martes, 14 de octubre de 2025

La colina de las cruces......Alejandro Manzano Romera*

Finalista del V Concurso Internacional Litteratura de Relato  

Foto: Moisés Arias, Antiguo Cementerio Municipal de Santo Domingo

Al pie de la pequeña colina, el hombre se recolocó el alzacuellos hasta fijarlo de un modo adecuado. Le invadió la sensación de que necesitaría aferrarse a él aquella tarde. Empezó a subir después de haberse permitido resoplar a modo de tímida queja. Aquello también formaba parte de la misión encomendada por el altísimo. A partir de la mitad del ascenso, le entorpecieron el camino unas cruces blancas clavadas al suelo. Era imposible evitarlas porque rodeaban la cima donde se encontraba la casa que iba a visitar. La gran mayoría del final del trayecto lo tuvo que caminar de perfil para esquivar las aspas de las cruces.

        Antes de llamar a la puerta, se santiguó. Sin ningún tipo de duda, acababa de pisar sobre un montón de tumbas y lo debería hacer de nuevo a su regreso. Esa fue la manera de disculparse y presentar respetos. Alisó la camisa negra y los pantalones a juego, estirando la tela con las palmas de las manos y, cuando se disponía a tocar el timbre, una mujer de mediana edad abrió la puerta.
          —Hola, padre. Pase y tome asiento en la mesa del salón.
         Allí encontró una mesa de madera en el centro, acompañada por cuatro sillas y un único sillón en una de las esquinas. Le llamó la atención que no hubiera ningún televisor. En su lugar, una librería de varias baldas de altura poblaba una de las paredes. A esas alturas, era complicado visitar a alguien así. Recorrió los lomos de los libros y no leyó ni un solo título que hiciera referencia al catolicismo. Si no se trataba de una mujer creyente, ¿qué estaba haciendo él allí?
         Ambos se sentaron, uno enfrente del otro. Adivinó que muchos pensamientos corrían por la cabeza de ella, aunque fue incapaz de descifrar ninguno. La presencia de la mujer le intimidaba, sentía que analizaba en silencio cada uno de sus movimientos. Tuvo que recolocarse en la silla. Estaba incómodo.
          —Me parece curioso que tengas tantos familiares en tu jardín.
          —No todos lo fueron —aclaró ella.
          —Entiendo.
        En realidad, no entendía nada de aquella situación. Tampoco parecía que la anfitriona tuviera ganas de continuar la conversación. Si no se iba a tratar el tema que los había reunido, allí sólo habría silencio y respuestas cortas.
          —¿Por qué me has hecho llamar? —preguntó el sacerdote.
          —Voy a matar a un hombre cuando llegue la noche.
          El hombre dio un respingo ante la apatía con la que la mujer pronunció aquellas palabras tan crudas.
          —¿Y qué pinto yo en esto?
          —Lo he llamado para que me intente convencer de que no lo haga.
          El pulso se le aceleró. Nunca había tenido entre las manos las esperanzas de salvar una vida humana. En pocos segundos, se persuadió a sí mismo de que haría lo que pudiera. En cualquier caso, su conciencia quedaría tranquila. La posible sangre derramada no le mancharía a él.
          —Para ello, primero tengo que conocer el porqué del asesinato y, a partir de ahí, podremos razonar.
          —Lo voy a hacer por libertad.
          —¿Por libertad?... Ese no es motivo suficiente para quitar una vida. No debería serlo. Hay otros modos de luchar por ella.
          —Ya se ha intentado por otros medios y muchas como yo han muerto por el camino, y los asesinos tenían causas menos nobles.
         Al percibir la mirada decidida de ella, el sacerdote sacó del bolsillo una pequeña Biblia que siempre llevaba consigo. «Error», pensó ella. Entre esas páginas sólo hallaría palabras de abnegación y sumisión. Nada que fuera a convencerla de no hacerlo. Pésima elección.
         Tras escuchar unos cuantos versículos que, tal y como imaginaba, no sirvieron para abortar la misión, la mujer miró por la ventana del salón desde su asiento.
          —Lo siento, padre, no ha sido capaz de encontrar ningún argumento sólido.
          —Lamento mucho por la víctima no haberlo conseguido.
          —Lo sé.
        Una vez aceptó que aquel hombre no iba a disuadirla, sacó la pistola de debajo de la mesa. En unos pocos minutos, habría otra cruz blanca en el jardín.


Alejandro Manzano Romera
Escritor alicantino nacido en 1994, que estudió Magisterio (primaria) y le encantaría acabar los estudios de psicología que inició hace unos años. Ha ganado varios certámenes literarios, como el Concurso de Literatura Joven de El Campello (2022), en la categoría de relato breve, y el de poesía “Federico Martín, el Poeta de la Sierra” (2024). Ha publicado tres poemarios. El primero, El asesinato de una crisálida (Talón de Aquiles, 2020), pasó por una breve modificación antes de republicarse (esta vez, en Amazon); el segundo es Barrio de versos (posdata ediciones, 2021). Gracias a Somos todos de fuera (2023), su último libro de poemas, surge la idea «Poesía en Post-it», que pretende agrupar ésta y sus sucesivas obras del mismo género. Este proyecto nace de un proceso de transformación del autor en el que busca sintetizarse a sí mismo. Además, ha publicado un relato de humor y crítica social: El día que encontré mi cadáver (Ed. Letra Minúscula, 2023) y, recientemente, ha autopublicado en Amazon la novela La Señalada. Finalista del V Concurso Internacional “Litteratura” de Relato. 

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