Cuando
Hermis y yo levantamos la cabeza, vimos que todavía Elder la mantenía dentro.
Pasó un minuto y medio y no la sacaba. "¿Le habrá dado un infarto debajo del
agua?..." Pero entonces la sacó buscando con ansiedad el aire. Ese fue el primer
susto. Nos había ganado la competencia. El primo Elder era el mejor del grupo.
Hermis y yo aguantábamos dos minutos cuando más. Por eso nos habíamos asustado.
Porque las otras veces se quedaba en tres minutos. De ahí no pasaba.
2
"¿Adónde
vas ahora?"
"Al río, mami."
"Como
te aparezcas por aquí mojado, verás lo que es bueno."
Así
era mamá. Para todo una amenaza y otra, y otra vez de nuevo. Un método que
nunca me fallaba era atravesar el puente en dirección a lo de Evelia, la mamá de
Hermis. Sin mirar al agua, a los murmullos del agua que nos llamaba con sus
cosquillas, con su campanilleo menor. Y cuando mi vieja entraba en la casa,
cuando estaba seguro de que no asomaría la cabeza para comprobar si continuaba
en la misma dirección, entonces rápidamente cortaba por un sendero a la izquierda
y llegaba presuroso a la poza de Tuto. Allí la profundidad era mayor que en el
puente. Si te tiras de cabeza, no te la partes ni te detiene una rama. Esas
ramas limosas que hay en el fondo y que tienen el mismo color de los nidos. A la
poza de Tuto va más gente. Vienen hasta del entronque de Ocujal a darse un
chapuzón aquí. Además, hasta en las crecidas el agua es más clara. Porque Tuto
la limpia a cada rato. Por eso. Tuto es hermano de abuelo y es un viejo gruñón, y
por nada dice que traerá a la policía y todo. Le saca toda la basura que arrastran
las corrientes crecidas. Hará unos meses que puso una laja, para nosotros era
como una especie de trampolín. "Eso sí, el día que a uno se le descalabre
la cabeza yo no me responsabilizo." Él dice que puso esa laja para que los
que vienen a sacar agua no resbalen. Dice que no la puso para nosotros. Y
nosotros ni le hacemos caso y nos lanzamos de cabeza desde la laja. Eso sí, si
alguno intenta cruzar la cerca que hay unos diez metros más arriba, se gana
cuando menos un pescozón de Tuto. En cada orilla de la poza hay una ceiba. Ese
tipo de árbol lo usan los santeros para sus brujerías. Se nos ocurrió poner de
lado a lado un cable. Pero a Toni el mexicano se le atravesó la idea de aplicar
sebo al cable para que fuera más emocionante la cosa. Y convinimos que el que
lograra cruzar todo el cable sin caerse, sería el jefe de la pandilla y podría
decidir quién debía contentarse con mirar y quién divertirse con los empujones.
También
en los empujones, en los resbalones en el fango de la laja-trampolín, Elder era
un fiera. Sólo Toni el mexicano se acercaba a su fuerza, y eso porque era un
poquito más grande.
Elder
nos enseñó a lanzar la júa, a tirarnos desde las ramas más altas de la ceiba, y
eso sí que era para pegar el grito en el cielo porque la distancia superaba los
once metros.
3
El
domingo pasado engañé a mamá haciéndole creer que iría a casa de Evelia, a
echarle una mano a Hermis con unos cocos para hacer turrones. Mamá no me dijo
nada, más bien me miró al tiempo que levantaba el fuete, indicándome que si
llegaba después de las dos de la tarde, la paliza no me la quitaba nadie. Dijo
que qué me creía yo, que si yo pensaba que ella era un muñeco que cualquiera
podía zarandear a su antojo.
No
es que pegara fuerte. La cosa era que mi hermana se burlaba de mí cuando veía
que mamá me dejaba las nalgas coloradas de los fuetazos.
Hice
lo mismo que otras veces, el sendero, luego esperar a que ella ocultara la
cabeza (ese día traía rolos), cortar por la izquierda y acercarme, como otras
tantas veces, a la ceiba de la poza, que así la llamábamos nosotros. El río
había crecido con fuerza los últimos tres o cuatros días. El agua se había puesto
turbia, eso no había sucedido nunca. Pero allí estaba el cable, desafiando,
llamándonos como un cebo. Al rato llegó Toni el mexicano y, casi pisándole los
talones, Elder. Nos saludamos. Toni el mexicano se encargó de ensebar bien el
cable, comprobó si estaba tenso. Oímos a Teodomira al otro lado de la cerca,
llamando a los puercos para ponerles el sancocho. Nos resultó extraño porque
Tuto era el que siempre lo hacía. Pero Tuto llevaba una semana en Mayarí en
casa de uno de sus ahijados. Y eso sí que no lo sabíamos.
Todos estábamos alegres, payaseando con volteretas alrededor de la
laja-trampolín y escupiéndonos para ver quién tenía más puntería y se la colaba
a otro por un ojo. Por fin decidimos lanzarnos. Toni el mexicano, para festejar
ese domingo, propuso subir a una de las ramas más altas de la ceiba (el que más
güevos demostrara) y desde allí hacer la doble en el aire y caer derecho, con
los brazos extendidos, las manos juntas, y cuanto más derecho, mejor que mejor.
De premio, un paquete de bolas. A Elder le fascinaban las bolas, así que no
dudó ni un segundo en brindarse. Se arrimó al tronco, dio un salto, trepó a un
gajo y comenzó a subir trabajosamente de pedazo en pedazo. Cuando calculamos
que ya había sobrepasado más de los once metros, comenzamos a gritar, a llamar
la atención de algunos vecinos de la zona que venían de la tienda, o iban por
la carretera paralela al río. "¡Allá voy!”, gritó Elder. Le vimos
maniobrar, hacer la doble, la triple, caer y levantar un montón de agua formando
círculos, ondas esféricas en la caída. Un minuto, dos, tres, cuatro...
Le
gritamos que no se hiciera el payaso, que se dejara de monerías, cinco minutos y Elder no emergía. Toni el mexicano dijo que a lo mejor para darnos un
susto saldría quince metros más allá, y se escondería en unas matas que había en
la orilla, en la parte menos baja de la poza. Pero no. Seis minutos.
Hermis se
lanzó con cuidado desde la laja-trampolín, lo vimos tantear con una vara de cañambú,
hundirse, reaparecer con el rostro asustado. Toni el mexicano repitió la
operación y yo me quedé mirando hacía lo alto de la ceiba, y miré también a la
caja de bolas que esperaba en una esquina de la laja, al cable, a Teodomira, que
se asomaba por la cerca con un trapo de cocina en las manos.
4
"¡¿Adónde
vas ahora?!"
"A
quitar el cable de la ceiba, mami."
No
me dijo nada mamá. Cuando llegué, me los encontré sentados, con los ojos
puestos en el pequeño remolino de agua que formaban las piedrecitas que
tiraban, sin ganas de nada. O al menos de jugar, porque Toni el mexicano se
había quedado sin contrincante y Hermis no quería seguir mintiéndole a su mamá
ni yo a la mía.
Bellos recuerdos de una juventud en el campo,aunque esta vez si final feliz. Muy lindo texto. Felicitaciones al autor por la ella prosa.
ResponderEliminarMariano Contrera
¡¡Muchas gracias de parte de Ubaldo, Mariano!!!
EliminarComo bien observas, hasta ahora la exclusiva de los finales felices en "Litteratura" la tiene Albert García Soler, aunque relatos como "Pink Freud" o "La reencarnación del Buda" también hacen gala de unas conclusiones muy estimulantes.