viernes, 24 de mayo de 2019

Historieta......Guillermo H. Pegoraro*

Finalista del III Concurso Litteratura de Relato

Foto: Portada del Calendario Marvel Comics 2018
“Capa y antifaz”... anotaba con lápiz número 2 en su pequeño cuaderno tipo carta. “¿Qué más?”, pensaba el niño mientras hojeaba por millonésima vez la desvencijada historieta. Una noche, como tantas, se echó a dormir anhelando ser un superhéroe; quizás no tanto para defender al necesitado, quizás más, para sentirse diferente y aclamado.
En la escuela trató de no hacer amistades, sabiendo que debía ir creando, desde el vamos, una identidad enigmática, fuerte y solitaria; porque los vaivenes emocionales que acarrean las relaciones humanas sólo son lujo del indefenso, no de los paladines. Sufrió bullying por diferente, pero cada burla o prepotencia la soportó con hidalguía… suponiendo que templaba el carácter. Al igual que el muchacho arácnido, él también tuvo que sobrellevar el pavoneo de los fanfarrones, a sabiendas que el verdadero poder radicaba… sólo en él. 
Letras tras letras fueron llenando las hojas que captaban la ficción leída (hazañas, descripciones y psicología de los superhombres), mezclándose caprichosamente con datos de su propia existencia, como piezas de puzles distintos. Descubrió que, al igual que Superman, él también poseía su kriptonita (el pimiento le causaba urticaria); o como el grandote verde, también sentía latir en su debilucho cuerpo, dormido (pero latente), un ser más primitivo y enérgico.
A sus doce años, los caprichos oscuros del destino revelaron su futuro. Sucede, como en toda profecía autocumplida, que la insistencia en un presagio termina por concretar lo temido; así ocurrió con la muerte violenta de sus padres. Pero a la par de la tragedia, vino a cumplirse la profecía: era necesario ese trauma para catapultarlo a la lucha contra el mal, como ocurriera con el hombre murciélago o el excéntrico ricachón volador de acero. Pero nada era exacto: sus padres no fueron presas del hampa, sino víctimas de un trágico incendio que consumió su vivienda; y él tampoco tenía la fortuna ni el carisma de aquellos huérfanos en los cómics, que les permitía haraganear para dedicarse a festicholas, y al combate del crimen… en sus tiempos libres.
La negativa de parientes cercanos a cobijarlo hizo que deambulara por distintas casas adoptivas, para ser devuelto, una y otra vez, por la miopía de los potenciales tutores, que no alcanzaban a vislumbrar el diamante en bruto que tenían en sus manos. Sólo recuerda a una de esas parejas, que ansiosos y preocupados, lo llevaron ante un médico de la mente, que sin preámbulos lo diagnosticó erradamente como portador de alexitimia, o sea, incapacidad de identificar las emociones propias. ¿Cómo podía serlo? Si él hasta había adoptado al mastín de la casa vecina, que en un acto bestial atacó a sus dueños, enviándolos a un hospital. Si era capaz de sentir afinidad por ese animal (al que todos querían sacrificar), verdaderamente estaba a la par de cualquiera que apreciara a una mascota. O ¿acaso no era lo que hacían los Hombres X, rescatando a mutantes problemáticos de la sociedad para darles refugio y reeducarlos?
 Como todo adolescente sin adultos como modelos positivos, buscó en las pandillas un sentimiento de pertenencia y lealtad. Encontró cabida entre los que, como él, deseaban aventuras, enfrentar riesgos, dominar miedos, hacerse respetar, sentirse útil… en un grupo con sentido de justicia y código propio… tal como la Liga de la Justicia o Los 4 fantásticos. Claro que, a diferencia de estos últimos, donde los objetivos son altruistas, en los círculos en los que formó parte, la droga o el delito eran la moneda de cambio. Pero… ¿acaso los superhéroes no violan normas sociales y causan destrozos colaterales cuando salen a escena?
En esta oscura etapa, el joven se hizo con dudosos compañeros de andanzas, aprendiendo controvertidos métodos para sobrevivir: intimidación, anulación de la piedad y exacerbación del individualismo.
Los años pasaron, y el joven (hecho hombre) se hizo un lugar respetable en el bajo mundo. Regenteaba algún que otro prostíbulo, administraba un par de casinos clandestinos y financiaba oportunos atracos a entidades bancarias o carros de caudales. Cierto que se alejó de la puritana vida de quienes admiraba desde chico, pero sabía que su oportunidad estaba a tiro de piedra: de pasar de bandido a héroe, como ocurriera con los integrantes de Guardianes de la galaxia o del Escuadrón suicida.
Con dinero suficiente en los bolsillos, pícara sonrisa y personalidad esculpida al margen de la ley, salió a buscar a la joven bella e inocente que siempre el héroe salva en la última página. Aquí se topó con el primer escollo en sus sueños: las inmaculadas no le atraían, sólo le tentaban las parecidas a Gatúbela. Eso no lo amedrentó, porque ya se sabe, todo superhéroe es imán de mujeres; pero nunca se queda con ellas, porque significaría el fin de su leitmotiv, volverse uno más, y la defunción de la leyenda.
No obstante, algo seguía sin cuadrar. Más de una lo denunció por maltrato de género, acoso sexual o violencia psicológica. Si bien esquivó un par de pleitos por lo engorroso que resultaba probar esos casos, al final fue instado judicialmente a que se practicara un examen psicológico. El resultado lo dejó absorto: había sido encasillado como psicópata, con marcado comportamiento antisocial, reducida empatía y carencia de remordimientos.
A días de que se lo citara a juicio, tomó en sus manos la colección de historietas acumulada durante años. Las volvió a hojear… y descubrió que en realidad el diagnóstico no estaba tan errado: si al final, a él siempre le habían apasionado personajes como el Duende Verde, el Guasón, el Mandarín o Lex Luthor, que oficiaban de álter ego del ídolo.
Con tranquilidad, aceptó dimitir en su intención de ser superhéroe, y con orgullo aceptó su lugar como villano; y hasta le encontró explicación al por qué a los doce años le había prendido fuego a su casa. 


Guillermo H. Pegoraro
* Nació en 1966 en Córdoba (Argentina). Es licenciado en Comunicación Social y en Psicología, especializado en violencia familiar, y escritor de novelas y cuentos. Coautor, junto con Mariano Gutiérrez, de Te perdono (2016) y Talón de Aquiles: Relatos de corazones fatigados (2017). Ha publicado los libros de relatos Delirios de un psicólogo: Cuentos y relatos de una mente en terapia (2017), Sin códigos (2017), Cápsula del tiempo: Cuentos y relatos del siglo XX (2018), Zapatitos de cristal y otros cuentos psicológicos (2018), y la novela La leyenda de Christ (2018). Finalista del III Concurso Litteratura de Relato.  

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