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Me
habría gustado seguir soñando que le hacía el amor a Yuri en la
cama de mierda esta, así, despacito, ella de espaldas y yo tapando
su boca con una de mis manos, ella gimiendo con la voz ahogada,
silenciada por mí y sin poder gritarme: Coño, qué rico, maricón,
ni nada de eso, pero haciendo el amor, templándonos, singándonos,
como dos perros en silencio, para que nadie sospechara.
Quise
seguir soñando, quise hacerlo, pero esta vieja ruina que vive en
esta casa no paró de joder.
—Vas
a llegar tarde al trabajo, mijo, y dicen que hoy habrá una reunión
importante.
—Mijo,
dicen las malas lenguas que van a tumbar el central Chaparra, que se
van a llevar las piezas, que te vas a quedar sin trabajo. Levántate,
anda. Mira, también dicen que van a mandar a los obreros para la
agricultura y van a darles
carreras en la universidad a los muchachos como tú, nadie sabe,
mijo, nadie sabe y te gusta algo y te pones a estudiar. Deberías
hacerlo, tú que eres inteligente como tu padre y no como yo, que soy
una burra que no entiende nada de
nada, ni he leído
libros como ustedes. Anda, mijo, que acabé de colar café,
levántate, anda.
Entretanto
los mocos le colgaban, se restregó la nariz con un trapo y secó un
poco las lágrimas que no dejaban de salir de sus ojos. En ocasiones
me pregunto de dónde saca tanto llanto.
No
me quedó más remedio que mandarla al carajo y ponerme de pie.
Resaqueado, asqueado por todo y de todo, bebí la infusión de un
trago y me quemé la boca, cojone…
Vieja
de mierda, por estar con su jodienda me achicharré, y para colmo
esto es una porquería. ¿Qué
coño le estará echando? ¿Agua de bollo?
Le
reclamo, peleo lo suficiente como para que me enfrente, pero ella no
responde, solo prosigue con su lloriqueo habitual y monótono, con la
misma y agobiante cantaleta de cada mañana. Me voy para el baño,
tomo el tubo de pasta dental y lo exprimo en busca de algún rastro
del producto, pero nada. Miro al espejo, le muestro mi lengua recién
quemada al hijo de puta en la imagen. Mi abuelo, con cara de borracho
de barba descuidada, me devuelve los mismos gestos, las mismas muecas
en el pedazo de cristal que cuelga en la pared. Mi abuelo, el padre
de mi madre, esta vieja puta que me persigue todo el tiempo y que
ahora se asoma al baño, para seguir en lo suyo.
—Dale,
mijo, aféitate, ponte el pantalón que dejé arriba de tu cama y
esta camisa a cuadros que se le quedó a tu padre en la ropa sucia
cuando se fue.
Y
dale con la lloradera. Me tiene jodido, harto. Ojalá y dejara de
resingarme la vida. Por eso es que mi padre se cansó y se fue; por
eso y porque supo que ella andaba en la templadera con los vecinos y
con los compañeros de trabajo. Sabrá Dios si hasta los perros se la
singaban por andar de ruina. Debería asumir y no joder más, asumir
las consecuencias, y ya.
—La
cagaste, vieja, la cagaste por andar de ruina templando por ahí. ¡No
llores más! —le grito, mirando dentro de sus ojos, como si fuera
la persona que más odio en el mundo, pero ella empieza a chillar
como una perra que fue pateada siete veces.
A
veces digo las cosas sin pensarlas o las pienso y luego, en algún
momento, las escribo. Es mejor escribir lo que uno piensa y no
decirlo. Por eso no le digo que la imagino en cuatro patas en
cualquier rincón y con el primero que se le arrime; gimiendo,
jadeando, gozando.
—Yo
te amo, mami, perdóname. Te amo aunque seas como eres y el viejo no
esté aquí por tu culpa. Tal vez ni siquiera fue por tu culpa, sino
a causa de los chismes. La gente siempre anda metiéndose en los
asuntos ajenos, ni que sus vidas fueran perfectas…
Alguien
llama frente a la casa, debe ser algún perro ruino, loco por meter
el hocico entre sus piernas. ¿Tan temprano? Bueno, eso no me
importa.
Me
aseo con lo que hay: un casquito de jabón Nácar y un poco de agua
dentro de un cubo de metal. Hago algunas gárgaras y me enjuago la
boca como sea, para qué cepillarme si no hay pasta de dientes, pero
escucho a la vieja decirle al perro en el portal que no, que no y que
no. La vieja se niega, pero él insiste.
—Ven
conmigo, chica, anda, hazme el favor. Hazlo por mí —le dice
suavemente, pero ella repite que no y que no. Así que salgo a ver
qué coño está pasando.
Resulta
que el tipo es el hermano de mi madre que vive más allá de Vedado
6, en Santa María 14, creo. La vieja me habló de él, es hijo de mi
abuelo, pero con otra mujer; una querida que tuvo hace mucho, cuando
era joven, cuando mi madre era apenas una niña y ni siquiera
recuerda bien; pero hubo problemas, muchos problemas, problemas y más
problemas. Mi abuela cogió golpes de todos los colores y mi madre
también, mi madre me lo contó, no recuerdo cuándo. El tipo ha
venido desde muy lejos a decirle que mi abuelo ha muerto y pedirle
que lo acompañe al funeral.
Ella
dice que ese viejo asqueroso no era su padre, que nunca lo fue y
muchos golpes le dio, demasiados; no fue padre ni hombre ni nada y
bastante hambre que les hizo pasar, muchos malos ratos, muchos
problemas, demasiados. Además, ella perdió su primera barriga,
antes de mí, por una patada que le dio ese animal. El borracho
abusador de mierda ese, en buena hora está muerto, para que no le
joda la vida a nadie más.
Nos
dio la espalda y se metió en la casa, rezongando, maldiciendo,
cagándose en la hora en que había nacido, cagándose en la hora en
que su madre se casó con mi abuelo, cagándose en la hora en que ese
viejo sucio había nacido, pero sin llorar.
El
tipo me miró y dijo que no había nadie en la funeraria, puso ojos
de perro sato con hambre vieja y me rogó, me imploró, me suplicó
que lo acompañara. Miré un momento las cicatrices en mis muñecas,
pensé en el polvoriento y rojizo camino a Vedado 6, pensé en la
bodega del barrio, en el tanque con alcohol, en el interminable
sendero hacia el monte, en el perro garrapatoso lamiendo mis muñecas
recién cortadas, manando sangre a borbotones como un manantial
escarlata. Unas lágrimas salieron lentamente de no sé dónde, las
sequé antes de que él lo notara y me vestí. Me puse la camisa a
cuadros, el pantalón azul celeste igual a los del pre y botas de
trabajo sin lustrar desde hacía medio siglo, o más.
Es
cierto que no hay un alma en el velorio, el tipo este no estaba
mintiendo, tampoco hay más fallecidos, sólo mi abuelo yace en su
féretro a tres pasos de mí. Abuelo reposa con los ojos cerrados,
durmiendo o eso me parece, pienso que duerme apaciblemente. Me asomo
para verlo. Pobre viejo, es la segunda ocasión que “nos vemos”.
Entonces recuerdo aquella vez que me ayudó cuando corté mis venas,
medio aturdido, creo que pude ver sus ojos. Cobarde, no soy más que
un cobarde. Aquel día casi muero, pero esta vez es el viejo el que
está muerto. Acerco mi cara a su cara y le susurro: Gracias, abuelo,
no sé si lo sabes, pero salvaste mi vida. Me detengo a observarlo,
es cierto que me parezco a él, es cierto que mi cara es su cara. Mi
abuelo reposa en su cama de madera y cartón que va a podrirse junto
a él. Muy pronto los gusanos se darán banquete, aunque,
probablemente, no haya mucho que comer, el viejo está seco, flaco
como un esqueleto y todavía no lo enterramos, creo que se está
empezando a consumir aquí mismo.
El
tipo este, mi único tío por parte de madre me interrumpe, pues se
instala a mi lado y dice que va a extrañar muchísimo a su amado
padre, no entiendo a este imbécil, el viejo vivía como un ermitaño
en medio del monte en Vedado 6, solo como una bestia, nadie iba a
verlo ni a llevarle comida.
Nos
avisan que ya es hora, abuelo partirá en un viaje de ida, pero sin
boleto de regreso. El último viaje hacia su morada definitiva.
El
tipo saca un envase con ron de un bolso verde olivo, del mismo color
de los uniformes militares.
—Hay
que despedir a mi padre como es debido —dice y se empina. Después,
echa un poco en el ataúd, también sobre la cara del viejo y me
ofrece la botella. Entonces bebo.
Seguimos
bebiendo bajo el intenso sol que hay durante el verano en este país
a las tres de la tarde, mientras tanto, unos hombres con la ayuda de
sogas, depositan a mi abuelo en lo profundo de un sepulcro en el
cementerio de Chaparra.
El
tipo llora a mi lado sin muchos deseos y su llanto me parece fingido,
un lamento hipócrita, inaguantable. Los obreros del camposanto
colocan de una vez la tapa y se largan. A mi alrededor solo hay
muertos que se pudren, cucarachas y gusanos.
Sostengo
la botella vacía entre mis manos, observo mis muñecas, las
cicatrices y la tumba que desde ahora será el hogar del viejo; lanzo
el frasco contra los muros y se convierte en mil fragmentos de
cristal ámbar que brillan bajo la luz del sol. De inmediato camino
en dirección al pueblo, lo más rápido que puedo, escucho a mi tío
gritar mi nombre, pero no me importa; miro un minuto al cielo, hay
mucho sol y pocas nubes, una de ellas tiene forma de mujer y me
recuerda a mi amada Yuri. Cierro los ojos y pienso en El Tejar, en mi
casa, en mi cama, en la tumba recién sellada, pienso también en mi
hijo muerto y me imagino su llanto conmovedor. Pienso en todos los
muertos y en mi padre que nadie sabe dónde está; no puedo seguir
andando, así que me detengo bajo un árbol.
Observo
una vez más mis muñecas, las cicatrices, pienso en los doctores
rellenando formularios, en las enfermeras armadas con jeringas, en
las pastillas a toda hora, en las duchas frías, en el pajizo
frustrado, en la comida mierdera del hospital y enciendo torpemente
un cigarro. Supongo que no soy más que un cobarde, un borracho que
nadie quiere, un tipo idéntico a mi abuelo. Pienso en lo triste que
es sentirse solo. Sé muy bien que hay algo peor que estar solo y es
sentirse solo. Pienso en la claustrofóbica soledad que debe sentirse
dentro de un sarcófago. Pienso en mi madre, en mi soledad, en mi
trabajo de mierda que pronto perderé y en esta vida que no es vida,
y lloro.
Bravo, está bueno ese texto me teletransporte a chaparra y me metí en el cuento. Un abrazo fuerte y bendiciones para ti Maikel Sofiel Ramírez Cruz.
ResponderEliminarMuchísimas gracias "Anónimo". Te devuelvo el abrazo aunque no tengo idea de quién eres, eso no importa.
EliminarEste ambiente de miseria y penuria tan bien logrado. Un texto realmente magnífico, con ese final del llanto del suicida que ni eso supo hacer bien.
ResponderEliminarUn abrazo
Un cuento bien ambientado, con esa atmósfera de extrarradio y pobreza.
ResponderEliminarUn abrazo
Muchísimas gracias Aldaba Dos.
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