viernes, 26 de mayo de 2017

El color de los nidos......Ur Olivero

Foto: Enrique González, "Enro"
1

Cuando Hermis y yo levantamos la cabeza, vimos que todavía Elder la mantenía dentro. Pasó un minuto y medio y no la sacaba. "¿Le habrá dado un infarto debajo del agua?..." Pero entonces la sacó buscando con ansiedad el aire. Ese fue el primer susto. Nos había ganado la competencia. El primo Elder era el mejor del grupo. Hermis y yo aguantábamos dos minutos cuando más. Por eso nos habíamos asustado. Porque las otras veces se quedaba en tres minutos. De ahí no pasaba.

2

"¿Adónde vas ahora?"
        "Al río, mami."
        "Como te aparezcas por aquí mojado, verás lo que es bueno."
       Así era mamá. Para todo una amenaza y otra, y otra vez de nuevo. Un método que nunca me fallaba era atravesar el puente en dirección a lo de Evelia, la mamá de Hermis. Sin mirar al agua, a los murmullos del agua que nos llamaba con sus cosquillas, con su campanilleo menor. Y cuando mi vieja entraba en la casa, cuando estaba seguro de que no asomaría la cabeza para comprobar si continuaba en la misma dirección, entonces rápidamente cortaba por un sendero a la izquierda y llegaba presuroso a la poza de Tuto. Allí la profundidad era mayor que en el puente. Si te tiras de cabeza, no te la partes ni te detiene una rama. Esas ramas limosas que hay en el fondo y que tienen el mismo color de los nidos. A la poza de Tuto va más gente. Vienen hasta del entronque de Ocujal a darse un chapuzón aquí. Además, hasta en las crecidas el agua es más clara. Porque Tuto la limpia a cada rato. Por eso. Tuto es hermano de abuelo y es un viejo gruñón, y por nada dice que traerá a la policía y todo. Le saca toda la basura que arrastran las corrientes crecidas. Hará unos meses que puso una laja, para nosotros era como una especie de trampolín. "Eso sí, el día que a uno se le descalabre la cabeza yo no me responsabilizo." Él dice que puso esa laja para que los que vienen a sacar agua no resbalen. Dice que no la puso para nosotros. Y nosotros ni le hacemos caso y nos lanzamos de cabeza desde la laja. Eso sí, si alguno intenta cruzar la cerca que hay unos diez metros más arriba, se gana cuando menos un pescozón de Tuto. En cada orilla de la poza hay una ceiba. Ese tipo de árbol lo usan los santeros para sus brujerías. Se nos ocurrió poner de lado a lado un cable. Pero a Toni el mexicano se le atravesó la idea de aplicar sebo al cable para que fuera más emocionante la cosa. Y convinimos que el que lograra cruzar todo el cable sin caerse, sería el jefe de la pandilla y podría decidir quién debía contentarse con mirar y quién divertirse con los empujones.
        También en los empujones, en los resbalones en el fango de la laja-trampolín, Elder era un fiera. Sólo Toni el mexicano se acercaba a su fuerza, y eso porque era un poquito más grande.
        Elder nos enseñó a lanzar la júa, a tirarnos desde las ramas más altas de la ceiba, y eso sí que era para pegar el grito en el cielo porque la distancia superaba los once metros.

3

El domingo pasado engañé a mamá haciéndole creer que iría a casa de Evelia, a echarle una mano a Hermis con unos cocos para hacer turrones. Mamá no me dijo nada, más bien me miró al tiempo que levantaba el fuete, indicándome que si llegaba después de las dos de la tarde, la paliza no me la quitaba nadie. Dijo que qué me creía yo, que si yo pensaba que ella era un muñeco que cualquiera podía zarandear a su antojo.
        No es que pegara fuerte. La cosa era que mi hermana se burlaba de mí cuando veía que mamá me dejaba las nalgas coloradas de los fuetazos. 
        Hice lo mismo que otras veces, el sendero, luego esperar a que ella ocultara la cabeza (ese día traía rolos), cortar por la izquierda y acercarme, como otras tantas veces, a la ceiba de la poza, que así la llamábamos nosotros. El río había crecido con fuerza los últimos tres o cuatros días. El agua se había puesto turbia, eso no había sucedido nunca. Pero allí estaba el cable, desafiando, llamándonos como un cebo. Al rato llegó Toni el mexicano y, casi pisándole los talones, Elder. Nos saludamos. Toni el mexicano se encargó de ensebar bien el cable, comprobó si estaba tenso. Oímos a Teodomira al otro lado de la cerca, llamando a los puercos para ponerles el sancocho. Nos resultó extraño porque Tuto era el que siempre lo hacía. Pero Tuto llevaba una semana en Mayarí en casa de uno de sus ahijados. Y eso sí que no lo sabíamos. 
        Todos estábamos alegres, payaseando con volteretas alrededor de la laja-trampolín y escupiéndonos para ver quién tenía más puntería y se la colaba a otro por un ojo. Por fin decidimos lanzarnos. Toni el mexicano, para festejar ese domingo, propuso subir a una de las ramas más altas de la ceiba (el que más güevos demostrara) y desde allí hacer la doble en el aire y caer derecho, con los brazos extendidos, las manos juntas, y cuanto más derecho, mejor que mejor. De premio, un paquete de bolas. A Elder le fascinaban las bolas, así que no dudó ni un segundo en brindarse. Se arrimó al tronco, dio un salto, trepó a un gajo y comenzó a subir trabajosamente de pedazo en pedazo. Cuando calculamos que ya había sobrepasado más de los once metros, comenzamos a gritar, a llamar la atención de algunos vecinos de la zona que venían de la tienda, o iban por la carretera paralela al río. "¡Allá voy!”, gritó Elder. Le vimos maniobrar, hacer la doble, la triple, caer y levantar un montón de agua formando círculos, ondas esféricas en la caída. Un minuto, dos, tres, cuatro... 
          Le gritamos que no se hiciera el payaso, que se dejara de monerías, cinco minutos y Elder no emergía. Toni el mexicano dijo que a lo mejor para darnos un susto saldría quince metros más allá, y se escondería en unas matas que había en la orilla, en la parte menos baja de la poza. Pero no. Seis minutos. 
       Hermis se lanzó con cuidado desde la laja-trampolín, lo vimos tantear con una vara de cañambú, hundirse, reaparecer con el rostro asustado. Toni el mexicano repitió la operación y yo me quedé mirando hacía lo alto de la ceiba, y miré también a la caja de bolas que esperaba en una esquina de la laja, al cable, a Teodomira, que se asomaba por la cerca con un trapo de cocina en las manos.

4

"¡¿Adónde vas ahora?!"
        "A quitar el cable de la ceiba, mami."
        No me dijo nada mamá. Cuando llegué, me los encontré sentados, con los ojos puestos en el pequeño remolino de agua que formaban las piedrecitas que tiraban, sin ganas de nada. O al menos de jugar, porque Toni el mexicano se había quedado sin contrincante y Hermis no quería seguir mintiéndole a su mamá ni yo a la mía.

2 comentarios:

  1. Bellos recuerdos de una juventud en el campo,aunque esta vez si final feliz. Muy lindo texto. Felicitaciones al autor por la ella prosa.
    Mariano Contrera

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡¡Muchas gracias de parte de Ubaldo, Mariano!!!
      Como bien observas, hasta ahora la exclusiva de los finales felices en "Litteratura" la tiene Albert García Soler, aunque relatos como "Pink Freud" o "La reencarnación del Buda" también hacen gala de unas conclusiones muy estimulantes.

      Eliminar

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...