Tercer premio del I Concurso Litteratura de Relato
Creo que ya está volviendo de la anestesia. Ya era tiempo. Me tiene tan
preocupado esta situación que no sé qué habría ocurrido si el anciano no
despierta. Me parece que al doctor Sanfuentes le pasaba lo mismo, porque a cada
rato se asomaba a preguntar si ya había vuelto. Desde la puerta, movía la
cabeza y se iba de nuevo a tomar café y a conversar con sus colegas.
Lo bueno es que no han dejado pasar a sus familiares. Por lo que he podido escuchar de los médicos, de las enfermeras o de los que atienden el teléfono, han sido realmente cargantes y atosigadores con esto de querer saberlo todo sobre la operación. Absurdo, porque si dicen que tuvieron que esperar tanto para encontrar un donante, al menos ahora deberían dejar tranquilos a los médicos y permitirles que hagan bien su trabajo. Total, con todas sus visitas y preguntas, es poco lo que pueden aportar.
Dibujo de Clara Keys, Corazón |
Lo bueno es que no han dejado pasar a sus familiares. Por lo que he podido escuchar de los médicos, de las enfermeras o de los que atienden el teléfono, han sido realmente cargantes y atosigadores con esto de querer saberlo todo sobre la operación. Absurdo, porque si dicen que tuvieron que esperar tanto para encontrar un donante, al menos ahora deberían dejar tranquilos a los médicos y permitirles que hagan bien su trabajo. Total, con todas sus visitas y preguntas, es poco lo que pueden aportar.
–¿Cómo se siente, don Alberto? –pregunta
el doctor Sanfuentes cuando se le acerca. El aludido tan sólo hace un
movimiento, casi imperceptible, con la cabeza y levanta levemente las cejas–. Descanse,
pero trate de no volver a dormir –dice, y comienza a examinar todas las
máquinas del monitoreo.
–Creo que va a estar bien muy luego
–afirma el doctor Segovia, brazo derecho de Sanfuentes. Pero éste parece no escucharlo,
ensimismado con la idea de sentir mis latidos en la punta de sus dedos puestos
sobre el tórax del anciano, o en sus oídos a través del estetoscopio.
–Sí, se escucha suave, pero bien
–dice, y el anciano y yo exhalamos un mismo suspiro de alivio.
–La seguridad que da un corazón
joven, pues, doctor –le comenta Segovia, pero Sanfuentes parece no escucharlo,
absorto en comprobar la simetría de los latidos.
Joven, suficiente y valeroso corazón, debió haber dicho Segovia. Porque creo que mi existencia no fue nada fácil. La alimentación deficiente, el licor, el tabaco y la vida de miserias que llevé durante veintitrés años no es algo de lo que debiera vanagloriarme. Además, por un momento pensé que me moría con Maldonado. La puñalada me pasó casi rozando. Me parece que pude hasta sentir el paso del metal cortando carnes, tripas, arterias…, todo. De todas formas, creo que la cosa nunca fue mejor que eso.
Joven, suficiente y valeroso corazón, debió haber dicho Segovia. Porque creo que mi existencia no fue nada fácil. La alimentación deficiente, el licor, el tabaco y la vida de miserias que llevé durante veintitrés años no es algo de lo que debiera vanagloriarme. Además, por un momento pensé que me moría con Maldonado. La puñalada me pasó casi rozando. Me parece que pude hasta sentir el paso del metal cortando carnes, tripas, arterias…, todo. De todas formas, creo que la cosa nunca fue mejor que eso.
–¡La ambulancia! –gritaba el jefe de
la guardia. Fue lo que me salvó.
–Hay que salvarle el corazón a este culiao
–afirmó el camillero–. El gueón vale
callampa, pero dijeron que era donante, así que vamos a ver qué sucede… –Y se
tomaba su tiempo, como esperando que Maldonado dejara de una vez por todas de
respirar. Y así fue, que sólo en el instante en que eso ocurrió, se instaló en
el vehículo y atravesó como una tromba las calles vacías de la medianoche
viñamarina.
Hay partes que no recuerdo. Sólo tengo en la memoria –como algo verdaderamente increíble– el momento en que el doctor Sanfuentes me tomó y me introdujo en medio del pecho del viejo. Me sentí asfixiado, me faltaba la sangre, casi inerte… una conmoción increíble. Mucho para un solo día: la pelea, las puñaladas, la muerte de Maldonado… y luego, casi la mía. Sí, porque por un momento juro que estuve muerto. Creo que la sangre de don Alberto fue lo que me salvó, o la máquina de bombeo… no sé. ¿Cómo podría saberlo si estaba muerto, y cuando volví se encontraban todos hablando, dando órdenes y moviéndose como enajenados?
Hay partes que no recuerdo. Sólo tengo en la memoria –como algo verdaderamente increíble– el momento en que el doctor Sanfuentes me tomó y me introdujo en medio del pecho del viejo. Me sentí asfixiado, me faltaba la sangre, casi inerte… una conmoción increíble. Mucho para un solo día: la pelea, las puñaladas, la muerte de Maldonado… y luego, casi la mía. Sí, porque por un momento juro que estuve muerto. Creo que la sangre de don Alberto fue lo que me salvó, o la máquina de bombeo… no sé. ¿Cómo podría saberlo si estaba muerto, y cuando volví se encontraban todos hablando, dando órdenes y moviéndose como enajenados?
–Este don Alberto es un tipo con
suerte –escuché decir a su yerno.
–Viejo e'mierda, no se murió –agregó después–. Creí
que no iba a alcanzar a esperar un donante
–La plata, mi viejo, la plata. Con
dinero se compran huevos –comentó su amigo.
El viejo dormía, pero yo escuchaba.
El viejo dormía, pero yo escuchaba.
–Lo bueno es que se consiguieron el
corazón de un delincuente, de un preso.
–Entonces, queda todo en familia –dice
el otro.
–Sí, la vida es muy justa. Por lo
demás, pienso que a todos los presos rematados deberían sacarles el corazón
para dárselo a las personas que lo necesitan… por lo menos, así Dios podría
perdonarles sus pecados –explica una de las hijas.
Me
quedo pensando. ¿Cómo será este viejo? Tengo la sospecha de que en esta nueva
vida al menos lo voy a pasar mejor que antes. Al menos no voy a sufrir las
pellejerías que siempre pasé. Además, a los parientes ya les leyeron la
cartilla. El viejo no debe hacer ningún tipo de esfuerzo. Le prohibieron todo.
–Me siento como un auto cero
kilómetro –dice el viejo cuando alguien lo llama por teléfono. Es mentira. Han
pasado tres meses y sigue igual de asustado. Sí, yo sé mejor que nadie que
tiene miedo a morir. ¿Y cómo Maldonado nunca le temió a la muerte? Toda la vida
arrancando, peleando, descolgándose de las murallas…, desde siempre…, desde que
yo tengo recuerdos. En cambio, este viejo delante de los demás se hace el
bacán, pero en la noche se queda dormido rezando horas y horas para no morirse.
Claro que a veces se le olvida su intención. Sobre todo, cuando le pellizca el
traste a la Rosita, la más joven de las empleadas de la casa.
–Mire cómo me lo tiene… todo
moreteado –le decía levantándose el vestido–, yo lo voy a acusar a la señora
Juanita.
El viejo parecía solazarse con lo que la jovencita afirmaba. Claro que, de repente, se llevaba la mano al pecho y se preocupaba por que yo estuviera tan agitado. Pensaba que poniéndose la mano en el pecho me iba a sosegar.
El viejo parecía solazarse con lo que la jovencita afirmaba. Claro que, de repente, se llevaba la mano al pecho y se preocupaba por que yo estuviera tan agitado. Pensaba que poniéndose la mano en el pecho me iba a sosegar.
¡Sabía que esto tenía que suceder tarde o
temprano! Los doctores tienen la culpa. Aunque le advirtieron que fuera con
cuidado, pero el viejo no aguantó más.
–Yo creo que usted está bien,
suegro, el doctor dijo que como ya han pasado dos años desde la operación, ya
no habría problema.
Aunque no estoy seguro si fue lo que
tomó o las espectaculares curvas de su secretaria las que definieron la
situación. Yo sentí el golpeteo de la sangre cada vez más convulsionada, a
medida que ella se iba sacando la ropa. Y después, cuando vio que el viejo se
empezaba a poner morado, salió corriendo a buscar ayuda.
Creo que ha sido demasiado tarde. Al motel han llegado todo tipo de servicios de urgencia, pero ya veo que no se puede hacer nada.
Ahora que siento que mi vida se extingue junto a la de este viejo, pienso en Maldonado. Si él hubiese estado en vez de este anciano, ¿qué habría ocurrido? Pienso muchas tonteras, un vendaval de ideas se me pasan por la mente.
Creo que ha sido demasiado tarde. Al motel han llegado todo tipo de servicios de urgencia, pero ya veo que no se puede hacer nada.
Ahora que siento que mi vida se extingue junto a la de este viejo, pienso en Maldonado. Si él hubiese estado en vez de este anciano, ¿qué habría ocurrido? Pienso muchas tonteras, un vendaval de ideas se me pasan por la mente.
–Viejo e'mierda, ¡¿por qué tuvo que tomar
viagra?!
Armando Aravena Arellano |
* Nació en Santiago de Chile en 1947. Además de profesor en el Colegio San Ignacio de El
Bosque, es escritor:
prosista, cuentista y columnista. Tiene en su haber más de noventa relatos, ocho novelas, diez obras de teatro y dos guiones para
cortometrajes. Premiado
en Argentina, España, Francia y Chile, ha obtenido el Fondart de Creación
Literaria 2013. Tercer Premio del I Concurso Litteratura de Relato.
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