sábado, 21 de septiembre de 2013

Manuel......Daniela Correa Ríos*

Finalista del I Concurso Litteratura de Relato

Foto: www.investbrasil.no
Su nombre es Manuel, le encanta el helado y la televisión, no le gusta madrugar pero le toca porque estudia en la mañana, tiene diez años y es un soñador, está enamorado de una niña de trece, sabe que es un imposible pero no le importa, y fantasea con salir tomados de la mano del colegio, sueña con invitarla a tomar gaseosa y a pasarle música por bluetooth, ella se llama Mariana, o eso cree él, pues en realidad ella no sabe que él existe, el nombre se lo consiguió haciendo algunas averiguaciones casi detectivescas, ése es su mayor pasatiempo y piensa que es el mejor. Con su pericia de detective, logró saber el nombre de la niña más linda del colegio para su parecer, se enteró de su edad, del curso en el que está y hasta del teléfono, pero esto último lo hizo más por probarse como detective, no por querer llamarla, no, ese riesgo él no lo correría, es más, él sabía que eso sería un suicidio, y si llamara, qué le diría: “Hola, Mariana, soy yo, Manuel, el niño que te ama”, no, cómo se le ocurría, eso jamás lo haría.
         Manuel no es el mejor de su grupo pero tampoco el peor; como él piensa, es mejor no sacar las mejores calificaciones para que no me la monten mis amigos, pero tampoco las peores, para que no me la monten los profes y mis papás.
         A él le encanta jugar a fútbol, pero aún más verlo por televisión, le fascina ver las jugadas y escuchar la voz ronca y casi ensordecedora del narrador, y darse cuenta de las peripecias que éste hace al intentar describir lo que pasa en el terreno de juego.
         No es el más popular del colegio, sin embargo anda con los más populares; no dibuja muy bien pero tiene un cuaderno lleno de dibujos: corazones, guerreros, casas, montañas, naves espaciales, aviones, carros y muchas personas, éstas las dibuja tomando como modelos a su papá y a su mamá, los mejores papás del mundo, según lo piensa Manuel.
         Steven es su mejor amigo, y él sí es un poco ñoño, pero como anda con Manuel nadie se la monta. Algo que les gusta hacer juntos es sentarse y compartir los audífonos y poner la música de moda, y además, si está en el colegio, mirar a Mariana y hablar de ella con su amigo, si está en otra parte, solo escuchar música.
         El internet no le gusta mucho, piensa que es una total perdida de tiempo, tiempo que podría dedicar a pensar en Mariana, aunque se levantó, también, gracias a sus artes de detective, la dirección electrónica de ella, pero aún no se atreve a hablarle por este medio, ni por ningún otro.
         Con sus papás habla de todo: el colegio, sus amigos, fútbol, películas, pero ni de riesgos de Mariana. Ellos no entenderían el amor que le tiene. La conoce desde hace cuatro meses y fue flechazo instantáneo, Steven lo molesta mucho, porque, según él, Manuel es un pendejo, miedoso y gallina (“Háblele o le hablo yo, y le llevo saludos. ¿Qué tal que diga que sí?”). Manuel siempre se pone serio y le prohíbe que lleve a cabo tan descabellada idea.
         Pero últimamente su atención la tiene centrada, casi hasta la obsesión, en un juego de video, no ha podido pasarlo y esto lo tiene mortificado, Steven intentó ayudarlo, e igual que él fracaso; pero ya habló con alguien que ganó el mismo juego y le dieron una clave, Manuel ya esta seguro de ganar.
         En dos meses cumple once, pero ya siente que los tiene, él ya es grande, ya no es un niño, y le molesta mucho cuando su mamá lo trata como tal, no tiene hermanos, pero tiene dos primos, uno mayor por un año y el otro menor por uno, son buena gente y los mantienen en su casa, a él no le molesta, si no fuera por que se la pasan todo el rato o pegados del computador o pegados del televisor, uno en una parte y el otro en la otra, entonces o no puede conectarse o no puede ver tele.
         Pero si no fuera por el mayor de sus primos, él nunca le habría hablado al amor de su vida, se metió en su cuenta, la clave era su nombre, y le habló a Mariana, él no se dio cuenta de las charlas sino tres días después, cuando una niña se le acercó y le dijo que si podía ir a la cancha de básquet, él estaba con tres amigos más y no entendía para que lo querían allá, y mucho menos se imaginaba quién lo estaba llamando, Steven no podía ser porque estaba enfermo desde el día anterior. Igual, sólo por curiosidad fue a la cancha de básquet, no había nadie, tan raro, pero al momento llego Mariana, a él le temblaron las rodillas, la voz se le fue y el sudor le empapaba la espalda, las manos se le calentaron, quería correr, quería desmayarse, hacerse el muerto, pero no, no podía, él no era una gallina.
               Hola, Manuel, ¿qué haces?
               Mmmmm…. Nada.
               Ah, entonces, ¿nos vemos en la salida?
               Aaaah… sí, sí.
               ¿O ya no?
               Sí, claro.
         Manuel no tenía ni idea, fueron las dos horas y media más largas de su vida, no sabia qué pasaba: Mariana le había hablado, y aún peor, se iban a ver a la salida. ¿Qué hacer? Él no tenía respuestas.
         Sonó el timbre, fue el último en salir del salón y casi el último del colegio. Pero ahí estaba ella esperándolo.
         Será que se había dado cuenta de su amor por ella, y le diría que la dejara en paz, o peor, su papá se lo diría.
               Vamos.
               Claro, ¿a dónde?
               Pues a comer helado.
      ¿Helado? Que juego macabro era éste, tal vez estaba soñando, sí, eso era, y en el momento en el que le tomara la mano se despertaría, pero no, ella empezó a caminar y no se tomaron las manos, entonces despertaría cuando se fuera a chupar el helado, tampoco, es más, se lo terminó todo, el susto se le convirtió en desazón, ¿cuándo despertaría?
               Manuel, gracias, si quiere me acompaña hasta mi casa, vivo a dos cuadras de aquí.
               Sí, si usted quiere.
         La dejó en su casa, y al volver a la suya ahí estaban sus primos, como siempre, uno pegado al televisor y el otro al computador, el mayor se levantó y, eufórico, le pregunto cómo le había ido, que si estaba rico el helado. Todo fue muy claro, Manuel ató cabos, y se dio cuenta de quién era el responsable, no sabía qué hacer, una parte de él lo quería matar, pero otra le quería dar besos, abrazarlo y darle las gracias… Manuel no hizo ninguna de las dos cosas, no dijo nada, ni siquiera lo miró, se metió en su cuarto a meditar.
         Al otro día pasó lo mismo, sólo que Steven ya estaba enterado de todo, la acompañó a su casa y, al entrar, una señora más bonita que Mariana lo saludaba amablemente. Era su mamá, le dieron jugo de mango y le propusieron que se quedara a comer galletas, no faltaba mucho para que estuvieran, eso sí, antes de que dijera algo primero tenían que llamar a su casa y pedir permiso, los problemas de tener casi once y ser tratado como un bebé. Su mamá se lo permitió, con la condición de que no llegara muy tarde, es decir, lo dejó quedar sólo hasta las cinco de la tarde, ni un minuto más, fue una tarde soñada, idílica, y el paroxismo ocurrió cuando Mariana tocó su mano y lo llevó hacia la cocina para llevar los platos sucios, y de vuelta las manos aún seguían juntas, no lo podía creer, igual que el sueño, pero lo mejor de esta ocasión es que no se despertaba.
         Ya el reloj marcaba las cuatro y treinta, el paraíso se extinguía, Mariana se quedaba ahí y él tenía que marcharse, triste la vida de un niño, pensaba él. Mariana sonriente, radiante, divina, le confió un secreto: su mamá sabía leer la mano. Ésta accedió gustosa a examinársela al amiguito de su hija.
         Con las mejores intenciones lo miró, tomó su mano derecha y con una sonrisa le dijo que su vida estaría llena de felicidad, que tendría una vida llena de dicha y que cumpliría todos sus sueños. Él le creyó, se despidieron, Mariana era perfecta, y ahora podría contarle a Steven lo suaves que eran las manos de un ángel.


Eran las cinco cuando Manuel timbraba en su casa, y eran las cinco y once cuando un policía, según dicen, persiguiendo a un delincuente, en el colegio unos dicen que no era peligroso, que sólo era uno de esos vándalos que rayan las paredes con aerosol, otros dicen que no, que acababa de robar en una casa de la vecindad, hay quien afirma que fue un trágico accidente, una bala perdida, hay quien dice que al policía se le cayó su arma de dotación y se le disparó el revólver, y quien comenta que sencillamente, en el apresuramiento de la persecución, apuntó mal y regaló, generoso, un balazo en la cabeza a Manuel. 



Daniela Correa Ríos
* Nació en Armenia (Colombia) en 1993. Estudiante de quinto semestre de licenciatura en español y literatura en la Universidad del Quindío, actualmente vive en Calarcá, y quiere ser actriz (tablas), poeta y narradora. Considera que al escribir exorciza demonios, y al leer se encuentra con ella misma y se conecta con un mundo más allá de éste. Finalista del IV Concurso regional de cuento Humberto Jaramillo Ángel, de la primera versión de “Érase una vez… un microcuento” en España, y del I Concurso Litteratura de Relato.

2 comentarios:

  1. Guau, no sabía que este cuento estaba publicado aquí. Gracias por leerme.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias a ti, Daniela, por participar en nuestro I Concurso. Como has podido ver, quedaste finalista y has tenido much@s lector@s!!!

      Eliminar

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...