Ganador del I Concurso Litteratura de Relato
Desde
muy joven, antes de que los moralistas y los guardianes de las sanas costumbres
tuvieran tiempo de domesticarme y advertirme que dejara quietas esas benditas manos
si no quería terminar achicharrada en los infiernos cuando me muriera, por libidinosa,
lujuriosa, obscena y pajuela, por puro instinto, de puro fisgona comencé a
jugar con mi alcancía, a darle placer frotándola, restregándola, acaballándola,
hurgándole a cinco dedos el este y el oeste, fregándole, hundiéndole y
sanjuaneándole su cuerno purpurino, metiéndole perras chicas y grandes, morrocotas,
doblones, duros y no tan duros, aves peregrinas y aves de rapiña. Incluso,
aunque me cueste mucho reconocerlo, aves marrulleras y carroñeras de esas que
corrompen con su aliento asqueroso todo lo que se comen, ni modo, no siempre se
puede manducar bocado de cardenal, y ya metida en gastos, untada de pus hasta
el testuz, a arrancarme la zarpa inmunda de raíz, con todo y su recuerdo calamitoso,
y a curar el nido roto con aloe, ventura y ambrosía, y a buscar con más tino
nuevas fuentes de fruición y regodeo, que la que busca, encuentra, y la que
yerra buscando, yerra menos que la que se queda cruzada de brazos aguardando a
que un cabrón de pájaro perezoso le pinte pajaritos en el aire, quitándole para
siempre la posibilidad de experimentar las congojas divinas que sobrevienen al
cabo de un orgasmo, cuando le extienda el contrato matrimonial.
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Foto: Gustave Courbet, El origen del mundo |
Así, exaltada y engreída, satisfecha
y ebria de gozo, discurría y me elevaba y me envanecía y compadecía a todas las
demás mujeres como si fuera yo la única en el mundo que tuviera a mano una
varita mágica para frotarse con ella la alcancía y sanjuanearle a manta su
cuerno purpurino. Yo, la orgásmica, yo, la suprema, yo, la única de mi género que
sabe cómo es la movida chueca.
Pero se llegó el día que a todos nos
llega, el de recular y agachar el moño porque contemplamos a plena luz del día y
a salvo de espejismos y alucinaciones que el pilar de nuestra confianza, aquel mojón
sobre el cual nos acaballábamos y nos destorcíamos de la dicha y la felicidad, y
que creíamos la quintaesencia del éxtasis erótico, no es tal portento. Si lo
fuera y yo fuera la suprema, no habría puesto la cara que puse cuando me
hablaron de regarse y empaparse y arrojar cataratas por el hueco de la
alcancía, yo de esas aguas jamás mané, mis congojas divinas, mis frotamientos,
escarceos y deleites, mis comilonas de aves peregrinas, de rapiña y de carroña,
mis orgasmos, eran secos como polvo lunar, que es lo mismo que decir polvos
marchitos, contritos y desangelados. Ah, chirrión. La reina de la varita mágica
resultó ser más impávida que una vaca muerta. Yo, la frígida, yo, la insignificante,
yo, la única en el mundo que no sabe cómo es eso de mojar el calzón a cuatro
labios.
Al principio del desencanto, para
recuperar mi autoestima, me consolé pensando que era por demás natural que una
hija del fuego como yo, el arquetipo de la ignición, la flama por antonomasia, riñera
con el agua interior y, por lo mismo, por evaporarla en su origen, no la regara,
ni se empapara, ni fuera capaz de arrojar cataratas por el hueco de la alcancía.
En cambio, para compensar y salir ganando, disparara por esa oquedad y por
todos los poros de la piel llamaradas rojas, relámpagos lacerantes y centellas
fragorosas.
Pero eso fue al principio. Luego,
por boca autorizada, la misma que me enfrió la oreja y todo lo demás con
aquello del diluvio vaginal, tuve a bien enterarme de que yo no era un caso
perdido, que antes y por el contrario tenía las cartas, los astros y las
coordenadas zodiacales a mi favor para mojar la lencería y la corsetería que me
viniera en gana, todo era cuestión de cambiar el paradigma, de volver a barajar
y renunciar a mis delirios pirómanos para explorar y permitir que me exploraran
con beneficio de inventario el cocotero que poseía justo debajo de mi ombligo.
Sí, un cocotero pródigo y venturoso,
hay que estar ciego para no ver su follaje tropical y hay que tener atrofiado
el sentido del olfato para no percibir desde lejos esa esencia de coco que
embriaga y enloquece.
Y dale que dale Boca con el
sortilegio de mi cocotero, poniéndolo dizque en perspectiva, agitándolo y
cantándolo como si lo conociera de memoria, con gracia y cadencia tropical,
plagiando de paso, con descoco, a Caetano Veloso y a Gal Costa. Y entre agite y
agite, entre canto y canto, míreme de soslayo la cicatriz de la vacuna, el callo
del dedo, los vértices de la entrepierna, la curva del seno siniestro y la
cereza madura del pezón.
Y yo, que nunca había estado
expuesta a metáforas y miradas profanas, que iba a lo que iba, dos cucharadas
de caldo y mano a la presa, porque así me instruyeron y así me dijeron que era
el mundo: emociones fuertes, rocanrol y un atafago de comidas rápidas, «Si no
queda satisfecha, señora, consuélese la pena con el juguete de la cajita feliz»...,
yo, zarandeada y solfeada por Boca, incorporaba a mi repertorio sicalíptico
nuevas piezas para reforzar mi arsenal: la imaginación, voluptuosa, misteriosa
y calenturienta, el juego de ser y no ser, lo no evidente y lo invisible. Y, con lo invisible, el bendito cocotero
de marras que agitaba su follaje salvajemente cuando Boca cantaba, y arrojaba a
manta el agua de su coco cuando Boca miraba de soslayo, con ojos como centellas
fragorosas, la cicatriz de mi vacuna y el callo del dedo de jugar cada noche con
mi alcancía.
Por supuesto que cuando Boca, por
fin, puso su índice sobre mí, acariciándome uno de los huesos puntudos de
la muñeca, rompí aguas e inundé el continente, quebrando de paso la industria
cocotera de mi país.
Fue tal la conmoción que
experimenté, que cerré los ojos para ver mejor y fruncí las ñatas para no
aspirar otro aroma que no fuera el aroma de mi coco… «Canta, oh Boca, mi gloria
y mi coronación. Yo, la orgásmica, yo, la suprema, yo, la única que, gracias a
tu boca, sabe sin duda alguna cómo es la movida chueca.»
Cuando desperté de mi delirium
tremens, del trastorno mental que me provocó mi afición por el coco loco, Boca
ya no estaba. Es por demás, en las batallas del amor, cuando uno de los
contendientes monopoliza las mieles del placer, la guerra está irremediablemente
perdida para las partes.
De nada hubiera valido llorar sobre
la leche de coco derramada. En homenaje a Boca y para que supiera, donde estuviese,
que su pupila había aprendido la lección, cambiado el paradigma y vuelto a
barajar las cartas con miras a que su contraparte en la cabalgata tuviera
también su dosis de triunfo y de regocijo, en lo sucesivo, en cada batalla, fui
boca, metáfora, ojos, nariz, descoco, Caetano y Gal, de todo como en botica
para pringar y llenar de humedad los polvos marchitos, contritos y desangelados,
y curarles la impavidez a las vacas muertas a punta de metáforas, cánticos y cadencia
tropical.
Eso sí, piense lo que piense mi
maestra, a mí me atraen más el perfume del jazmín, el hueco de la oreja, ese lunar que tienes, cielito lindo, junto a tu boca, y la curva de ese culito gordo, cielito
lindo, que a mí me toca.
* Nacido en Bogotá (Colombia), es economista de profesión y escritor de vocación. En 2010, cansado de ser empleado público, se lanzó a la tarea de escribir
cuentos, relatos, microrrelatos y novelas para jóvenes. Después de un duro proceso de aprendizaje, este año, el tercero de su "quijotada" (como él la define), ha
ganado seis premios internacionales, en La Coruña, Madrid, Barcelona, Tenerife, Mar del
Plata y Sâo Paulo, concedidos por diversas universidades, museos y asociaciones
de artistas, hecho que le reafirma en su decisión de no rendirse, y desde Litteratura le animamos a que no lo haga. Es el ganador del I Concurso Litteratura de Relato.
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José Aristóbulo Ramírez Barrero |
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