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Foto: Lovely |
“Ufff, y hay muchas más estrategias para mantener el coto cerrado, pero fuera se conoce muy poco, ya sabes, el bloqueo y demás.” Me reí por dentro.
Estamos
en un bar de la calle Joaquín Costa. Jordi está emporrado y, con los tres o
cuatro mojitos que se ha bebido, la lengua le surfea para un lado y para otro y no atina. Cualquiera que desde fuera lo cachee con los ojos, piensa que se
trata de un loco al que acaban de liberar de Mazorra, y para encontrar el
camino de vuelta, tiene que andar descalzo para no perderse. La naturaleza tiene
esas cosas buenas que nunca podremos apresar con palabras, caminas y la sientes,
y algún momento vuelves al rubor de los primeros pasos pueriles, según decía el
maestro Martí en su Diario de campaña.
Estuvo
por allá por la isla y no vino muy contento, no, y aunque no me aclara del todo
por qué, qué tipo de bicho le aguijoneó por allá por las fermosas tierras del
conquistador, logro captar sus medias palabras decepcionadas y hasta sus nutritivos
silencios. Ayer cenamos en su casa del paseo Maragall y no dejó ni un minuto de
barrenarme la cabeza con Yuraisi, que es una diosa y folla como tal, que se la trae, aunque acá en la Ciutat
Condal le pegue los tarros y lo cuernee, se la trae, él sabe que acá habrán
miles de ojos, invitaciones para hacerla resbalar, pero que no le importa, la
traerá y después se verá.