lunes, 24 de noviembre de 2025

Aldebarán para los aldebaranios......Jordi Cuevas Gemar*

Finalista del V Concurso Internacional Litteratura de Relato  

Foto: Jane Badler en V Invasión
extraterrestre
, de Kenneth Johnson

Teníamos que volver a casa cagando leches. Es lo que tienen los viajes interestelares: las ventanas de oportunidad para fijar unas coordenadas precisas en el hiperespacio son tan estrechas que, si no las aprovechas en el momento, pueden pasar un porrón de años hasta que se abra la siguiente. Y no nos pagan para hacernos viejos en la otra punta del Universo. Además de que podía armarse un buen pitote: si alargábamos la estancia en aquel planeta, por más que alegáramos motivos científicos, algún espabilado habría que nos denunciara ante el Consejo Galáctico como infractores de la 5ª Directiva de Exploración del Espacio, la que prohíbe terminantemente colonizar o establecer bases permanentes en planetas habitados por formas de vida pluricelulares, eucariotas o complejas, basadas o no en el carbono: Aldebarán para los aldebaranios, era la consigna inviolable. Aunque los aldebaranios de marras no fuesen más que gusanos platelmintos.

Así que no quedaba otra: ya no había tiempo para revisar los cálculos, volver a hacer las secuenciaciones y los cultivos de células madre y ver en qué cojones de cadena de ADN nos habíamos equivocado. Hay que joderse, con la de recursos que se habían dedicado a aquello.
Porque aquel planeta era una perita en dulce: situado en el intervalo habitable alrededor de su estrella, con gran cantidad disponible de agua líquida, atmósfera gaseosa retenida por campos magnéticos estables, y unas condiciones de gravedad, temperatura y protección frente a las radiaciones cósmicas que para nosotros las quisiéramos. Y, por supuesto, enormes depósitos de minerales valiosos y elementos raros, de esos de los que siempre andamos escasos y necesitados, enterrados en su subsuelo.
Pero claro, no hay paraíso sin su manzana ni manzana sin su gusano y, como no podía ser menos, aquel planetita tan mono estaba lleno hasta los polos de formas de vida compleja y diversificada. Con la 5ª Directiva tocándonos los huevos. Y, por lo tanto, de establecer allí colonias, nasti de plasti. Aldebarán para los aldebaranios, etc.
Hasta que alguno anduvo dándole vueltas a la sesera y se le ocurrió la brillante idea: la 5ª Directiva prohíbe establecer colonias en planetas ricos en vida, pero no la investigación científica en ellos. ¿Quién iba a oponerse al avance de las ciencias, y especialmente al de la exobiología?
Y para allá que nos mandaron, al mejor equipo de genetistas al que pudieron engatusar con el reclamo de la fama, la gloria, el dinero, y todo eso que usan siempre para engañar a los tontos: especialmente a los tontos con titulación académica. Objetivo: diseñar, a partir de alguna de las formas de vida nativas, una nueva especie lo suficientemente inteligente como para que pudiese explotar –obviamente, explotar para nosotros– los ricos recursos de su planeta. No tendríamos que establecer bases permanentes: bastaría con que nuestras naves se diesen una vuelta por allí de vez en cuando y volviesen con sus bodegas llenas hasta los topes de materias primas para nuestras industrias, que los nativos habrían, previa y diligentemente, recolectado y semiprocesado. A cambio, claro está, de una generosa provisión de cuentas, espejitos y abalorios con la que retribuiríamos su productivo trabajo, como siempre se ha hecho a lo largo de la Historia con todas las culturas atrasadas.
O sea, siguiendo con el símil: sería como colonizar Aldebarán, pero usando como colonos a los propios aldebaranios. Si de Aldebarán se tratase, claro. Y si los aldebaranios fuesen algo más que gusanos platelmintos.
El agriotipo que habíamos seleccionado para crear nuestro mutante presentaba todos los requisitos que lo hacían idóneo para el experimento: tenía un sistema neurológico desarrollado, órganos prensiles adaptables a funciones diversas, un rango de tamaño intermedio que lo alejaba de los últimos escalones de la pirámide trófica pero sin imponerle unas necesidades exorbitadas de consumo energético, un modo de vida gregario que le permitiría trabajar en equipo… Vaya: lo más parecido posible a nosotros, pero en alienígena.
Sin embargo, algo salió mal en el último momento. El sistema nervioso central y las habilidades comunicativas se desarrollaron tal como habíamos previsto, en ese aspecto no se presentó problema alguno; sin embargo, alguna proteína cuya tasa de reproducción no habíamos calculado correctamente resultó ser una poderosa inhibidora del desarrollo de ciertos tejidos que constituían una parte muy importante de su estructura de recubrimiento externo. Y, por esa razón –y a pesar de que sus progenitores estaban cubiertos, enteramente, por una espesa capa de sustancia queratinosa protectora–, la generación de criaturillas que surgieron de los ovocitos que habíamos fecundado in vitro nacieron, todas ellas, casi por completo desprovistas de pelo.
¡Joder, qué puto desastre! Estas criaturas son inviables. ¿Cómo van a protegerse de la radiación diurna de su sol, y cómo van a mantener estable su metabolismo cuando en el exterior se produzcan oscilaciones de temperatura? La hemos jodido bien jodida. Tiempo y dinero para nada.
Pues aquí se quedan. Que se ocupe de ellos el ciclo de la vida de su planeta. A nosotros, por aquí, ya nos han visto bastante.
Pero mientras nuestra nave despegaba para llevarnos de vuelta a casa, no pude evitar dedicarles a aquellos pobres monstruos deformes un último pensamiento:
Un ser de piel desnuda. Qué desagradable.
          Y un estremecimiento de repugnancia recorrió hasta la última escama de mi cola. 


Jordi Cuevas Gemar
Nació en Barcelona en 1965, hijo de malagueños; enamorado de Barcelona y de Málaga a partes iguales. Licenciado en Historia y Derecho, activista social y político, empleado público, ha trabajado también como cartero, portero, traductor y docente, entre otras ocupaciones. Formado literariamente en el Laboratori de Lletres (Escola d'Escriptura i Comunicació) de Barcelona entre 2016 y 2019, aunque vive la pasión por la escritura desde su adolescencia. Accésit en el Certamen Literario de la Facultad de Derecho de la Universitat de Barcelona en 1993, finalista en la I edición del Concurso de relatos #historias de solidaridad de Zendalibros en 2025, y Segundo Premio de "Relato histórico" en el 37º Concurso Literario de Nou Barris (2025). Ha publicado artículos de opinión en diversas revistas on line, como Nou Treball, Crónica Popular, Crónica Global, Plaza Abierta, El Catalán, De Verdad digital, El Triangle, El Papel, o Diario Progresista, y desde 2020, es colaborador habitual de nuestro blog, donde ha publicado diversos relatos. Ha escrito dos novelas inéditas: En el planeta Ohcered (esperpento post-asimoviano) y Tartessos. La princesa de la Atlántida. Desde 2016, colabora como editor y autor en la página satírica Charnego News (bajo los pseudónimos de Marc Garrido Orce o John LeCarmel, entre otros), y es miembro del consejo de redacción de la revista digital Crónica Política Nacional e Internacional desde su fundación en 2022. Finalista del V Concurso Internacional “Litteratura” de Relato.

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