Finalista del V Concurso Internacional “Litteratura” de Relato
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Foto: BioGeoweb, Oso polar se come una foca en las islas Svalbard |
Tres focas moteadas somnolientas giran sus cabezas al escuchar y sentir un crujido cuya vibración llega hasta sus palmeados pies con forma de aleta. A lo lejos, vislumbran una mole blanca chocando contra la capa de agua salada y congelada que cubre la bahía. Jamás han visto una cosa igual.
—Crucero
de lujo..., decía mi querida Clotilde...
El
grumete del gigantesco transatlántico se acerca a un setentón que
liba lentamente un descolorido daiquiri, mirando al horizonte, un
horizonte blanco y helado. El barco abre poco a poco la banquisa,
pero no es un rompehielos.
—Se
solucionará, no se preocupe. Nos hemos visto obligados a desviarnos
por culpa de una flota de icebergs.
Es cosa del calentamiento global —comenta un joven marinero.
—¡Desviarnos
hacia el polo norte! —se queja el hombre, que
mira a ese imberbe miembro de la generación Z arrugando el cejo—.
¿Acaso estaba en el programa visitar a Papa Noel? Mi madrecita decía
que “pasado el día, pasada la romería”, y la Navidad ya quedó
atrás, muchacho... Por cierto, es el tercer cóctel de estos que me
tomo. En la sala de cine están echando “El nombre de la rosa”.
Es muy buena, pero la he visto más veces que años tienes tú.
—¡Jacinto
Acuña! ¡Te va a coger el frío! —chilla una mujer con el pelo
cano desmelenado a lo bruja hippie
desde
el salón, cuya puerta doble acristalada está entreabierta.
—¡Al
menos disfruto del banco de hielo! Es algo que no se ve todos los
días... —se queja su esposo sin girar la cabeza.
El
chico se larga por donde ha venido. Le han ordenado fregar la
cubierta de madera con agua caliente para que no se forme escarcha en
ella, pero aquel hombre apoyado en la baranda sigue hablando solo. La
muchedumbre de jubilados está dentro, disfrutando de su “no-viaje
a los fiordos noruegos”. La mitad se hallan pendientes de una
gigantesca pantalla plana en la que salen un montón de frailes, que,
al parecer, cohabitan en un monasterio del norte de Italia donde todo
aparece cubierto de nieve. El horror de una serie consecutiva de
asesinatos y la climatología del lugar donde ha sido ambientado el
filme no ayudan a entrar en calor a los televidentes, ni con el
calorcillo que proviene de las calderas del buque, las cuales están
funcionando a todo tren.
—¡Anda,
mira! ¡Un oso polar persiguiendo a una foca! —grita Jacinto Acuña,
captando otra vez la atención del mozo.
La
escena no tiene por qué ser narrada: es del todo desagradable y
sangrienta.
—¡Jopé,
qué ascazo! —exhala el zeta.
—La
vida es cruel, chico... Me he pasado cuarenta y cinco años encerrado
en la fábrica de Citroën de Vigo, colocando piezas en diferentes
autos. Me cambiaban el turno cuando les daba la gana, con lo cual no
podía hacer demasiados planes para disfrutar de mi tiempo libre.
Tuve que costear las carreras de mis dos hijos, Maryam y Raúl,
quienes ahora viven a cuerpo de rey. Ella es psicóloga y él
abogado. Sin embargo, casi nunca nos visitan, y además mis nietos me
odian y aseguran sin cortarse un pelo que soy un viejo cascarrabias.
Así de frustrante ha sido y es mi vida... Siempre soñamos con un
viaje de bodas por el Caribe, o a Venecia, pero no había tiempo ni
dinero para tales lujos. Nos fuimos hasta Barcelona, a ver la Sagrada
Familia del señor Gaudí, y esa “sagrada familia” ha sido para
el menda una maldita condena.
Ronaldo
Freire, que se considera una persona no binaria, vegana, animalista,
pacifista y, ¡tócate los cataplines!, apolítica, atiende al
retirado obrero ensimismado mientras masca un chicle de sandía que
solo él es capaz de apreciar. Escuchar la historia del gallego es lo
mejor que le ha pasado desde que se ha subido al puñetero barquito,
por eso se acerca al hombre y emula la postura de su vecino, apoyando
los codos sobre el pasamanos de madera de una baranda metálica
pintada de blanco.
El
setentón lo mira a los ojos con los suyos llorosos.
—Hazme
caso, tonto del haba. Márcate un par de metas, por estúpidas que
les parezcan a los demás, déjate llevar por deseos sanos y
constructivos, esos que suelen motivar nuestros pasos. ¡Y no luches
contra molinos de viento! El mundo está sembrado de necios,
envidiosos y obtusos. En todo caso, si no tienes otra opción, sé
oso polar y no foca. ¿Me has entendido? —El inexperto marinero
asiente con la cabeza, pero luego niega con la misma testa, un poco
confuso—. ¡Que hagas de tu vida un sayo! El tiempo..., el tiempo
es lo que tiene más valor, e incluye la salud necesaria para poder
disfrutarlo.
—¿Quiere
que le traiga otro daiquiri? —pregunta el mozo, que no es camarero
pero desea alegrarle el día al septuagenario de alguna manera.
Jacinto
suelta un sopapo lento y cariñoso en la angulosa jeta del
veinteañero.
—¿Me
hará usted un poquito de caso? Aún eres un pipiolo, pero este es un
gran consejo. Uno que no me dio el capullo de mi padre, que toda su
vida fue un desgraciado, y que, por el camino, desgració a todos los
que estábamosa su alrededor. Y, por tu madre, ¡no te encierres en
una fábrica, en una cocina o en una oficina! ¡Respira aire libre,
mocoso!
Ronaldo
aspira aquel aire gélido y puro, y luego espira con placer. Lejos
queda el rastro de sangre que cual carmíneo camino dejó el predador
sobre la banquisa al arrastrar a su presa para dar buena cuenta de
ella.
—Creo
que sí. Es usted un hombre sabio.
—No,
tontorrón, sólo
soy viejo.
Aquel
orensano que había pasado casi toda su vida en la populosa y
estresante ciudad de Vigo vuelve al interior de la nave para hacer
compañía a su señora.
—¡Ven,
ven, que va a aparecer el fraile ese ahogado en el tonel con los pies
por fuera! —susurró Clotilde al ver a su compañero acercándose
por babor, bajando mucho la voz porque con anterioridad le habían
llamado la atención por ser una voceras.
—Acabo
de presenciar un espectáculo todavía más repugnante ahí fuera. No
sabes lo que te has perdido, locuela.
Y
allá sigue el barquichuelo, abriendo la fina capa de hielo con su
casco reforzado rumbo a un horizonte incierto en el cual se pone el
sol todos los días, como lleva haciendo desde hace 4.550 millones de
años.
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Marcos Dios Almeida |
* Nació
en 1975 en Vigo y, desde hace más de veinte años, reside en Vilaboa (Pontevedra). En
lo que atañe a su
profesión, se
considera
fundamentalmente dibujante, escritor y fotógrafo, además de ser
Técnico Superior en Gráfica Publicitaria por la Escuela de Arte
“Antonio Faílde” de Ourense. Actualmente, trabaja
como ilustrador y diseñador gráfico, y
participa, asímismo,
en diferentes concursos de microrrelato, relato, novela corta,
ilustración, fotografía, cartelismo y cómic, tanto en Galicia
(donde ha ganado, entre otros, el XIV Premio de Relato Corto Alumni de la Universidad de Santiago de Compostela, 2019),
como a nivel nacional e internacional. Finalista
del
V
Concurso Internacional “Litteratura” de Relato.
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