jueves, 18 de septiembre de 2014

Hemorragias de tristeza......Jordi de Miguel

Fragmentos de un diario del dolor existencial (IX)

Acuarela de Esther Aguilà, No había dos sin tres
Mi habitación. Casa de mis padres
Barcelona, Primavera 1995
         Llamémosle... Tigre.
         El Tigre y la bruma que le oculta esa mirada de cristal que tiene. De sus ojos verde aceituna surge una mirada acogedora que enamora. Tan transparentes son que puedes ver a través de ellos y traspasar sus barreras, barreras inexpugnables que ocultan tantas noches solitarias, tantos días nublados y fríos, tantas comidas desoladas frente al televisor…
        No puedo dejar de contemplarle cuando se vuelve sombrío. Es apasionante observarle, ver la profundidad de sus pensamientos, qué sensación insensata cuando te sientas a su lado. Te empapa con una especie de rocío fresco, acumulado en el autoexilio de esta vida tan vacía para él.
         Nadie se da cuenta de eso, nadie le ve tal como es de verdad, se ha transformado en un fantasma del personaje que le convirtió en lo que es. ¿Qué debe ver cuando se mira en el espejo?... Un hombre extraño, el protagonista que jamás pensó llegar a ser. Por eso me siento tan orgullosa de él cuando le veo liberarse de sí mismo.
         Nadie siente lo que él sufre, nadie ve el dolor que de verdad se incrusta en su entrecejo. En cambio, es muy fácil y peligroso perderse dentro de él, entre los pliegues de su piel, donde nacen fragantes rosales que huelen a tinta, a placer salvaje y cruel, y a cautivadora soledad; pero, ¡cuidado!, existe el peligro de que te pinches con las miles de espinas nacidas por cada uno de los golpes que le dio la vida, por cada uno de sus desengaños amorosos. Por eso el sabor de sus caricias me recuerda cada una de sus rondas nocturnas: todas son dolorosas, silenciosas, irrepetibles, ruines y encantadoras a la vez. Y por eso le gusta tanto “Noche de Ronda”, de Agustín Lara, el gran compositor mexicano que empezó tocando el piano en los burdeles de Veracruz a los trece años (“Bueno, Brahms empezó a los once en los del puerto de Hamburgo”, apunta él, “y sostenía que las busconas son mejores que cualquier dama. Ya en la Grecia antigua, las hetairas de clase alta disfrutaban de una consideración social muy superior a la de la propia esposa.”), así que no es de extrañar que la canción —como tantas otras del Flaco de Oro— esté dedicada a una meretriz, a la que aconseja con cariño “que las rondas no son buenas, / que hacen daño y dan penas, / y se acaba por llorar”. “En la voz de Chabela, se convierte en el bolero más triste del mundo”, asegura él.
         Ayer, desde nuestra mesa del Falstaff pude observar toda la escena a cámara lenta: a nuestro lado había varias chicas “fashion” de muy buen ver, vamos, despampanantes, con escotes exagerados, que parecían recién salidas de un desfile de modelos, y él, volviendo de la barra con su zumo de piña, las repasaba con una mirada penetrante, fija, segura; consiguió que todas las nenas le mirasen a los ojos en el momento en que iba acercándose a ellas, y un paso antes de estar casi encima de las majestuosas féminas… se giró, dándoles la espalda, alejándose con un movimiento de hombros y cadera al más puro estilo Travolta. Les puso el caramelito en la boca… y se vino con nosotros. No me extraña que en el barrio ya le llamaran Travolta a los trece años, cuando se compró su primera cazadora de cuero negro, como nos contaba Javi el otro día.
         Está en una búsqueda constante de un aroma de mujer, que materializa en chicas esporádicas pero únicas en su tiempo, cuando compartió el instante inmejorable de un orgasmo o de los trescientos sesenta y cinco que, al ritmo que lleva conmigo, ¿quién sabe?, debió sentir con aquel espejismo de rubia plomo —más que platino— que paseó durante todo un año por el Falstaff. Él nunca lo reconocería, pero la rubia le volvió loco y le dejó hecho polvo, aturdido por completo.
         Y sus sueños son transmutaciones de la realidad al mundo que generan sus neuronas; si lo observas, ves que muere cada vez que cierra los ojos, y percibes que hay algo que se está transformando, que avanza de una forma inexorable al reciclaje, cuerpo y mente han entrado en una metamorfosis.
         Sabe que el caos que se anunció hace tiempo en su vida presagia un cambio indiscutible que no hay forma de evitar, sólo con la muerte, y ahora es apenas el inicio de un día más, la ilusión del próximo viaje, una promesa delicuescente. Son afirmaciones que suenan extrañas porque nos las tomamos como lugares comunes e ignoramos su verdad aplastante.
         Yo le veo así, pero él jamás será capaz de ver los fantasmas que me fustigan hasta hacerme perder lo que busco, lo que necesito. Las personas y los sentimientos, la simplicidad y el mundo entero…, todo, todo lo he asimilado mintiéndome a mí misma para poder aceptar la auténtica crueldad de la vida en su más pura irracionalidad, para poder desvelar la única verdad absoluta: la Realidad es tan absurda y despiadada que provoca dentro de mí hemorragias de tristeza. 

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