domingo, 5 de febrero de 2023

El tiempo y sus conspiraciones......Ezequiel Varone*

Finalista del IV Concurso Litteratura de Relato   

Foto: prostooleh (www.freepik.es)
Todavía tenía tiempo, pero el tempo urbano lo mantenía en vilo por la inercia. Sentía que podía hacer otras mil cosas antes de que se hiciera la hora para tocar el timbre. Faltaban diez minutos, en realidad once y veintisiete para él. Se acomodó en un banco de la plaza que separaba la parada del colectivo del que se acababa de bajar de la oficina a la que tenía que ir. Miró el reloj, aún a sabiendas de que no había pasado más que un puñado de segundos. Llevó los brazos al respaldo y fingió la postura de una persona que podía disfrutar de esa tarde en la plaza; sólo lo hizo por hacer algo. 
        Una joven se sentó a su lado, estaba hipnotizada por la pantalla del teléfono, al que sostenía con la misma mano que la correa del perro. ¿Y su perro? Sintió algo en la pierna, como un fantasma que le envolvía el tobillo, era más parecido al soplido del viento que la carne de una mano viva. Allí lo vio, con sus pelos dorados y su olfato inquieto que adivinaba los días que llevaba puestos los mismos pantalones. Atajó la patada antes de que los nervios lograran conectar la orden del cerebro a su pierna. ¿Cómo podía pensar en patearlo al lado de su dueña? Volvió a acomodarse en el banco, esta vez en una postura más retraída, poniéndose en sintonía con la tensión de sus músculos. Miró el reloj, todavía faltaban diez minutos dos. Qué bien estaría poder manejar el tiempo a su propio antojo, pensó; volvió a mirar a la joven, se veía muy bien, aunque no vestía más que una calza desteñida y la típica remera gastada que uno atesora cuando ya habría que pensar en reciclarla.
         —¡Lindo día, eh! —soltó. Creyó que conversar con ella le haría pasar el tiempo más rápido.
         —¡Ay, perdón! ¡Rudo, andá para allá, no molestes!
         —…
        Miró el reloj, ¿qué le habrá entendido?... Casi no le prestó atención a la hora, notó que ella ni siquiera lo vio a él, sólo levantó la vista al perro, que estaba oliendo la basura a varios metros. La posible conversación estaba oficialmente frustrada. Volvió a poner la vista en la muchacha, pero sin girar la cabeza, aún convencido de que podría filmarla, sacarle fotos, comentar con vecinos el ángulo de su nariz, que ella no se daría por aludida. Comenzó a intrigarle lo que estaba viendo tan concentrada, pero no estaba allí para eso, miró el reloj. Faltaban ocho minutos y monedas. Casi sin pensarlo, se levantó: si era temprano, lo podrían hacer esperar dentro del lugar y él ganaría unos preciosos veinticinco segundos. No fue tan fácil dar el primer paso, impuntual no es sólo quien llega tarde, sino también quien lo hace antes, y más con tanta diferencia de tiempo como el que faltaba. Un tanto avergonzado por el número que estaba montando, volvió a sentarse, aunque ella posiblemente no notó nada de eso.
        Las ramas bailaban en el árbol que les daba sombra, el resto era todo quietud. El olor a tilo no llegaba a calmarlo, pero amenizaba el transcurrir de los eternos segundos. Mintió cuando dijo lo del lindo día: estaba empapado del sudor. Miró el reloj, todavía faltaban más de siete minutos. Volvió a ojear el celular de la muchacha, estaba viendo una película o algo por el estilo. Recordó que para alivianar su característica ansiedad, le habían recomendado vaciar por completo los pulmones de un suspiro y mantener los ojos cerrados por un tiempo. Un calor acogedor lo envolvió desde los pies, parecía estar surtiendo efecto. ¡Un momento!, pensó; el calor se había quedado estanco en sus pies. Se levantó de un salto: el perro le había orinado los pantalones. Levantó la pierna para patearlo, pero se detuvo al verla a ella, que lo miró de improviso y le sonreía.
         —¿Haciendo yoga?
         —Como todas las tardes —respondió rápido.
       Ella rio y volvió a su teléfono. Él se quedó petrificado, cualquier testigo distraído creería que estaba por hacer una grulla, como Karate Kid al comenzar la pelea final. ¡Qué bella es!, pensó. Con disimulo acomodó su postura, miró sus pantalones mojados, aunque había perdido su enojo. Volvió al reloj, después a la puerta. Dos hombres estaban entrando, un tercero trotó y llegó a pasar también. ¡La puta madre!, dijo sin pronunciar del todo bien, y ella volvió a mirarlo. Entonces él fingió estar diciendo una oración.
         —Me la enseñó un maestro tailandés —se excusó.
         —¡Qué bien! —respondió ella—. ¿Me enseñás?... —Guardó el celular y puso toda su atención en él.
        Con la astucia de un maestro, cerró los ojos y exhaló todo el aire que pudo, llevando sus brazos al cielo. En la rendija que dejó entre sus pestañas, notó que ella lo estaba imitando, entonces practicó algunos movimientos de elongación que creía olvidados. Ella lo seguía en cada movimiento, incluso cuando él se rascaba o intentaba —sin que ella lo notase— mirar el reloj. Cuando detuvo su exhibición de posturas azarosas, vio que ella se estaba descalzando.
         —Mejor vamos al pasto, es más cómodo.
        Él la siguió, cruzó la calle con la mirada casi de forma inconsciente y vio a unos diez —en realidad, nueve para él— hombres parados en la puerta de la oficina. Ese trabajo ya estaba perdido. Con cara de lamento volvió hacia ella, que yacía recostada en el pasto.
         —¿Me tenés de acá?... Si no, no llego.
       Se acercó obediente y apoyó las manos en sus hombros. Su piel aterciopelada le había generado una tibieza en el estómago que hizo que olvidara sus resquemores, su mal humor y la inercia de la urbe. Tal vez había perdido el potencial puesto, pero podría empezar una carrera de instructor deportivo; o tal vez, algo todavía mejor. Guardó el reloj en el bolsillo.
         —Ahora boca arriba —le dijo con voz segura, llevando las manos a las caderas de ella.


Ezequiel Varone
* Músico y docente argentino, nacido en 1989. Estudió en la Escuela de Música Popular de Avellaneda, con especialidad guitarra jazz. Actualmente trabaja como profesor de música en la escuela Nuestra Señora del Rosario, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Discípulo del maestro Amelio García Martínez, ha publicado varios cuentos en antologías: "Anagrama" y "Parecía muerto" para la editorial Dunken; "En vilo", en la revista venezolana Alborismos, “Mañana”, para Yo te cuento Buenos Aires VIII, y el microrrelato "Una historia de terror psicológico" en la microbiblioteca Esteve Paluzie de Barcelona. Finalista del
IV Concurso Litteratura de Relato.

2 comentarios:

  1. Enhorabuena. Un magnífico relato, la verdad.

    Un abrazo, y feliz día

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    Respuestas
    1. Muchas gracias de parte del autor, Albada!!!! Un fuerte abrazo, y feliz día para ti también

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