Segundo Premio del IV Concurso Litteratura de Poesía
esparcidas en el suelo como metáforas del ser;
detritus vegetal de las conspicuas ciudades del
planeta
y víctimas azarosas del discurrir, cuando barren sus
despojos;
huellas desconsoladas de la historia humana
desnudada por el viento.
Son las hojas viejas que tapizan de melancolía
en los bancos de las plazas, en los patios,
en las veredas de las casas que habitamos;
en las veredas de las casas que habitamos;
en las calles que transitan apenas los abuelos,
ellos y ellas en el frío.
Sustrato de la existencia,
remedo metafísico;
aliento medieval de los juglares muertos,
y lectura obligada de los contemplativos
que las siguen ahítos de nostalgia,
temerosos de perderlas para siempre
en los desagües calle abajo.
Sin embargo, se dice que las hojas muertas,
recogidas y cosidas a mano por los editores del tiempo,
se conservan en mamotretos murmurantes del pasado
–el secreto mejor guardado en las alcaldías del mundo–,
donde poetas y filósofos transmigran en sus líneas;
mientras los amantes las hollan bajo la lluvia,
en el crepitar sordo de un amor desordenado.
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Gonzalo Ríos |
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