jueves, 4 de abril de 2024

Sin boleto de regreso......Maikel Sofiel Ramírez Cruz

Foto: www.depositphotos.com

Me habría gustado seguir soñando que le hacía el amor a Yuri en la cama de mierda esta, así, despacito, ella de espaldas y yo tapando su boca con una de mis manos, ella gimiendo con la voz ahogada, silenciada por mí y sin poder gritarme: Coño, qué rico, maricón, ni nada de eso, pero haciendo el amor, templándonos, singándonos, como dos perros en silencio, para que nadie sospechara.
          Quise seguir soñando, quise hacerlo, pero esta vieja ruina que vive en esta casa no paró de joder.
          —Vas a llegar tarde al trabajo, mijo, y dicen que hoy habrá una reunión importante.
     Y los gallos cantando indefinidamente, ella, sollozando.
         —Mijo, dicen las malas lenguas que van a tumbar el central Chaparra, que se van a llevar las piezas, que te vas a quedar sin trabajo. Levántate, anda. Mira, también dicen que van a mandar a los obreros para la agricultura y van a darles carreras en la universidad a los muchachos como tú, nadie sabe, mijo, nadie sabe y te gusta algo y te pones a estudiar. Deberías hacerlo, tú que eres inteligente como tu padre y no como yo, que soy una burra que no entiende nada de nada, ni he leído libros como ustedes. Anda, mijo, que acabé de colar café, levántate, anda.
         Entretanto los mocos le colgaban, se restregó la nariz con un trapo y secó un poco las lágrimas que no dejaban de salir de sus ojos. En ocasiones me pregunto de dónde saca tanto llanto.
          No me quedó más remedio que mandarla al carajo y ponerme de pie. Resaqueado, asqueado por todo y de todo, bebí la infusión de un trago y me quemé la boca, cojone… Vieja de mierda, por estar con su jodienda me achicharré, y para colmo esto es una porquería. ¿Qué coño le estará echando? ¿Agua de bollo?
          Le reclamo, peleo lo suficiente como para que me enfrente, pero ella no responde, solo prosigue con su lloriqueo habitual y monótono, con la misma y agobiante cantaleta de cada mañana. Me voy para el baño, tomo el tubo de pasta dental y lo exprimo en busca de algún rastro del producto, pero nada. Miro al espejo, le muestro mi lengua recién quemada al hijo de puta en la imagen. Mi abuelo, con cara de borracho de barba descuidada, me devuelve los mismos gestos, las mismas muecas en el pedazo de cristal que cuelga en la pared. Mi abuelo, el padre de mi madre, esta vieja puta que me persigue todo el tiempo y que ahora se asoma al baño, para seguir en lo suyo.
         —Dale, mijo, aféitate, ponte el pantalón que dejé arriba de tu cama y esta camisa a cuadros que se le quedó a tu padre en la ropa sucia cuando se fue.
         Y dale con la lloradera. Me tiene jodido, harto. Ojalá y dejara de resingarme la vida. Por eso es que mi padre se cansó y se fue; por eso y porque supo que ella andaba en la templadera con los vecinos y con los compañeros de trabajo. Sabrá Dios si hasta los perros se la singaban por andar de ruina. Debería asumir y no joder más, asumir las consecuencias, y ya.
           —La cagaste, vieja, la cagaste por andar de ruina templando por ahí. ¡No llores más! —le grito, mirando dentro de sus ojos, como si fuera la persona que más odio en el mundo, pero ella empieza a chillar como una perra que fue pateada siete veces.
        A veces digo las cosas sin pensarlas o las pienso y luego, en algún momento, las escribo. Es mejor escribir lo que uno piensa y no decirlo. Por eso no le digo que la imagino en cuatro patas en cualquier rincón y con el primero que se le arrime; gimiendo, jadeando, gozando.
           —Yo te amo, mami, perdóname. Te amo aunque seas como eres y el viejo no esté aquí por tu culpa. Tal vez ni siquiera fue por tu culpa, sino a causa de los chismes. La gente siempre anda metiéndose en los asuntos ajenos, ni que sus vidas fueran perfectas…
         Alguien llama frente a la casa, debe ser algún perro ruino, loco por meter el hocico entre sus piernas. ¿Tan temprano? Bueno, eso no me importa.
         Me aseo con lo que hay: un casquito de jabón Nácar y un poco de agua dentro de un cubo de metal. Hago algunas gárgaras y me enjuago la boca como sea, para qué cepillarme si no hay pasta de dientes, pero escucho a la vieja decirle al perro en el portal que no, que no y que no. La vieja se niega, pero él insiste.
           —Ven conmigo, chica, anda, hazme el favor. Hazlo por mí —le dice suavemente, pero ella repite que no y que no. Así que salgo a ver qué coño está pasando.
           Resulta que el tipo es el hermano de mi madre que vive más allá de Vedado 6, en Santa María 14, creo. La vieja me habló de él, es hijo de mi abuelo, pero con otra mujer; una querida que tuvo hace mucho, cuando era joven, cuando mi madre era apenas una niña y ni siquiera recuerda bien; pero hubo problemas, muchos problemas, problemas y más problemas. Mi abuela cogió golpes de todos los colores y mi madre también, mi madre me lo contó, no recuerdo cuándo. El tipo ha venido desde muy lejos a decirle que mi abuelo ha muerto y pedirle que lo acompañe al funeral.
        Ella dice que ese viejo asqueroso no era su padre, que nunca lo fue y muchos golpes le dio, demasiados; no fue padre ni hombre ni nada y bastante hambre que les hizo pasar, muchos malos ratos, muchos problemas, demasiados. Además, ella perdió su primera barriga, antes de mí, por una patada que le dio ese animal. El borracho abusador de mierda ese, en buena hora está muerto, para que no le joda la vida a nadie más.
          Nos dio la espalda y se metió en la casa, rezongando, maldiciendo, cagándose en la hora en que había nacido, cagándose en la hora en que su madre se casó con mi abuelo, cagándose en la hora en que ese viejo sucio había nacido, pero sin llorar.
          El tipo me miró y dijo que no había nadie en la funeraria, puso ojos de perro sato con hambre vieja y me rogó, me imploró, me suplicó que lo acompañara. Miré un momento las cicatrices en mis muñecas, pensé en el polvoriento y rojizo camino a Vedado 6, pensé en la bodega del barrio, en el tanque con alcohol, en el interminable sendero hacia el monte, en el perro garrapatoso lamiendo mis muñecas recién cortadas, manando sangre a borbotones como un manantial escarlata. Unas lágrimas salieron lentamente de no sé dónde, las sequé antes de que él lo notara y me vestí. Me puse la camisa a cuadros, el pantalón azul celeste igual a los del pre y botas de trabajo sin lustrar desde hacía medio siglo, o más.
          Es cierto que no hay un alma en el velorio, el tipo este no estaba mintiendo, tampoco hay más fallecidos, sólo mi abuelo yace en su féretro a tres pasos de mí. Abuelo reposa con los ojos cerrados, durmiendo o eso me parece, pienso que duerme apaciblemente. Me asomo para verlo. Pobre viejo, es la segunda ocasión que “nos vemos”. Entonces recuerdo aquella vez que me ayudó cuando corté mis venas, medio aturdido, creo que pude ver sus ojos. Cobarde, no soy más que un cobarde. Aquel día casi muero, pero esta vez es el viejo el que está muerto. Acerco mi cara a su cara y le susurro: Gracias, abuelo, no sé si lo sabes, pero salvaste mi vida. Me detengo a observarlo, es cierto que me parezco a él, es cierto que mi cara es su cara. Mi abuelo reposa en su cama de madera y cartón que va a podrirse junto a él. Muy pronto los gusanos se darán banquete, aunque, probablemente, no haya mucho que comer, el viejo está seco, flaco como un esqueleto y todavía no lo enterramos, creo que se está empezando a consumir aquí mismo.
         El tipo este, mi único tío por parte de madre me interrumpe, pues se instala a mi lado y dice que va a extrañar muchísimo a su amado padre, no entiendo a este imbécil, el viejo vivía como un ermitaño en medio del monte en Vedado 6, solo como una bestia, nadie iba a verlo ni a llevarle comida.
          Nos avisan que ya es hora, abuelo partirá en un viaje de ida, pero sin boleto de regreso. El último viaje hacia su morada definitiva.
           El tipo saca un envase con ron de un bolso verde olivo, del mismo color de los uniformes militares.
         —Hay que despedir a mi padre como es debido —dice y se empina. Después, echa un poco en el ataúd, también sobre la cara del viejo y me ofrece la botella. Entonces bebo.
        Seguimos bebiendo bajo el intenso sol que hay durante el verano en este país a las tres de la tarde, mientras tanto, unos hombres con la ayuda de sogas, depositan a mi abuelo en lo profundo de un sepulcro en el cementerio de Chaparra.
        El tipo llora a mi lado sin muchos deseos y su llanto me parece fingido, un lamento hipócrita, inaguantable. Los obreros del camposanto colocan de una vez la tapa y se largan. A mi alrededor solo hay muertos que se pudren, cucarachas y gusanos.
         Sostengo la botella vacía entre mis manos, observo mis muñecas, las cicatrices y la tumba que desde ahora será el hogar del viejo; lanzo el frasco contra los muros y se convierte en mil fragmentos de cristal ámbar que brillan bajo la luz del sol. De inmediato camino en dirección al pueblo, lo más rápido que puedo, escucho a mi tío gritar mi nombre, pero no me importa; miro un minuto al cielo, hay mucho sol y pocas nubes, una de ellas tiene forma de mujer y me recuerda a mi amada Yuri. Cierro los ojos y pienso en El Tejar, en mi casa, en mi cama, en la tumba recién sellada, pienso también en mi hijo muerto y me imagino su llanto conmovedor. Pienso en todos los muertos y en mi padre que nadie sabe dónde está; no puedo seguir andando, así que me detengo bajo un árbol.
          Observo una vez más mis muñecas, las cicatrices, pienso en los doctores rellenando formularios, en las enfermeras armadas con jeringas, en las pastillas a toda hora, en las duchas frías, en el pajizo frustrado, en la comida mierdera del hospital y enciendo torpemente un cigarro. Supongo que no soy más que un cobarde, un borracho que nadie quiere, un tipo idéntico a mi abuelo. Pienso en lo triste que es sentirse solo. Sé muy bien que hay algo peor que estar solo y es sentirse solo. Pienso en la claustrofóbica soledad que debe sentirse dentro de un sarcófago. Pienso en mi madre, en mi soledad, en mi trabajo de mierda que pronto perderé y en esta vida que no es vida, y lloro.

5 comentarios:

  1. Bravo, está bueno ese texto me teletransporte a chaparra y me metí en el cuento. Un abrazo fuerte y bendiciones para ti Maikel Sofiel Ramírez Cruz.

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    1. Muchísimas gracias "Anónimo". Te devuelvo el abrazo aunque no tengo idea de quién eres, eso no importa.

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  2. Este ambiente de miseria y penuria tan bien logrado. Un texto realmente magnífico, con ese final del llanto del suicida que ni eso supo hacer bien.

    Un abrazo

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  3. Un cuento bien ambientado, con esa atmósfera de extrarradio y pobreza.

    Un abrazo

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