Fragmentos de un diario del dolor existencial (III)
Foto: Jeff Wall, Una ráfaga de viento repentina |
Barcelona,
Primavera 1994
He
descubierto dónde reside mi parte más masculina: en la lealtad. La
LEALTAD no es menester de mujeres.
Hoy
he reparado en la existencia de esa actitud tan varonil en mi
personalidad. Busco, constante e inexorablemente, lealtad en la gente
próxima, así, de forma natural, sin apenas entender la composición
ni la ejecución de tal carácter. Pero lo que no había comprendido
hasta ahora es que las mujeres carecemos de sentimiento tan difícil
y uniforme, y este lazo en las relaciones hombre-mujer, mujer-hombre
y mujer-mujer es inexistente, jamás crea vínculo, salvo contadas y
gratas excepciones como Amelia y Susana, que son bichos raros como
yo. Por eso las quiero tanto. Y cuando veo a un grupo de chicos, como
el de Javi y el “Tigre”, que son amigos de verdad, y la fidelidad
incondicional que se profesan, cómo les envidio —de forma sana,
espero—.
Total, que me quedo fuera en la guerra de géneros. O séase, me quedo vagando estúpidamente por el callejón oscuro de la androginia, mascando chicle y pensando en mis emociones, que no son ni chicha ni “limoná”.
Total, que me quedo fuera en la guerra de géneros. O séase, me quedo vagando estúpidamente por el callejón oscuro de la androginia, mascando chicle y pensando en mis emociones, que no son ni chicha ni “limoná”.
Pero
el tema de hoy es él. Es único en su especie, a pesar de aparentar
que es un tipo insensible, resulta ser todo lo contrario; es muy
recatado al decir lo que de verdad siente, es hermético, cuesta un
poco de trabajo saber lo que piensa, es el primer ser humano que me
hace concebir un verdadero interés por conocerle: taciturno,
misterioso, insondable, nocturno. Lo mejor de él es que nuestras
soledades surgieron de la misma planta, la suya creada bajo el
continuo cuestionamiento del origen de su tormenta de emociones, que
jamás ha encontrado alivio, o al menos una sensación de amparo, sin
tener que confiar en alguien y sentir que se traiciona a sí mismo.
Cómo situar su soledad, que al ser muy parecida a la mía sé que
con frecuencia genera amor, un sentimiento cuyo destino, en cuanto
brota de sus ojos, es siempre borrarse con la ayuda del viento, del
cual siente eterna envidia por la insultante libertad con que se
mueve.
Había
olvidado respirar el aire hasta que un día le conocí, en mi
imaginación se creó una nebulosa y él penetró por todos los poros
de mi piel, pude ver su silencio, su silueta desdibujada, su
carácter, ese carácter siempre en expansión…
"…
Presiento que éste es el comienzo de
una gran amistad. THE END.” Desde que se fue a Brasil, sólo me
libero de la rutina pensando en él. Ahora sé por qué le extraño
tanto: él profesa lealtad sin discriminación de
género y me la brindaba, y eso me hizo sentir tan bien, me gustaba
tanto… que hasta la fecha no le he conseguido olvidar.
Sé
que no le conozco lo suficiente, y esperaré sin prisa el día
en que compartir (sin cuestionamientos previos, sin
mentiras, ni suyas ni mías, espero, sin miedo) unas cervezas y ríos de tinta, y si ese día no
llega…
Puedo
continuar hablando —bueno, escribiendo— de él sin parar, es una
persona hecha de una pasta muy distinta a las demás, que se lía y
se apasiona como pocos; la mayoría de la gente le llama “Tigre”,
pero yo prefiero considerarle un gato por su suavidad, su ronroneo,
su mirada cristalina, el andar silencioso, el recelo de su intimidad.
Cada vez más a menudo, deseo
escuchar el sonido del timbre y sentir el sobresalto
de la sorpresa danzar en mis tripas y mi corazón: ¿serás tú? Eso
mismo me ocurre también con el teléfono, el ordenador y,
estúpidamente, cuando me asomo a la cocina americana, con el
microondas. Pero nunca eres tú.
Vaya,
jamás pensé que me encontraría escribiendo de esta forma de un
felino, pero la verdad es que me hace sentir tantas cosas…, por
culpa de las cuales vuelvo a hundirme en la peor de mis miserias; sin
embargo, en el momento de poner el primer pie en el fondo, me hace
recapacitar sobre lo hermoso que es vivir.
En
cualquier caso es un ser especial, y si entre sus decisiones me tiene
en cuenta, creo que al fin podré confiar en alguien y, la verdad,
dejaré que me seduzca. ¿O no?
P.D.
(quince días más tarde): ¿Cómo puedo mentirme tanto a mí misma?
31-12-94
Varios
meses después de haber escrito esto me he dado cuenta de un detalle
de su carácter: el miedo a sí mismo —él, que no le tiene miedo a
nada—, por eso es tan hermético, una forma interesante de rodearse
de gente un poco menos interesante.
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