Finalista del III Concurso Litteratura de Poesía
Foto: Agustín Crespi, Cuéntame cómo pasó |
Cuerpos baratos
enfundados en ropas baratas engullendo comida procesada barata mientras conducen coches baratos,
vidas
baratas, trabajos baratos, relaciones baratas,
proliferación
de no-lugares baratos
con mercancía barata, dando igual que sea Santander,
Madrid, Casablanca, Buenos Aires, Tokio, Sídney.
Como
el término barato es soez
e
incluso alguien se podría ofender al despertar y
darse cuenta
de
ello,
se
apadrina el anglicismo, más acorde con estos tiempos
globales
en los que el español medio (la antigua y denostada clase
media-baja) abraza
Europa,
el mundo,
en
un way of life
low-cost,
en
igualdad con sus congéneres europeos;
lo
barato,
la
mediocridad
es
la verdadera unión de esta Desunión Europea.
La
generación millennial
envuelta en un mundo low cost;
una
forma de vivir que repta,
colapsa
todas
las rendijas todas las grietas.
Mi
generación fue la última que supo lo que realmente significa la
palabra
vacaciones,
que vivió en casas
iguales en barrios creados en los sesenta en los cinturones de las
ciudades,
barrios
obreros donde siempre olía a puchero porque se comían legumbres
cinco
días a la semana enfrente de un televisor con culo,
como
los culos de las Mama Chicho que Telecinco nos obsequiaba
tras
haber superado por y para siempre los dos canales y nosotros,
la
infancia,
yendo
los fines de semana a hacer la compra al Pryca y los domingos a misa
en
un ritual que con perspectiva carecía de sentido pero enmarcaba algo
llamado
familia,
y
que en cierta manera se ha perdido, no ya el término, sino el
significado
en
estos tiempos baratos, de urgencia máxima ante el nuevo iPhone,
hiperconectados
unos con otros pero nos hemos olvidado de besar
y
de decir te quiero, de decir lo siento, términos difamados.
Nosotros
fuimos
la
primera generación nacida en democracia,
hijos
de hijos nacidos en la posguerra de hijos que hicieron la guerra,
úteros
manchados de sangre y tierra,
polvo
de España,
hijos,
unos, marcados por la ignominia,
hijos,
los más, marcados por el hambre y las cartillas de racionamiento,
por
eso era fundamental que nosotros,
la
primera generación nacida en democracia
tuviéramos
hermosos
y colorados papos,
como
muestra palpable de comidas opíparas y frecuentes,
con
nuestras madres (postguerra) con nuestras abuelas (guerra)
señalándonos
con el cazo de forma diaria y constante:
—¿Estás seguro de que no quieres más…?,
—¿Estás seguro de que no quieres más…?,
con
las alubias desbordando los platos Duralex
como
los pantanos que aquél construyó con mano de obra esclava,
con
filas de croquetas, todas ellas de carne, desfilando ante nuestros
ojos,
misma
masa, mismo armazón de nuestros pisos,
pisos
de croquetas, pisos de vino con gaseosa,
pisos
obreros en barrios obreros sin árboles en los cinturones de las
ciudades
que
engordaban sin control destrozando sus costuras,
donde
nos hacinábamos felices
seis,
siete personas con un solo baño,
felices,
tuvimos
de todo incluso libertad.
El
siglo cambió.
Aún
no sé cómo llamar al decenio transitado y por el que transitamos y
eso que estamos en el diez y ocho
(¿los
cero?, ¿los diez?, ¿las decenas?, ¡sólo sé que no serán de nuevo
felices los años veinte!).
Tuvimos hijos tras tocar
con los dedos,
rozar,
el estado de bienestar
que implosionó
de forma cruel con
nosotros ingresando en él.
La generación millennial
hizo su entrada.
Nos echamos a un lado,
corteses.
Les dejamos pasar y ellos,
a cambio,
nos han impuesto este
mundo low cost,
porque no sé cuándo ni
cómo se fraguó el cambio a un mundo
barato,
mediocre,
que ha colapsado
todas las rendijas todas
las grietas
de la clase baja, de la
clase media-baja, de la clase media,
que al fin tenemos
después de tanto y tanto tiempo
nuestro propio espacio,
somos
cuerpos
baratos enfundados en ropas baratas engullendo comida procesada
barata mientras se conducen
coches baratos,
vidas
baratas, trabajos baratos, relaciones baratas.
Francisco Palacio |
* Nació
un 14 de julio de 1980, semanas después de que Félix Rodríguez de
la Fuente encontrase la muerte en Alaska y Henry Miller en
California. Recibió estudios en un colegio de jesuitas y
ha estado juntando letras desde que tiene uso de razón, pero es en los
últimos tiempos cuando se ha lanzado a presentarse a varios
concursos, por influencia de su pareja, Mónica, y
de su primer hijo, Mateo. En 2015 fue finalista del II
Concurso Litteratura de
Poesía por su poemario
Blues del oficinista,
y el premio Francisco Gijón incluyó su microrrelato Vindio en la antología bianual. En 2016, otro microrrelato
suyo quedó finalista de la
edición “El amor y sus máscaras” (Editorial Liceus), y su haiku
fue el más votado en el Concurso de la Semana de Japón de la Librería Gil
de Santander. En 2017
nació su segundo hijo y, bajo su brazo, el primer poemario, Geografías
(Editorial
Septentrión), y la participación en la antología comentada
“Los Muertos”, dentro del Aula Poética José Luis Hidalgo. En
2018 participó en la Feria del Libro de Torrelavega, en los
actos de la Biblioteca Central de Santander con la Fundación Gerardo
Diego y en el X Spoken Word de Santander. Finalista del III
Concurso Litteratura de Poesía.
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