lunes, 11 de abril de 2016

Robadors, número 13......Aïda del Mar Frontera Gandolfo*

Finalista del IConcurso Litteratura de Relato

Foto: www.lavanguardia.com
Abro las ventanas, como quien lleva a cabo un acto simbólico o de fe, pues sé que no va a correr brisa ni aun intentando crear corriente. Tú metes las litronas en la nevera y limpias, como por inercia, las huellas de los vasos que la madrugada anterior dejamos sobre la mesa. La penumbra bien estudiada se consigue con la destreza de quien habla desde siempre el lenguaje de las sombras y se quiebra solamente por el ascua de un cigarro que huele a hachís del bueno. John Coltrane pone banda sonora a la escena casi ritual que se produce a diario en el piso de la calle Robadors. Pero esta noche es distinta.
         Me hablas, entusiasmado, de una oferta de trabajo (traducir un libro a euro por página, o algo así, no logro prestarte atención) y me prometes que, más pronto que tarde, podremos irnos de aquí y empezar una nueva vida. “Se acabó el hacer de camarera en ese bar de mala muerte. Mereces algo mejor.” Yo finjo escucharte con interés, pero no puedo centrarme; imposible sabiendo las consecuencias de lo que acabo de hacer. Tampoco me atrevo a contártelo, pues no quiero romper la magia del que será nuestro último encuentro por algún tiempo, quién sabe si el definitivo. Luces azul eléctrico se cuelan, intermitentes, por la ventana entreabierta. Llegarán de un momento a otro.
         ¿Recuerdas? Nos mudamos a la ciudad con la idea de prosperar, de vivir una experiencia llena de oportunidades. Exactamente igual que ellas. Sin embargo, ¿qué hemos conocido más que la marginación y la exclusión a la que se ven sometidos todos estos colectivos con los que compartimos barrio? “Un barrio digno”, exigen las pancartas que cuelgan de los balcones. Y yo me pregunto quién puede haber más digno que esas mujeres valientes que se juegan, a diario, el tipo de cama en cama. ¿Qué puede haber más respetable que unas madres luchadoras que venden lo único que tienen para otorgar una vida mejor a esos ángeles de la guarda que las miran con ojos abiertos y sonrisa alentadora? 
         Me gustaría explicarte que al marido de Marjory no le han renovado la ayuda por minusvalía. El tribunal médico estima conveniente que se incorpore al mercado laboral a sus cincuenta y nueve años y a pesar de la fractura de cadera. Su hija ha vuelto a casa embarazada y ella “tiene que sacrificarse por el bien de la familia”. También querría contarte que la Fiscalía de Menores le retiró a Malena la custodia de su hija y que no duerme por las noches, preguntándose si la reconocerá cuando vuelva a verla. Y qué decirte de Faith, la enérgica nigeriana a la que ayer vi derrumbarse, rendirse definitivamente, cuando la enfermera le dijo que tenía SIDA. Deja un niño de cuatro años.
         Oigo pasos apresurados subiendo por la escalera mientras me planteo cómo explicarte que ésta es nuestra última noche. Que mañana no escucharé a Coltrane contigo, que no leeremos juntos a Kerouac ni sabré si finalmente aceptas ese trabajo de traductor mal pagado que tanta ilusión te hace. Pero he tenido que hacerlo. 
         Durante los últimos meses, mis únicas compañeras en el barrio han sido esas musas que pasean los tacones por su suelo que es mi techo, esas que, no sé de dónde ni cómo, sacan siempre una sonrisa y unas palabras de aliento cuando se las necesita. Enérgicas y combativas, han sido muchas las confesiones que me han hecho, entre lágrimas y risas, hasta que me he dado cuenta de que, además de su profesión y el amor incondicional por sus hijos, tienen otro factor en común. O debería decir tenían. Porque de hoy en adelante ya no volverá a explotarlas, no se quedará el dinero que tanto les cuesta ganar ni las forzará a realizar actos que no quieren hacer. No las amenazará ni exterminará a sus familias. No volverá a denigrarlas ni a aprovecharse de ellas. Unas gotas en el café con leche y resuelto, nadie más que ellas decidirá qué, cómo y cuándo deben utilizar su cuerpo. Quizás nunca lo comprendas, no me quedaba otra opción.
         Pero llaman a la puerta. Ha llegado mi momento.


* Hija y nieta de fareros, nació en Almería en 1984. Debido a la profesión de su familia, pasó la infancia recorriendo España de faro en faro hasta que, siendo adolescente, se instalaron en Mallorca. Ya desde niña descubrió que sus grandes pasiones eran la lectura y la escritura, y ganó varios concursos municipales en los pueblos en los que iba viviendo. Profesionalmente tomó el camino de la música y, a día de hoy, imparte esta asignatura en diversos colegios de la isla, sin dejar de lado la escritura, que siempre ha estado presente en su vida. En el último año, ha tomado clases y ha participado en talleres de escritura creativa y slam poético para mejorar su técnica. Finalista del II Concurso Litteratura de Relato.

2 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho. Espero que todo os vaya bien, Un abrazo,
    José Antonio Mera Espiño.

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    1. ¡¡Muchas gracias de parte de la autora, José Antonio!!! Un fuerte abrazo

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