Finalista del V Concurso Internacional “Litteratura” de Relato
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Foto: catocala7 (freepik.es), Niña ríe, la cara manchada de chocolate |
La nena ríe. Es un ratoncito, una gatita, un colibrí —imagino ahora que también pueden reír—. Ya no es ruido blanco, se distingue del barullo de la gente en las otras mesas. Resalta por encima de la lluvia que azota el techo y la calle, y de los transeúntes que pasan corriendo con la ilusión de mojarse menos. Ríe y ya no puedo ignorarla como hasta hace un momento pretendía. Es una risa tierna, como la que tenía mi hermano en sus primeros años, como la de Heidi en los programas de infancia o la de una hija que no tuve. A intervalos da un mordisco a algo, no sé a qué, lo noto por el cambio de tono en sus risas. Aún no he alzado la vista.
Espero
mi café. La risa de ratón vuelve. Dejo de lado el libro de Joyce
que intentaba leer. Me falta concentración. Del gimnasio a casa hay
un largo recorrido y esta cafetería fue el primer refugio que
encontré apenas vi el cielo volverse un manto gris, una pistola de
dardos líquidos. El mesero tomó mi orden tan pronto me senté, pero
ya van más de quince minutos y comienzo a desesperarme. Otra vez
esas risas, carcajadas pueriles. Alzo la mirada y la descubro. Dos
enormes incisivos mordiendo una galletita de chocolate. No ha
terminado bien de masticar y ya está riendo otra vez. En una mano
sostiene su oso de felpa. Le da también de comer y al ver la boca
manchada del peluche, descubre la comedia. Tendrá unos tres años.
Su largo cabello se divide en dos trenzas con lazos azules. Sus ojos,
enormes botones negros, ahora ven a la calle. «Mirá, mamá», dice,
«barquitos». Señala con su dedo minúsculo.
Sucumbo
a la curiosidad y sigo con la mirada la dirección de aquel dedo. Veo
un río por el que navegan botellas de plástico. Me hace mucha
gracia la inocencia de la pequeña, no puedo reprimir una sonrisa.
Vuelvo a ver a la nena. Advierto que su madre ahora me observa.
Supongo que nota mi sorpresa al descubrirla, se sonríe también y
adivino algún rubor en sus mejillas. «Los pequeños», me dice.
Apenas logro oírla. Asiento, sin encontrar una respuesta más
atinada. Agacho la mirada y finjo leer el libro. El mesero llega con
mi café. La lluvia acrecienta y con ella el ruido de la gente, que
trata de escuchar sus propias pláticas. Hace frío ahora. Se empañan
los vidrios y puedo ver mi aliento en el aire.
Vuelvo
a escuchar una risa pueril. Sé de dónde viene y qué rostro tiene.
Es del gracioso monstruo de las galletas. ¿Hace cuánto fue la
última vez que deseé tener hijos?... No, nunca los quise en plural.
Era una sola. Una hija quería. La deseé a los dieciséis, a los
veinte, a los veinticuatro. Ahora tengo una gata de dos años. Había
olvidado ese paternal deseo de antaño. La nena vuelve a reír con
restos de galleta en la boca. Vuelvo a verla, a ella y a su madre. Se
miran con ternura. La mujer es hermosa, basta decir eso. No lo noté
antes porque veía a la nena. Ahora las veo a las dos. Más a su
madre. ¿Cuál será su nombre? ¿Y el de la nena?
En
medio del diluvio, se oye una sirena aproximándose. Alguien limpia
un vidrio con la manga de su camisa. Se vuelve a empañar al
instante. No importa. El cielo se cae y tal vez no es casualidad que
yo pasara por acá a esta hora bendita en que una madre y su hija
comen galletitas de chocolate en la cafetería. Sofía, la nena se
llama Sofía. Decididamente. Tiene el rostro de Sofía. La misma
Sofía que quise a los dieciséis, a los veinte, a los veinticuatro.
Tal vez ella habría sido mi hija. La única que quise. Ríen de
nuevo. Sonrío con ellas. La madre se acomoda el cabello detrás de
la oreja. No lleva sortija. Yo tampoco la llevo. Doy un sorbo al café
y escucho entre el ruido blanco aquellas risas, música para mis
oídos. Había soñado algo así una vez. No sé cuándo dejé de
quererlo, pero hoy la lluvia me ha regalado una hija y una esposa.
Vuelvo
la mirada. La mujer se da cuenta de que está siendo observada y me
clava sus ojos cafés. Son estrellas. Son brasas. Me amilano ante su
fuego, que irrumpe en el frío de esta tarde lluviosa. A punto está
de vencerme cuando Sofía, mi Sofía, la nuestra, le extiende una
galleta y me arrebata el momento. Tranquila, nena, papá es tu
aliado, no tu enemigo. No te robaré a mamá. Entre sorbo y sorbo, mi
café se acaba. Miro el cielo allá afuera. Suspiro jugando con el
aire, exhalando el humo de tabaco imaginario. Soy feliz. Tengo una
hija, una esposa, una familia. La vida es hermosa.
La
lluvia comienza a amainar. Rápido. Muy rápido. Se detiene. Sólo se
ve ahora el río de plástico y transeúntes volviendo a caminar en
calma. Los vidrios pierden su opacidad. La gente en las mesas parece
darse cuenta de que está hablando casi a gritos y baja el tono.
Vuelvo a mirar a mi familia. La madre escudriña el cielo también y
después me mira por un segundo. Es todo, ha vuelto a centrarse en su
universo, en su nena que ríe dándole galletas al oso de felpa.
Nuestra nena.
Una
pareja de ancianos entra en la cafetería. Pasan a un lado de la mesa
en que madre e hija comen galletitas de chocolate, en el justo
momento en que la pequeña deja escapar una risa escandalosa. La
viejecita la mira con dulzura. Extiende sus manos y le hace un
cariñito en la mollera. «Qué linda niña», dice la vieja, «¿cómo
se llama?» Yo quiero decirle que su nombre es Sofía, que es mi
hija, que la mujer es mi esposa. Pero los vidrios ya no están
empañados, mi aliento ya no se ve en el aire, los nubarrones ya se
corrieron del manto. Es una tarde sin color, nada más.
De
golpe, la realidad vuelve. La magia se la llevó el aguacero, el
barullo, el café que ya terminé. Siento algo en el pecho, un
jincón. No tengo más que una taza vacía frente a mí. Miro al
cielo, que ya no es un manto gris, está vacío, nada, no hay nada.
Me siento como los transeúntes que corrieron con la ilusión de
mojarse menos. Vuelvo la vista. La madre de la nena abre la boca para
decir el nombre. Quiero evitarlo, pero es inútil. Sé que en el
momento en que escuche su voz, lo destruirá todo. Así será. Yo,
que quiero que la nena aún sea Sofía, cierro los ojos con fuerza y
me tapo los oídos.
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Béker J. Díaz |
* Nació
en Matiguás (Nicaragua)
en
1995.
Es
médico,
licenciado por la
Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN
- León),
escritor
y cantautor.
Fundador del movimiento artístico
Expreso
del Arte
y del podcast Literactuando, que promueve la lectura; y
colaborador
del blog
literario El
viejo librero
desde 2022. Autor del poemario
Tal
vez el viento
(El
Viejo Librero, 2024),
acaba
de publicar un
libro de cuentos
cortos, Fútil
y sensible
(Juntaletras Ediciones, 2024). Su escritura se centra en la introspección y observación del entorno, la decadencia y la relatividad de los valores del ser humano. Finalista del V
Concurso Internacional “Litteratura” de Relato.
Muchas gracias por compartir mi relato, amigos. Un abrazo en la distancia.
ResponderEliminarMuchas gracias a ti, Béker, por presentarte a nuestro V Concurso!!! Para nosotros, es un honor publicarte.
EliminarUn fuerte abrazo desde el Mediterráneo
Una historia que me identifica
ResponderEliminarLo leí y disfruté su lectura, te vi ahí, es como una obra de teatro o algo así. Me gustó el nombre que elegiste para la niña porque así se llama una de mis nietas
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