jueves, 1 de mayo de 2025

Militancia en marcha: del autobús 47 a la lucha por el hogar*...Pablo A. Rosa Carmona

¡Feliz Día Internacional de l@s Trabajador@s!

Foto: Eduard Fernández en El 47, de Marcel Barrena
En el año 1982, Manuel Vázquez Montalbán vino a darnos una charla a los barracones del Instituto Sant Andreu. Yo era un adolescente con muchas dudas y algunas certezas, aunque aún no sabía que una frase podía marcarme para siempre. Le pregunté algo que ya no recuerdo, pero su respuesta se me quedó grabada: «Hay muchos afiliados que no son militantes y muchos militantes que no son afiliados. Es más importante la militancia que la afiliación». Esa frase, entonces abstracta, cobra todo su significado en la figura de Manolo Vital.
         Quienes vivimos como críos y adolescentes una parte de aquellos años de lucha en Nou Barris, podemos sentir en la película «El 47» algo más que nostalgia: un espejo que nos devuelve el reflejo de las calles, las batallas cotidianas y los valores que dieron sentido a nuestras vidas. A finales de los setenta y principios de los ochenta, descubrimos que la militancia eran cosas como pegar carteles, luchar por zonas verdes para el barrio, exigir los semáforos o la cobertura de la Ronda de Dalt. Era tomar el nuevo Instituto Sant Andreu como la Bastilla de París, para dejar atrás los barracones, con la certeza de que la educación era un derecho irrenunciable.
        La película me ha llevado a momentos donde todo estaba en construcción. Viernes en el campo de la Montañesa, saltando la valla con los amigos para jugar al fútbol desde las seis de la tarde hasta bien entrada la noche. Medio metro de bocadillo en mano, risas y goles imaginados, recuerdos que todavía hoy me hacen sonreír... He vuelto a sentir en el paladar los morros fritos del local del Alzamora F. C., cuando empecé a trabajar en un taller clandestino. Era economía sumergida, sí, pero aquellos morros y el España-Honduras del Mundial del 82 hicieron que todo pareciera más llevadero. Tiempos de bocata de tortilla francesa poco hecha para desayunar en el bar de mis padres, con El Mundo Deportivo desplegado, inmerso en las crónicas de la época de Udo Lattek y Menotti.
          Ahora, al ver El 47, esos recuerdos vuelven con fuerza. Eduard Fernández encarna a Manolo Vital, un conductor que desobedeció órdenes para secuestrar su autobús y demostrar que se podía llevar el transporte público hasta Torre Baró, uno de los barrios más olvidados de la Barcelona de los años setenta. Vital no era un héroe convencional ni un político profesional; era un vecino comprometido, un militante de su barrio que entendió que la dignidad no se pide, se ejerce. Y lo hizo en una Barcelona que todavía luchaba por servicios básicos, por agua, luz y escuelas.
         Uno de los mayores logros de El 47 es la integración de su banda sonora como un elemento narrativo esencial que, junto con el uso de imágenes reales de archivo entrelazándose con las secuencias recreadas en un formato semi-documental, aporta autenticidad y profundidad histórica. Estas transiciones, sumadas a una cuidada caracterización física del entorno, transportan al espectador directamente tanto al centro urbano como a los barrios periféricos de una Barcelona marcada por la desigualdad. La fotografía refuerza este realismo, mostrando tanto la crudeza como la resistencia de quienes habitaban esos lugares.
          Destaca el buen trabajo de Clara Segura como Carme, la esposa de Manolo Vital, interpretado por un Eduard Fernández enorme. Zoe Bonafonte, en el papel de Joana, la hija de la pareja, ofrece un contrapunto generacional, equilibrando dulzura y firmeza en una actuación que complementa a la perfección a los protagonistas.
      La película no sobresale por su capacidad para representar las tensiones políticas y sociales del tardofranquismo. La trama, situada en 1978, plantea de manera efectiva los conflictos y esperanzas de una sociedad en plena transformación, eso es incuestionable. Pero se podría argumentar que la visión de este periodo es demasiado dulcificada, sin profundizar del todo en las tensiones políticas y sociales que marcaron aquel momento. No obstante, hay que entender que El 47 no pretende ser una película de Ken Loach; su enfoque está más centrado en el individuo y su entorno inmediato que en una radiografía exhaustiva del sistema.
         La fuerza de El 47 radica en su autenticidad, en cómo conecta las luchas del pasado con los retos del presente. Hoy, en la misma Barcelona, la vivienda es el nuevo frente. Los contratos de temporada revientan precios, restan derechos y encubren alquileres turísticos fraudulentos. Los barrios se vacían de vecinos para llenarse de turistas, mientras la especulación convierte los hogares en mercancías. Los Airbnb de hoy son los 47 del ayer.
       La película es mucho más que un homenaje a Manolo Vital. Es un recordatorio urgente de que la militancia sigue siendo esencial. Porque, en un mundo donde lo más básico se mercantiliza, El 47 nos inspira a luchar por la dignidad, empezando por nuestros barrios, nuestras calles y nuestras acciones.
          La banda sonora es corta, pero tremendamente efectiva. Canciones populares como "Los dos gallos" se contraponen a la delicadeza de "Rossinyol, que vas a França", subrayando la riqueza cultural y el mestizaje que define la identidad de la película y un reflejo de las luchas sociales y del encuentro entre distintas raíces, dignificando especialmente la cultura charnega en el contexto barcelonés.
          El uso de la música alcanza su punto álgido en la emotiva escena final, donde las notas de El rossinyol resuenan como un canto de resistencia y esperanza. En contraste, los momentos de tensión se acompañan de temas más terrenales como Los dos gallos, subrayando la conexión entre lo colectivo y lo íntimo. La banda sonora, en su conjunto, funciona como un vehículo emocional que amplifica los momentos clave de la historia.
       Otro de los elementos destacados es el excelente trabajo de los extras, que añade un gran nivel de realismo. Un ejemplo sobresaliente es la escena en el comedor de las cocheras, cuando el jefe de los conductores exige que se delate al responsable del daño en un vehículo. La dirección de los extras en su lenguaje no verbal —como los breves pero expresivos gestos a lo largo de toda la toma de un conductor anónimo, sentado en la primera mesa, que se gira cuando el jefe les empieza a hablar—, refuerzan la tensión y la autenticidad de la escena.
          Lo mismo ocurre en la secuencia dramática del incendio, donde la crudeza y el caos se plasman con una intensidad que atrapa al espectador. Por otro lado, la escena final, cuando el autobús sube hacia Torre Baró, adopta un enfoque más simbólico. Si bien carece del realismo de otras secuencias y puede parecer más cercana al videoclip de una romería, logra transmitir un mensaje de esperanza y celebración colectiva que encaja con el espíritu de la película.
         También existen licencias y olvidos. La decisión de convertir a Joana en la hija de Manolo Vital es un claro ejemplo. En realidad, Joana, que además colaboró en el desarrollo del filme, es su nieta, hija de su hijo Manuel Vital. Sin embargo, visto el resultado dramático y artístico, esta licencia narrativa puede considerarse un acierto.
          Por otro lado, la película opta por no reflejar la militancia sindical y política de un Vital que parece actuar de manera individual, casi fruto de un impulso espontáneo. En realidad, la acción de llevar el autobús 47 a Torre Baró fue parte de un movimiento colectivo, organizado y profundamente ideológico. Vital era, además de un dirigente vecinal, militante del PSUC (Partido Socialista Unificado de Catalunya) y de las todavía clandestinas Comisiones Obreras (CC.OO.), aunque en la película no se haga referencia explícita a ello.
     En cualquier caso, El 47 logra combinar con sensibilidad el drama humano con el retrato social, construyendo una obra que trasciende el homenaje a las luchas vecinales de los años setenta para dialogar con las problemáticas actuales. Su capacidad para conectar pasado y presente se transforma en un recordatorio poderoso de la importancia de la acción colectiva frente a las desigualdades.
         Aunque su visión de la Transición puede parecer algo edulcorada, el filme no pretende ser una simple denuncia política, ni mucho menos un biopic riguroso. En esencia, es un reconocimiento emotivo a la fuerza de la comunidad y a quienes, como Manolo Vital, entendieron que la militancia, como decía Manuel Vázquez Montalbán, es más importante que la afiliación.
        Una película conmovedora y poderosa, urgente y necesaria que conecta la memoria colectiva con las luchas que todavía nos quedan por ganar. 


* Reseña publicada en filmaffinity (https://www.filmaffinity.com/es/userratings.php?user_id=5745254),
                   y reescrita por el autor especialmente para Litteratura

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