonadados, otros escépticos, otros atemorizados. En sólo dos o tres horas se dijo de todo: el fin del mundo, una revelación, una farsa, una alucinación colectiva, y qué sé yo cuantas cosas más, pero después, ya al mediodía, el silencio, la quietud absoluta, el mar calmo, planchado; excepto, claro, yo; mi alma, mi corazón, pum pum pum. Y si hubieses estado conmigo, viste, Alberto, que yo tenía razón, sos un incrédulo, un incrédulo. Es cierto, Celeste… porque aunque parezca estúpido y hasta irracional, ahora dudo de lo que vieron mis propios ojos, de lo que oyeron mis propios oídos.
         De todo lo que se decía, lo del fin del mundo era lo que más me convencía, aunque el cielo clarito, el día tibio, dulce y sin meteoritos surcando el firmamento, parecían desmentir la teoría. Pero yo igual te imaginé, entrando por la puerta para llevarme. Lo vi, lo vi en mi mente; vos viniendo no sé de dónde, de acá o de más allá, pero hermosa y blanca, con tus labios de azúcar impalpable, impalpables, y vamos, Alberto, sí, Celeste, a donde quieras, al mar, a la playa blanca de espuma de aquel otoño nuestro, o al cielo, que es lo mismo, el mismo otoño, a donde quieras. Y pensando en esta sonsera, me preparé algo de comer… Tonta cabeza soñadora, tonta esperanza. Y si supieras cuánto, cuánto, cuánto te extraño, y parece una broma pesada pero cierro los ojos y no logro pintar en mi mente los colores de tu rostro, y esa última foto que no sé por qué quemé… para olvidarte, y hace tiempo ya que no puedo recordar tu rostro, y en mis sueños te veo borrosa, y tu voz que balbucea algo que no entiendo, y está triste, y está… lejos, lejos.
         A la tarde no quedaba en los medios ni rastro de lo ocurrido; la radio anunciaba como siempre alguna calle cortada en el lejano Buenos Aires, un choque en Córdoba y mil millones de veces la temperatura actual, veintitrés grados, y la tele discutía estúpidamente las estúpidas palabras de una mujer vacía de todo menos de siliconas. El rostro ya había desaparecido, peor aún, era como si nunca hubiera aparecido. Pero yo lo vi, y la gente también, porque durante esas horas la radio y la tele… pero después todos se callaron… y sé que mañana yo también callaré.
         Antes de ir al trabajo pasé por el kiosco. El kiosquero traía puesta la misma cara agria de siempre, y yo, ¿vio qué raro lo del rostro en el cielo?, pero él, ¿cómo dice? Entonces me agarró vergüenza, le pagué apurado y me fui. En el trabajo me quedé callado, como todos. Igual no volví más, renuncié esa misma noche.
         A la madrugada, cuando regresé a casa, agarré un lápiz y un papel y me puse a garabatear… y dibujé un rostro, y al terminarlo me di cuenta de que era ese rostro, y estaba tan perfecto que me levanté asustado, y estaba tan asustado que salí de casa de nuevo, y no volví hasta haberme alejado como diez cuadras. Pero el mundo seguía en su madrugada con sus brumas, sus ruidos y su desperezar de bostezos como si nada. Y al volver a casa el rostro seguía perfecto allí en el papel, y debajo escribí la frase, porque sé que dijo eso. Y en esa madrugada desvelada, el insomnio me llevó a vos, y recordé aquel día en que no volviste y tu búsqueda desesperada, y los pasillos de los hospitales, y los días de angustia, y las lágrimas acumuladas en mi mesita de luz. Pero tu rostro borroso que trataba de reconstruir se fue transformando en ese otro rostro del papel; blanco, luminoso, y la angustia se fue, y las lágrimas, como por arte de magia, se evaporaron, y finalmente me dormí, envuelto en una extraña paz, y tuve un sueño hermoso que no recuerdo.
         Al despertar a media mañana supe que todo había cambiado, no lo de afuera, sino lo de adentro. Salí a dar vueltas por la calle, y en una pared blanca el mismo lápiz de la madrugada dibujó el rostro, y la perfección de su figura ya no me sorprendió, y debajo la frase. Y después fue en otros papeles, en otras paredes, y en todas partes. Y cada tanto el rostro se parece al tuyo, si no lo es. Y en la calle, los locos me llaman loco, y saben, allí adentro suyo, que ellos también lo vieron y que el loco no soy yo, pero callan, fingen, hacen de cuenta que nada pasó; muertos de miedo siguen su rutina, buscando rellenar sus nadas con cosas que hacen ruido y luces y bruma, buscando estar ocupados las veinticuatro horas para no tener tiempo de pensar, para no darse cuenta de que tienen un hueco en el pecho. Ven el rostro en los muros y lo recuerdan, pero callan y tratan de convencerse que aquel día no existió y que aquella luz fue sólo un rayo, y las palabras sólo el trueno extraviado entre las nubes.
         Sin embargo, tengo la inexplicable certeza, Celeste, de que mañana despertaré nuevamente en casa con vos, por eso escribo esto. No sé cómo lo sé, no puedo explicarlo, pero de algún modo conozco que será así. Mañana a la mañana abriré los ojos y veré a mi lado tu sonrisa dulce de labios impalpables y no me atreveré a hablarte ni a preguntarte qué ocurrió, ni porqué te fuiste, ni a dónde, ni a contarte una palabra de toda esta historia, y volveré al trabajo en mi silencio, con una felicidad explotando en el pecho, mezclada con la eterna duda. Y estos papeles dibujados quedarán volando, perdidos en alguna esquina, y el rostro de Dios se irá borroneando bajo la lluvia, como ocurrió con el tuyo, y volveré a dudar, volveré a dudar a tu lado, que sos un testarudo, Alberto, y me citarás parábolas de memoria con tu tierna voz, y esta vez volverás a casa y me quedaré callado por temor a que el ensueño se esfume, y fingiré como todos, y haré de cuenta que nada pasó, y temeroso pero feliz, seguiré mi rutina a tu lado, hasta que la tregua se acabe y en lo alto aparezca de nuevo el rostro de Dios, y del cielo caigan meteoritos, y entres por la puerta para llevarme al mar, a la playa blanca de espuma, o al cielo, que es lo mismo, el mismo otoño nuestro.



Santiago Clément
* Ingeniero agrónomo argentino de 29 años, especializado en Viticultura y Enología. Ha recibido los siguientes reconocimientos literarios: Primera mención en el Concurso de Microrrelatos Ópticos “La Óptica en Babel” de la Facultad de Óptica y Optometría (Madrid, 2013), mención de honor en el Concurso de Narrativa Emilio Salgari de la Sociedad del Véneto de Italia por el relato El último malón (Buenos Aires, 2012), quinta mención en el III Certamen Literario de Cuentos y Relatos de la Sociedad Italiana de San Pedro por el relato Señales, publicado en la antología del certamen (2012), segundo premio en el Concurso de cuentos Falsaria por el relato Recuerdos de otro, publicado en la antología del certamen (Madrid, 2011), y el Primer premio del Concurso de cuentos Martha Beatriz Bustos por el relato El linyera (Mendoza, Argentina, 2010). En 2012, su cuento Nostalgia fue seleccionado para la edición de la antología Intermitencias, de la editorial Dunken (Argentina), y su relato Imaginario para la edición de la antología de microcuentos Porciones Creativas. Finalista del I Concurso Litteratura de Relato.

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