Finalista del V Concurso Internacional “Litteratura” de Relato
Teníamos
que volver a casa cagando leches. Es lo que tienen los viajes
interestelares: las ventanas de oportunidad para fijar unas
coordenadas precisas en el hiperespacio son tan estrechas que, si no
las aprovechas en el momento, pueden pasar un porrón de años hasta
que se abra la siguiente. Y no nos pagan para hacernos viejos en la
otra punta del Universo. Además de que podía armarse un buen
pitote: si alargábamos la estancia en aquel planeta, por más que
alegáramos motivos científicos, algún espabilado habría que nos denunciara ante
el Consejo Galáctico como infractores de la 5ª Directiva de
Exploración del Espacio, la que prohíbe terminantemente colonizar o
establecer bases permanentes en planetas habitados por formas de vida
pluricelulares, eucariotas o complejas, basadas o no en el carbono: Aldebarán para los aldebaranios,
era la consigna inviolable. Aunque los aldebaranios de marras no
fuesen más que gusanos platelmintos.
Así
que no quedaba otra: ya no había tiempo para revisar los cálculos,
volver a hacer las secuenciaciones y los cultivos de células madre y
ver en qué cojones de cadena de ADN nos habíamos equivocado. Hay
que joderse, con la de recursos que se habían dedicado a aquello.
Porque
aquel planeta era una perita en dulce: situado en el intervalo
habitable alrededor de su estrella, con gran cantidad disponible de
agua líquida, atmósfera gaseosa retenida por campos magnéticos
estables, y unas condiciones de gravedad, temperatura y protección
frente a las radiaciones cósmicas que para nosotros las quisiéramos.
Y, por supuesto, enormes depósitos de minerales valiosos y elementos
raros, de esos de los que siempre andamos escasos y necesitados,
enterrados en su subsuelo.
Pero
claro, no hay paraíso sin su manzana ni manzana sin su gusano y,
como no podía ser menos, aquel planetita tan mono estaba lleno hasta
los polos de formas de vida compleja y diversificada. Con la 5ª
Directiva tocándonos los huevos. Y, por lo tanto, de establecer allí
colonias, nasti de plasti. Aldebarán
para los aldebaranios,
etc.
Hasta
que alguno anduvo dándole vueltas a la sesera y se le ocurrió la
brillante idea: la 5ª Directiva prohíbe establecer colonias en
planetas ricos en vida, pero no la investigación científica en
ellos. ¿Quién iba a oponerse al avance de las ciencias, y
especialmente al de la exobiología?
Y
para allá que nos mandaron, al mejor equipo de genetistas al que
pudieron engatusar con el reclamo de la fama, la gloria, el dinero, y
todo eso que usan siempre para engañar a los tontos: especialmente a
los tontos con titulación académica. Objetivo: diseñar, a partir
de alguna de las formas de vida nativas, una nueva especie lo
suficientemente inteligente como para que pudiese explotar
–obviamente, explotar para nosotros– los ricos recursos de su
planeta. No tendríamos que establecer bases permanentes: bastaría
con que nuestras naves se diesen una vuelta por allí de vez en
cuando y volviesen con sus bodegas llenas hasta los topes de materias
primas para nuestras industrias, que los nativos habrían, previa y
diligentemente, recolectado y semiprocesado. A cambio, claro está,
de una generosa provisión de cuentas, espejitos y abalorios con la
que retribuiríamos su productivo trabajo, como siempre se ha hecho a
lo largo de la Historia con todas las culturas atrasadas.
O
sea, siguiendo con el símil: sería como colonizar Aldebarán, pero
usando como colonos a los propios aldebaranios. Si de Aldebarán se
tratase, claro. Y si los aldebaranios fuesen algo más que gusanos
platelmintos.
El agriotipo que habíamos seleccionado para crear nuestro mutante
presentaba todos los requisitos que lo hacían idóneo para el
experimento: tenía un sistema neurológico desarrollado, órganos
prensiles adaptables a funciones diversas, un rango de tamaño
intermedio que lo alejaba de los últimos escalones de la pirámide
trófica pero sin imponerle unas necesidades exorbitadas de consumo
energético, un modo de vida gregario que le permitiría trabajar en
equipo… Vaya: lo más parecido posible a nosotros, pero en
alienígena.
Sin
embargo, algo salió mal en el último momento. El sistema nervioso
central y las habilidades comunicativas se desarrollaron tal como
habíamos previsto, en ese aspecto no se presentó problema alguno;
sin embargo, alguna proteína cuya tasa de reproducción no habíamos
calculado correctamente resultó ser una poderosa inhibidora del
desarrollo de ciertos tejidos que constituían una parte muy
importante de su estructura de recubrimiento externo. Y, por esa
razón –y a pesar de que sus progenitores estaban cubiertos,
enteramente, por una espesa capa de sustancia queratinosa protectora–, la generación de criaturillas que surgieron de los
ovocitos que habíamos fecundado in vitro nacieron, todas ellas, casi
por completo desprovistas de pelo.
–¡Joder,
qué puto desastre! Estas criaturas son inviables. ¿Cómo van a
protegerse de la radiación diurna de su sol, y cómo van a mantener
estable su metabolismo cuando en el exterior se produzcan
oscilaciones de temperatura? La hemos jodido bien jodida. Tiempo y
dinero para nada.
–Pues
aquí se quedan. Que se ocupe de ellos el ciclo de la vida de su
planeta. A nosotros, por aquí, ya nos han visto bastante.
Pero
mientras nuestra nave despegaba para llevarnos de vuelta a casa, no
pude evitar dedicarles a aquellos pobres monstruos deformes un último
pensamiento:
–Un
ser de piel desnuda. Qué desagradable.
Y
un estremecimiento de repugnancia recorrió hasta la última escama
de mi cola.
*
Nació
en Barcelona
en
1965, hijo
de malagueños; enamorado de Barcelona y de Málaga a partes iguales.
Licenciado en Historia y Derecho, activista social y político,
empleado público, ha trabajado también como cartero, portero, traductor y docente,
entre otras ocupaciones. Formado literariamente en el Laboratori
de Lletres (Escola d'Escriptura i Comunicació)
de
Barcelona entre 2016 y 2019, aunque vive la pasión por la escritura
desde su adolescencia. Accésit en el Certamen Literario de la
Facultad de Derecho de la Universitat de Barcelona en 1993, finalista en la I edición del Concurso de relatos #historias de solidaridad de Zendalibros en 2025, y Segundo Premio de "Relato histórico" en el 37º Concurso Literario de Nou Barris (2025). Ha publicado artículos de opinión en diversas
revistas on line, como Nou Treball,
Crónica
Popular, Crónica Global, Plaza Abierta, El Catalán, De Verdad
digital, El Triangle, El Papel,
o Diario
Progresista, y desde 2020, es colaborador habitual de nuestro blog, donde ha publicado
diversos relatos. Ha escrito dos novelas inéditas: En el planeta Ohcered (esperpento post-asimoviano) y Tartessos. La princesa de la Atlántida. Desde 2016, colabora
como editor y autor en la página satírica Charnego
News (bajo los pseudónimos de Marc Garrido Orce o John LeCarmel, entre
otros), y es miembro del consejo de redacción de la revista digital
Crónica
Política Nacional e Internacional desde
su fundación en 2022. Finalista
del
V
Concurso Internacional “Litteratura” de Relato.
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