jueves, 22 de mayo de 2025

Risa entre la lluvia......Béker J. Díaz*

Finalista del V Concurso Internacional Litteratura de Relato 

Foto: catocala7 (freepik.es), Niña ríe, la cara manchada de chocolate

La nena ríe. Es un ratoncito,  una gatita,  un  colibrí  —imagino ahora que también pueden reír—. Ya no es ruido blanco, se distingue del barullo de la gente en las otras mesas. Resalta por encima de la lluvia que azota el techo y la calle, y de los transeúntes que pasan corriendo con la ilusión de mojarse menos. Ríe y ya no puedo ignorarla como hasta hace un momento pretendía. Es una risa tierna, como la que tenía mi hermano en sus primeros años, como la de Heidi en los programas de infancia o la de una hija que no tuve. A intervalos da un mordisco a algo, no sé a qué, lo noto por el cambio de tono en sus risas. Aún no he alzado la vista.

Espero mi café. La risa de ratón vuelve. Dejo de lado el libro de Joyce que intentaba leer. Me falta concentración. Del gimnasio a casa hay un largo recorrido y esta cafetería fue el primer refugio que encontré apenas vi el cielo volverse un manto gris, una pistola de dardos líquidos. El mesero tomó mi orden tan pronto me senté, pero ya van más de quince minutos y comienzo a desesperarme. Otra vez esas risas, carcajadas pueriles. Alzo la mirada y la descubro. Dos enormes incisivos mordiendo una galletita de chocolate. No ha terminado bien de masticar y ya está riendo otra vez. En una mano sostiene su oso de felpa. Le da también de comer y al ver la boca manchada del peluche, descubre la comedia. Tendrá unos tres años. Su largo cabello se divide en dos trenzas con lazos azules. Sus ojos, enormes botones negros, ahora ven a la calle. «Mirá, mamá», dice, «barquitos». Señala con su dedo minúsculo.
Sucumbo a la curiosidad y sigo con la mirada la dirección de aquel dedo. Veo un río por el que navegan botellas de plástico. Me hace mucha gracia la inocencia de la pequeña, no puedo reprimir una sonrisa. Vuelvo a ver a la nena. Advierto que su madre ahora me observa. Supongo que nota mi sorpresa al descubrirla, se sonríe también y adivino algún rubor en sus mejillas. «Los pequeños», me dice. Apenas logro oírla. Asiento, sin encontrar una respuesta más atinada. Agacho la mirada y finjo leer el libro. El mesero llega con mi café. La lluvia acrecienta y con ella el ruido de la gente, que trata de escuchar sus propias pláticas. Hace frío ahora. Se empañan los vidrios y puedo ver mi aliento en el aire.
Vuelvo a escuchar una risa pueril. Sé de dónde viene y qué rostro tiene. Es del gracioso monstruo de las galletas. ¿Hace cuánto fue la última vez que deseé tener hijos?... No, nunca los quise en plural. Era una sola. Una hija quería. La deseé a los dieciséis, a los veinte, a los veinticuatro. Ahora tengo una gata de dos años. Había olvidado ese paternal deseo de antaño. La nena vuelve a reír con restos de galleta en la boca. Vuelvo a verla, a ella y a su madre. Se miran con ternura. La mujer es hermosa, basta decir eso. No lo noté antes porque veía a la nena. Ahora las veo a las dos. Más a su madre. ¿Cuál será su nombre? ¿Y el de la nena?
En medio del diluvio, se oye una sirena aproximándose. Alguien limpia un vidrio con la manga de su camisa. Se vuelve a empañar al instante. No importa. El cielo se cae y tal vez no es casualidad que yo pasara por acá a esta hora bendita en que una madre y su hija comen galletitas de chocolate en la cafetería. Sofía, la nena se llama Sofía. Decididamente. Tiene el rostro de Sofía. La misma Sofía que quise a los dieciséis, a los veinte, a los veinticuatro. Tal vez ella habría sido mi hija. La única que quise. Ríen de nuevo. Sonrío con ellas. La madre se acomoda el cabello detrás de la oreja. No lleva sortija. Yo tampoco la llevo. Doy un sorbo al café y escucho entre el ruido blanco aquellas risas, música para mis oídos. Había soñado algo así una vez. No sé cuándo dejé de quererlo, pero hoy la lluvia me ha regalado una hija y una esposa.
Vuelvo la mirada. La mujer se da cuenta de que está siendo observada y me clava sus ojos cafés. Son estrellas. Son brasas. Me amilano ante su fuego, que irrumpe en el frío de esta tarde lluviosa. A punto está de vencerme cuando Sofía, mi Sofía, la nuestra, le extiende una galleta y me arrebata el momento. Tranquila, nena, papá es tu aliado, no tu enemigo. No te robaré a mamá. Entre sorbo y sorbo, mi café se acaba. Miro el cielo allá afuera. Suspiro jugando con el aire, exhalando el humo de tabaco imaginario. Soy feliz. Tengo una hija, una esposa, una familia. La vida es hermosa.
La lluvia comienza a amainar. Rápido. Muy rápido. Se detiene. Sólo se ve ahora el río de plástico y transeúntes volviendo a caminar en calma. Los vidrios pierden su opacidad. La gente en las mesas parece darse cuenta de que está hablando casi a gritos y baja el tono. Vuelvo a mirar a mi familia. La madre escudriña el cielo también y después me mira por un segundo. Es todo, ha vuelto a centrarse en su universo, en su nena que ríe dándole galletas al oso de felpa. Nuestra nena.
Una pareja de ancianos entra en la cafetería. Pasan a un lado de la mesa en que madre e hija comen galletitas de chocolate, en el justo momento en que la pequeña deja escapar una risa escandalosa. La viejecita la mira con dulzura. Extiende sus manos y le hace un cariñito en la mollera. «Qué linda niña», dice la vieja, «¿cómo se llama?» Yo quiero decirle que su nombre es Sofía, que es mi hija, que la mujer es mi esposa. Pero los vidrios ya no están empañados, mi aliento ya no se ve en el aire, los nubarrones ya se corrieron del manto. Es una tarde sin color, nada más.
De golpe, la realidad vuelve. La magia se la llevó el aguacero, el barullo, el café que ya terminé. Siento algo en el pecho, un jincón. No tengo más que una taza vacía frente a mí. Miro al cielo, que ya no es un manto gris, está vacío, nada, no hay nada. Me siento como los transeúntes que corrieron con la ilusión de mojarse menos. Vuelvo la vista. La madre de la nena abre la boca para decir el nombre. Quiero evitarlo, pero es inútil. Sé que en el momento en que escuche su voz, lo destruirá todo. Así será. Yo, que quiero que la nena aún sea Sofía, cierro los ojos con fuerza y me tapo los oídos.


Béker J. Díaz

Nació en Matiguás (Nicaragua) en 1995. Es médico, licenciado por la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN - León), escritor y cantautor. Fundador del movimiento artístico Expreso del Arte y del podcast Literactuando, que promueve la lectura; y colaborador del blog literario El viejo librero desde 2022. Autor del poemario Tal vez el viento (El Viejo Librero, 2024), acaba de publicar un libro de cuentos cortos, Fútil y sensible (Juntaletras Ediciones, 2024). Su escritura se centra en la introspección y observación del entorno, la decadencia y la relatividad de los valores del ser humano. Finalista del V Concurso Internacional Litteratura” de Relato.

4 comentarios:

  1. Muchas gracias por compartir mi relato, amigos. Un abrazo en la distancia.

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    1. Muchas gracias a ti, Béker, por presentarte a nuestro V Concurso!!! Para nosotros, es un honor publicarte.
      Un fuerte abrazo desde el Mediterráneo

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  2. Lo leí y disfruté su lectura, te vi ahí, es como una obra de teatro o algo así. Me gustó el nombre que elegiste para la niña porque así se llama una de mis nietas

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